viernes, 25 de enero de 2013

Los antiguos poetas

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Los antiguos celtas distinguían cuidadosamente al poeta, que era originalmente sacerdote y juez y cuya persona era sacrosanta, del mero cantor ambulante. En irlandés se le llamaba fili, vidente; en galés derwydd, o vidente del roble, que es la probable derivación de <<druida>>. Hasta los reyes quedaban bajo su tutela moral. Cuando dos ejércitos libraban batalla, los poetas de ambos bandos se retiraban juntos a una colina y allí discutían la lucha cavilosamente. En un poema galés del siglo VI, el Gadodin, se observa que <<los poetas del mundo juzgan a los hombres valientes>>; y los combatientes -a los que con frecuencia separaban mediante una intervención súbita- debían aceptar luego su versión de la lucha, si merecía ser conmemorada en un poema, con reverencia y con placer. El cantor ambulante, por otra parte, era un joculator, que divierte o entretiene, no un sacerdote, sino un simple cliente de los oligarcas militares y sin la ardua preparación profesional del poeta. Con frecuencia tenía quer dar variedad a su actuación por medio de la pantomima y de los volatines. En Gales lo llamaban eirchiad, o suplicante, uno que no pertenece a una profesión dotada, sino que depende para vivir de la generosidad ocasional de los caudillos. En una época tan temprana como el siglo I a. de C. sabemos por el estoico Posidonio que en una ocasión arrojaron en las Galias una bolsa de oro a un cantor ambulante celta, y eso en un tiempo en que el sistema druídico se hallaba allí en su plenitud. Si la adulación del cantor ambulante a sus patronos era lo bastante generosa y su canción estaba lo suficientemente a tono con sus mentes ebrias de hidromiel, lo cargaban con torques de oro y tortas de miel; si no, le arrojaban huesos de vaca. Pero si un hombre cometía la menor indignidad con un poeta irlandés, inclusive siglos después de haber perdido éste sus funciones sacerdotales de clérigo cristiano, componía una sátira contra su agresor que le sacaba ronchas negras en el rostro y convertía sus entrañas en agua, o le arrojaba a la cara <<el mechón de un loco>> y lo enloquecía; y los ejemplos sobrevivientes de los poemas de maldición de los trovadores galeses demuestran que también a ellos había que tenerlos en cuenta. A los poetas cortesanos de Gales, por otra parte, se les prohibía el empleo de maldiciones y sátiras y tenían que depender de la reparación legal en caso de insulto a su dignidad. Según un digesto de leyes del siglo X relacionado con el <<bardo familiar>> galés, podían demandar un eric de <<nueve vacas y nueve veintenas de peniques además>>. La cifra nueve recuerda la nueve veces Musa, su antigua patrona.


                                                                                                    Robert Graves; La Diosa Blanca

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