domingo, 13 de enero de 2013

Durante el Papado de Aviñón

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En función de la cruzada, cuya dirección asumió el Papa desde el comienzo, se organizó lentamente la fiscalización pontificia. Hasta el siglo XIII, el Papa y el Sacro Colegio vivían de las rentas del dominio de la Iglesia, como lo hacían los reyes y señores que vivían de sus bienes particulares. Inocencio III estableció las bases de la fiscalización pontificia: hizo aceptar el principio de una contribución de los beneficios eclesiásticos para la gran empresa común de cristianos contra infieles; además, al ordenar evaluar las rentas de todos los beneficiados y al sugerir que la contribución se elevara a la décima parte de sus rentas netas, determinó la fuente de esa contribución. Es el diezmo, contribución excepcional designada para la cruzada.
    La definición, en vista de la percepción de ese diezmo, de la renta bruta y luego de la renta neta o tasa de cada beneficio eclesiástico, constituyó la base de toda percepción de fondos pedidos a los beneficiados. La colación de los beneficios eclesiásticos, desde fines del siglo XIII, impulsa naturalmente a los nuevos ordenados a expresar su agradecimiento al Papa y a los cardenales que pueden haberlo aconsejado, por medio de un regalo. Este regalo puede consistir en una suma de dinero. Poco a poco, se adquiere la costumbre de proporcionar su importancia a la de las rentas del beneficio conferido: la tasa establecida para la percepción del diezmo constituye la base ideal de la nueva fiscalización que, a partir de esas pruebas de agradecimiento, convertidas progresivamente en obligatorias y tasadas, se constituye paulatinamente.

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La autoridad del Papa sobre la Iglesia se fue, desde entonces, afirmando. La presencia de los legados del Papa en toda la Cristiandad; la disminución correlativa del poder de los metropolitanos; la obligación progresiva impuesta a los obispos de prestar juramento de fidelidad al Papa y visitarlo, obligación que ellos aceptan desde el momento en que son nombrados por aquél, dan a la Santa Sede una acción directa y eficaz sobre la jerarquía. La multiplicación de las reservas y la colación de los beneficios menores otorgados por el Papa hacen de la mayoría de los clérigos de la Cristiandad una clientela directa de la Santa Sede que espera de ella sus medios de vida. La protección que otorga a las órdenes mendicantes y a las universidades, cuya creación y desarrollo apoyó durante el siglo XIII, dan al Papa el apoyo de la élite intelectual y espiritual de la Iglesia y de la Cristiandad. El movimiento prosigue y se desarrolla en el siglo XIV con el mismo ritmo de la colación de los beneficios concedidos por la Santa Sede.
    Por medio de una especie de consenso general, y continuando audazmente por el camino abierto por Gregorio VII, el Papa aumenta su poder en todos los dominios, continúa codificando sus decretales y señalando, de este modo, que él es la fuente del derecho canónico; conserva el derecho exclusivo de canonizar a los nuevos santos; refuerza sin cesar su autoridad sobre los obispos por el hecho de que sólo él puede transferir un obispo de un lugar a otro o modificar las circunscripciones diocesanas; reduce la autoridad espiritual de los obispos al reservarse el examen y la decisión en una cantidad de casos relativos a los pecados, los que resuelve su penitenciaría; se reserva el derecho exclusivo de autorizar la creación de studia generalia, es decir, el control intelectual de la Cristiandad.

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                                                                                                               Yves Renouard

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