lunes, 1 de septiembre de 2014

El hacker yeyé

El Partido Popular
no encontraba titular,
el Partido Popular.

El Partido Popular, pe-pé,
no encontraba titular, pe-pé, pe-pé,
que auditara unas cuentas tan liadas
    con un poqui-i-ito de afán.
Pero yo me encargaré, pe-pé,
porque no los puedo ver, pe-pé, pe-pé,
sin poder salir del paso
    con papeles que mostrar al personal.

Búscate un hacker, un hacker ye-yé
que tenga cuenta en Twitter y que sepa de perl,
con todo bien escaneado, que no se vaya a perder.
Un hacker ye-yé, un hacker ye-yé
que todo lo cue-e-elgue en la red.

El Partido Popular, pe-pé,
no encontraba titular, pe-pé, pe-pé,
y vendrá a pedirme y a rogarme
que le arregle pa variar ese desmadre
y sea su hacker, su hacker ye-yé,
su hacker, su hacker ye-yé.
Que sea su hacker, su hacker ye-yé,
¡su hacker, su hacker ye-yé!


Aún no lo saben, pero están indefensos.
Mwahaha!


Alejo Cuervo
(Sugerencia de música de acompañamiento: Augusto Algueró para Concha Velasco)


jueves, 27 de febrero de 2014

Kaltes


Kaltes, deidad del pueblo uguric de Siberia, es una diosa de la Luna que cuida de los nacimientos, y a veces, como la Luna, sufre una metamorfosis. Los conejos y las liebres son para ella sagrados, pues el pueblo uguric, al igual que muchas otras culturas, ven en las marcas de la Luna la forma de una liebre. (Las liebres son más grandes que los conejos y llevan una vida solitaria, mientras que los conejos viven en colonias.) Generalmente, la naturaleza de Kaltes es dulce y solitaria, como la de su animal sagrado, pero a veces muestra un aspecto aterrador, dado que puede decidir el destino de una persona. Antiguamente era tabú matar o comer un conejo o una liebre; comer un conejo era semejante a comerse a la propia abuela.
    En el festival celta de Beltane se levantaba esta prohibición, así como en el festival anglosajón de Ostara, donde se llevaban a cabo cacerías rituales de liebres. Estos animales suelen esconderse en los campos de trigo hasta la siega final, por eso a la última espiga suele llamársele "la liebre", y cortar la última espiga se conoce como "cortarle la cola a la liebre". En algunos lugares, los segadores tiraban las hoces al simbólico conejo escondido entre el trigo.


Julie Loar; Diosas para cada día

lunes, 24 de febrero de 2014

La mirada de la Luna

El primer vampiro, entendido como perfectamente diferenciado del hombre bestializado o del ogro, es Lilit, primera esposa de Adán en el Génesis, repudiada por éste por no obedecer a Dios. En el culto rabínico el personaje se caracteriza por asesinar a los recién nacidos y por beber la sangre humana, y su nombre puede traducirse como "espectro nocturno". Según la misma tradición talmúdica, es una bella mujer de largos cabellos negros, una diosa alada que trae la muerte y que ataca preferentemente a los hombres. El escritor Primo Levi afirma de ella que no sólo está ávida de sangre masculina sino también de semen, que rebusca allí donde se haya derramado aunque no sea su lugar legítimo, la matriz. También golpea los cristales de las casas donde hay niños recién nacidos buscando ahogarlos: quiere vengarse en todos los hijos de mujer por su arraigado odio a Eva, mujer legítima de Adán. Habita en el Mar Rojo, en las ruinas y en los desiertos. Lilit es además la mayor transgresora de una ley talmúdica básica: "Por eso dije a los hijos de Israel: no comeréis la sangre de carne alguna, pues el alma de toda carne es su sangre: aquel que la comiere será exterminado" (Levítico, 17: 10-14).
    Pero las menciones y los antecedentes históricos de este personaje están en la gran factoría de mitos de Mesopotamia: Lilit es un demonio que en la mitología asiria se hace acompañar por Lilu y Ardat Lilit, espíritus del viento y el huracán, encarnación de la lujuria sin fin reproductivo. Es posible que surgiera como demonio de acompañamiento a la diosa babilonia de la fertilidad Ishtar -llamada Inanna en Sumeria-, donde se la representa en terracota antes del segundo milenio antes de Cristo. Del sumerio lilitu habría salido el hebreo lilith, siempre asociada a las aves nocturnas o a las panteras, reafirmando la derivación hacia el bestialismo.
    Siguiendo el itinerario cultural de la vampira, el mismo esquema se traslada a Egipto pero es en el mundo grecolatino donde acompaña a Hécate, la diosa del mundo de los fantasmas, y donde se acentúa su cualidad de amante y succionadora de la fuerza vital de los hombres. El estudioso italiano Erberto Petoia afirma que adopta diversos aspectos bastante curiosos, como el de perra o vaca, que la acercan a la forma ya no de animales nocturnos sino domésticos. Tal demonio súcubo llegó a Grecia posiblemente desde Palestina, y Aristófanes lo menciona con el nombre de Empusa.
    Es de hecho una empusa la que aparece en la popular obra de Apuleyo Vida de Apolonio de Tiana, aunque posteriormente se tradujo como lamia latina, adaptación romana más vinculada a los monstruos marinos como las sirenas y las arpías, de las que nos llega una explícita referencia con las gorgonas. Una de las más destacadas es la medusa. Mientras ésta tiene de manera manifiesta un fin sexual, las estriges son monstruos menos humanos que tienen más de animal aéreo. El poeta clásico Ovidio las define como:
"Pájaros voraces que tienen una cabeza grande, ojos fijos,
picos aptos para la rapiña, las plumas blancas y anzuelos por
uñas. Vuelan de noche y atacan a los niños desamparados de
nodriza y en su cuna. Desgarran con el pico las vísceras de quien
todavía es lactante y tienen fauces llenas de la sangre que beben,
su nombre es estriges (similar a la terminología rumana y
balcánica actual) porque graznan de forma escalofriante."
    Estas monstruosidades femeninas se mezclan con las larvas y los lemures, seres fantasmagóricos relacionados con los muertos, asexuados, pero que el pater familias exorcizaba en la celebración fúnebre de las lemurias romanas. Aquí observamos de nuevo el temor del orden establecido patriarcal y cómo se defiende ante el culto lunar. Petronio describe ampliamente dichas celebraciones en su Satiricón:
"Ah, pobres de nosotros, bien poca cosa es el hombre, vivamos
pues alegremente, mientras ese don nos sea concedido."
    Por su parte, el filósofo cristiano Agustín de Hipona polemiza sobre estos seres, afirmando que son demonios guiados por Lucifer.
    Es ya en la Edad Media cuando brujas y vampiras adquieren un aspecto y características similares. Al respecto podríamos citar los célebres procesos de Zugarramurdi o mostrar las leyendas que todavía perduran sobre las meigas chuchonas gallegas o las guaxas asturianas. El mito vampírico femenino se solapa con los cultos lunares matriarcales de la brujería. El psicólogo Erich Neumann nos habla del matriarcado no tan sólo como un periodo social, sino más bien como un estado psíquico donde el ser humano no había alcanzado todavía el vértigo de la consciencia. Vincula lo inconsciente a la cercanía y el culto básico a la Naturaleza, y lo consciente a la supremacía del yo y a los elementos de poder jerárquico socializados. El culto a la "gran madre", en palabras de Neumann, fue paulatinamente sepultado frente a la irrupción del hombre socializado. En simbolismo astral, el dios Sol anuló la débil pero intensa luz lunar.
    En el matriarcado arcaico, el sexo se vincula a los ciclos vitales y se reconoce una dosis de agresividad. Los originales Pan, Poseidón, Hades, el Zeus ctónico, Dioniso, Wotan, Osiris e incluso Shiva son héroes fertilizadores secundarios subordinados al culto matriarcal. Cuando se les da la vuelta, los cultos patriarcales tienden a concebir a la "gran madre" como algo sórdido, peligroso y eliminable. De la satanización de la síntesis de sexo, misterio y ciclos lunares surgió la vampira.
    La sangre también se vincula directamente a la mujer por la menstruación, especialmente en el mundo arcaico, existiendo una relación muy estrecha entre el ciclo menstrual y el lunar. Robert Graves afirma que el sabbath y el aquelarre fueron originariamente fiestas de la Luna, y que el ser humano tiene un recuerdo confuso y distorsionado de una religión antiquísima, coincidente entre todas las culturas, puesto que todos descendemos de las mismas tribus primigenias. Era una religión de la fertilidad donde el culto a la Luna y a la Naturaleza era oficiado por la mujer como ser estrechamente unido a la Naturaleza.
    Como los mitos no son lineales, si no entramados, el cristianismo sataniza esa religión matriarcal, pero a su vez entroniza a María como pilar de su culto, supeditada eso sí al dios solar y a su patriarca humano. Cabe mencionar también  la versión sajona de la mítica historia de Balder, el más querido de los héroes escandinavos, que muere luchando por la mano de la virgen luna, convirtiéndose en el dios del Sol de medianoche.
    Durante la Edad Media, los cultos lunares se transforman en cultos tántricos de fertilidad y en ceremonias vampíricas de sexualidad descarnada. Éstas deben reprimirse doblemente porque hay que contener la inagotable sexualidad de la mujer. Primitivos procesos de asociación hacen que se produzca una identificación masculina inconsciente entre vagina y boca. Entonces, según Phyllis Roth, para que la boca no sea una vagina dentada debe ser despojada de sus dientes, feroces colmillos de vampira.
    Se teme a la mujer sexualmente activa porque puede tomar la iniciativa en las relaciones sexuales y arrebatar al hombre sus preciados líquidos vitales. La sangre es símbolo del semen, y además ella puede repetir hasta la saciedad el acto sexual. La rígida estructura patriarcal sólo puede valorar a la mujer en una imposible dicotomía: la madre o la ramera, la virgen mística y edípica o la voluptuosa vampira.
    Es la bella dama sin piedad, el vampiro de Las flores del mal:
"Tú que en mi corazón doliente entraste
como una cuchillada, tú que has sido
la que ha venido a mí como un tropel
de demonios, engalanada y loca,
para hacer de mi espíritu humillado
tu lecho y tu dominio; tú, la infame,
a cuyo cuerpo estoy siempre sujeto
como el forzado atado a la cadena..."
    Baudelaire describe lo que Joseph Sheridan LeFanu intuyó y dramatizó en el más rico y simbólico libro de vampiros, Carmilla. La seducción, el sexo sofocado y reprimido, pero exultante, la noche, la sangre, la atracción de la nada, la Luna, con su luz ominosa, el sable fálico del patriarca; en suma, LeFanu cristalizó un origen de más de cuatro mil años en plena segunda revolución industrial. Luego la moral victoriana siguió fijando al patriarca depredador con Drácula de Bram Stoker. Londres era para él un jardín de placer y satisfacciones de cazador. Sin embargo, la contraposición a la voz profunda y dictatorial del Sol, del patriarca, es el silencio... y la presencia influyente y constante de la Luna... la mirada de la Luna.


Nicolás Cortés Rojano; El jardín de placer de Vlad Dracul

domingo, 23 de febrero de 2014

THANATOLOGÍA: El más allá egipcio



            Los egipcios no estaban obsesionados con la muerte, sino con la vida. Todos sus rituales mortuorios, como la momificación, el entierro y el recuerdo ritual, servían para asegurarse una nueva vida tras la muerte. Querían vivir como seres perfectos en el campo de juncos, el reino de Osiris, donde los muertos bendecidos se reunían en ricos campos de cebada y trigo.
            La conservación de la persona entera
            Los egipcios creían que para asegurarse una nueva vida, se tenían que cuidar todos los elementos que componían a una persona, el cuerpo físico, el nombre y la sombra. El cuerpo debía conservarse, porque el ka, su fuerza vital, regresaría a él para alimentarse. Si el cuerpo se descomponía, el ka se moriría de hambre y ni podría unirse con el ba, el alma o personalidad, para crear el akh, el espíritu perfeccionado que disfrutaría de una vida en el campo de juncos.
            La momificación permitía que el fallecido se identificara con Osiris mediante una ceremonia que representaba la muerte del dios y su resurrección y que aportaba el regalo de la vida eterna. El embalsamador jefe y supervisor de los misterios interpretaba el papel del dios chacal Anubis, dios protector de los muertos. El proceso de momificación duraba setenta días. Se iniciaba con la ceremonia de la apertura de la boca, una serie de 75 rituales que transformaban el cadáver en una embarcación para el ka del muerto. Todas las partes del cuerpo que la persona pudiera necesitar en la nueva vida, comenzando por la boca, se tocaban con unos instrumentos especiales para que pudieran recuperar su función.
            Las dos verdades
            Luego los fallecidos negociaban el camino desde este mundo al siguiente, evitando peligros como el dios con cabeza de perro, que se les comía la sombra y les arrancaba el corazón. Después, Anubis los guiaba hasta la sala de las Dos Verdades. Allí el corazón del fallecido se pesaba contra la pluma de Ma’at, o Verdad. Si el corazón, lleno de vergüenza y de pecado, pesaba más que la pluma, Ammut, el monstruo femenino que devoraba a los muertos, se lo tragaba. Si la pluma pesaba más que el corazón, Horus llevaba al fallecido ante Osiris y los 42 dioses que eran los jueces de los infiernos.
 
            El juicio final
            Los infiernos eran un estrecho valle con un río que lo atravesaba. Estaba separado del mundo de los vivos por una cordillera desde donde el sol salía y donde se ponía. En los infiernos, los malvados sufrían una segunda muerte de la que no se podía regresar, los mortales corrientes entraban al servicio de Osiris y los buenos disfrutaban de una vida eterna y feliz. Una canción del antiguo Egipto dice: “La vida terrenal solo es un sueño fugaz. Cuando llegues a la tierra de los muertos, estarás a salvo en casa”.

Philip y  Wilkinson; Mitología.

jueves, 20 de febrero de 2014

Licántropo


La creencia de que algunos hombres, voluntariamente, por medio de ciertas prácticas mágicas, o involuntariamente, por influjos no controlados, pueden transformarse en animales feroces está extendida por todo el mundo. Cuando se habla de licantropía cabría pensar que hay que limitarse a las transformaciones en lobo (lykos en griego); pero esta interpretación es excesivamente reductiva. En efecto, el conjunto mítico de la metamorfosis también permanece estructuralmente invariado cuando ésta no se refiere a los lobos; por tanto, con este nombre me refiero a la casuística metamórfica en su sentido más amplio, prescindiendo del animal elegido. Este animal varía de hecho según las zonas geográficas, escogido siempre entre los que tienen una particular importancia simbólica en el ámbito cultural considerado. Así, mientras en la Europa Meridional y en buena parte de Asia es el lobo el que encarna los valores de mayor significado, en la Europa del Norte, en cambio, a veces se elige el oso; en el África Septentrional encontramos por lo general la hiena que, si vamos más al Sur, cede el lugar al león, al leopardo, al cocodrilo e incluso al elefante. En el Asia Oriental, el animal favorito es la zorra, mientras en el área india goza de cierta popularidad también el tigre; en América Septentrional encontramos el lobo y el oso, mientras que la Meridional es la zona del jaguar.
    La transformación puede realizarse conforme a tres modalidades diferentes, no siempre presentes en las distintas civilizaciones: puede ser inducida, voluntaria o espontánea. La transformación inducida es la obrada por un mago o por un brujo en alguien que puede estar de acuerdo y haberla pedido expresamente, o ser víctima inconsciente de la magia (este último es el caso, por ejemplo, de los compañeros de Ulises transformados en cerdos por Circe). La transformación voluntaria es la operada por el licántropo mismo; se puede obtener por varios medios: las brujas acudían al aquelarre transformadas en animales, untándose ciertos ungüentos; en muchos casos, en cambio, desempeña un papel fundamental en la transformación el vestido: hay que despojarse de las ropas humanas y revestir la piel del animal elegido para la transformación; recubrirse de la apariencia de un animal significa adoptar sus características y participar de su naturaleza (pensemos en los Berserkr, en Heracles, en los Aniotos). La transformación espontánea, en realidad, es siempre una transformación inducida, o sea causada por una fuerza agente exterior a la víctima y desconocida por ésta, pero en este caso ya no se trata de una voluntad humana que actúa, sino de un influjo natural, generalmente identificable con la Luna. En realidad este papel de la Luna en la licantropía se basa en un doble equívoco: en primer lugar, en una confusión entre la palabra griega que significa "lobo" y la que significa "luz", que ha hecho conjeturar que durante el periodo nocturno de máxima luz, el plenilunio, pueden producirse estas metamorfosis (mientras que en realidad más bien habría que pensar que se producen durante la luna nueva, puesto que los animales de presa, como el lobo, más bien están relacionados con la oscuridad que con la luz); en segundo lugar, en una identificación entre una enfermedad mental, ya reconocida como tal por Galeno en el siglo II d.C., que se manifiesta con el vagar de noche, bajo la luna, gritando y lamentándose, y la verdadera y propia transformación en animales.
    En las distintas lenguas, el fenómeno de la licantropía ha tomado denominaciones multiformes, entre cuyas etimologías se pueden descubrir detalles interesantes para ahondar más en el tema. El inglés werewolf deriva de wer, hombre (véase el latino vir y el sánscrito viras), y de wolf que, antes de significar lobo, significaba "ladrón". Por lo demás, también en el Rigveda "ladrón" es un epíteto referido al lobo; y por lo demás, antaño, cuando se ahorcaba a un ladrón, junto a él se ahorcaba también a un lobo. Esta convergencia de significados entronca con el hecho de que el lobo siempre ha sido el símbolo de los fugitivos, de los desterrados y de los exiliados; según las leyes de Eduardo el Confesor, los proscritos tenían que llevar una máscara de lobo. El francés loup garou no es sino una tautología: deriva, en efecto, de loup garwolf [werewolf] y significa por consiguiente "lobo hombre-lobo". Hace poco, sin embargo, se ha propuesto la hipótesis de que garou no sea una deformación de werewolf, sino que derive, en cambio, del céltico garo, cruel; en este caso el loup garou es un lobo malo; hay que observar, sin embargo, que en esta segunda hipótesis se pierde cualquier referencia a la participación humana en la estructura del monstruo, participación que es fundamental en el mito. El término hombre lobo desciende del medio latino lupus hominarius; en latín clásico, en cambio, el licántropo se llamaba versipellis, el que cambia la piel. El ruso volkodlak deriva de volk, lobo, y dlak, pelo, con referencia a una de las características clave de los licántropos, su vellosidad, que se evidenciaba, también en su aspecto humano, por las gruesas cejas, o por los pelos en la palma de la mano; por lo demás, en el Medievo todavía se creía que el licántropo, bajo la piel humana, tenía pelo de lobo. Entre los vascos encontramos el nombre gizonochoa, que es una traducción literal de hombre lobo. En el folclore letón, el nombre se convierte en vilkacis y en el lituano vilkatas. Los escandinavos lo llaman vargulfr o varulf; los portugueses lobarras o lobis homen; el griego Burculacas o brucolacas corresponde al eslavo volkodlak o al serbio vulkodlak, porque la beta inicial griega se pronunciaba como la "v". En este nuevo paso del eslavo al griego se produce también un desplazamiento de significado: el que para los eslavos era todavía un licántropo, en Grecia se convierte en un vampiro. Por último, en Rumanía tenemos los pryccolitchs, que para transformarse voluntariamente en lobos no deben hacer otra cosa que girar tres veces sobre sí mismos.
    Muchos pueblos se precian de descender de los lobos y conservan huella de ello en el nombre mismo: recordemos a los dacios (del frigio daos, lobo); los hircanos del Mar Caspio (del iránico vehrka, lobo); los orkas frigios (de la misma raíz); los licaones de la Arcadia, los lucanos de la Italia meridional, los licios, los lucenses españoles (todos ellos del griego lykos); los irpinos itálicos (del samnita hirpus, lobo). Tanta convergencia de significados en los pueblos antiguos tiene que ver con lo que hemos dicho respecto al significado simbólico del lobo como proscrito o fugitivo. Estos pueblos derivaban evidentemente de emigraciones forzadas de otros territorios próximos: muchos pueblos antiguos se precian de orígenes semejantes. Los proscritos, para sobrevivir, se organizaban como bandas de guerreros o como hermandades militares. Sabemos que estas sociedades guerreras requerían una forma de iniciación que a menudo consistía en la metamorfosis ritual del iniciado en animal. Ésta llevaba a un acceso de verdadero furor agresivo y de crueldad animal, que hacía invencible al guerrero: típico es el caso de los Berserkr, y no hay que olvidar que en África semejantes tipos de iniciación llevan a la constitución de sociedades secretas basadas en el uso de máscaras animales y en la agresividad salvaje. Revestirse con pieles de animal servía para que el iniciado participase realmente de la naturaleza de la fiera, hasta el punto de creerse transformado. Los pueblos con nombre de lobo, por tanto, eran antiguas hermandades de guerreros licántropos, inicialmente expulsados de otros territorios. Sabemos luego que también los pueblos cazadores dicen a menudo que descienden de animales de presa, porque existe una estrecha conexión entre el cazador y el animal feroz, también cazador. De modo que detrás de la caza, de la guerra, de la invasión de un territorio por parte de inmigrados y del comportamiento de los fugitivos, se percibe una estructura mítica idéntica en la que a la disgregación de un mundo anterior se opone una reconstitución, mediante la fuerza, de un nuevo orden. El licántropo, por tanto, es un desarraigado, un rechazado, un excluido, pero no un vencido. Mediante una fuerza interior invencible que, como a las fieras, lo convierte en parte integrante de la naturaleza, encuentra su legitimación siempre que haya sabido salir de las trampas del aislamiento.


Massimo Izzi; Diccionario ilustrado de los Monstruos

martes, 18 de febrero de 2014

PARNASO: Fue sueño ayer, mañana será tierra...

Fue sueño ayer, mañana será tierra.
¡Poco antes nada, y poco después humo!
¡Y destino ambiciones, y presumo
apenas punto al cerco que me cierra!

Breve combate de importuna guerra,
en mi defensa, soy peligro sumo,
y mientras con mis armas me consumo,
menos me hospeda el cuerpo que me entierra.

Ya no es ayer, mañana no ha llegado;
hoy pasa y es y fue, con movimiento
que a la muerte me lleva despeñado.

Azadas son la hora y el momento
que a jornal de mi pena y mi cuidado
cavan en mi vivir mi monumento.

Francisco de Quevedo

Isil (brillo plateado)

La Luna.
La mayor de las dos lámparas del cielo que los Valar crearon después del envenenamiento de los Dos Árboles para ayudar a los Elfos y estorbar las acciones de Melkor. La luz de la Luna era la última flor de Telperion, colocada en una embarcación que Tilion guiaba por los cielos.
    La Luna se elevó por primera vez cuando Fingolfin entró en la Tierra Media, y completó siete ciclos antes de que saliera el Sol. Después, los cursos de Tilion se tornaron erráticos, pues él deseaba acercarse al Sol pero su calor lo quemaba y ennegrecía. A principios de su viaje Melkor, que odiaba su luz, atacó a la Luna, mas Tilion repelió el ataque. Igual que el Sol, originalmente la Luna iba de oeste a este; puede que cambiara de dirección durante la reforma que devolvió la noche a Arda.
    En quenya llamada Isil, la Refulgente (nombre inventado por los Vanyar) e Ithil en sindarin. También llamada Rána la Errante (por los Noldor) y Flor de Plata.


Robert Foster; Guía completa de la Tierra Media