miércoles, 2 de enero de 2013

La Papisa Juana


Imposible, si hemos de atenernos únicamente a los documentos de la época, es afirmar o negar la existencia de la Papisa Juana. Según una leyenda, profusamente divulgada en el siglo XIII, a la muerte del Papa León IV -ocurrida en 855- o, conforme otra versión, tras el fallecimiento de Víctor II en 1087, fue elegida una mujer para regir los destinos de la Iglesia, ignorantes los electores acerca del verdadero sexo del nuevo Pontífice, cuyo embuste se descubrió varios meses después con motivo de una solemne procesión desde el Coliseo a la Iglesia de San Clemente... ¡nada menos que al sobrevenirle los dolores de un parto! Afirma la leyenda que el fruto fue una niña. Tan escandalosa leyenda perdió fuerza en el siglo XIV, y fue seriamente refutada en el XVII y XVIII por personalidades tan poco afectas a la religión católica como el protestante David Blondel, Voltaire y, desde luego, por Doumolin, Bayle, etc.
    Sin embargo, se da el caso realmente sorprendente de que Anastasio, bibliotecario papal y contemporáneo de la teórica Papisa, la menciona como tal en uno de los códices más antiguos del "Libro de los Pontífices". Y, por si ello fuera poco, Marianus Scotus consigna esta afirmación no menos asombrosa:
    "A León IV sucedió una mujer, Juana, durante dos años, cinco meses y cuatro días."
    Posteriormente, en los siglos XII y XIII, encontramos afirmaciones de su existencia no menos rotundas.
    Imposible, pues, afirmar o negar nada. Como último apunte a este apartado diremos que Emiliano Aguilera, en respuesta a una consulta, escribe textualmente:
    "... cabe suponer que, sin detrimento de la existencia real de alguna aventurera que consiguiera llegar al Vaticano sin levantar demasiadas sospechas, el origen de la leyenda que nos ocupa pueda reconocerse en la histórica debilidad del Papa Juan VIII -expulsado de Roma por el duque de Spoleto- al que el pueblo romano, con irrespetuoso humor, llamaba la papessa Giovanna."
    Cierto o no, el hecho de que no existan testimonios fidedignos y rotundos que permitan negar la existencia de tal personaje, o, mejor, el hecho de que existan documentos que permitan alimentar la duda de que la Papisa Juana existiera, dan una idea del estado de cosas y de la confusión reinante durante la época que nos ocupa. Y, como directa consecuencia, de la corrupción de las altas jerarquías eclesiásticas.


                                                                                      Dr. Frederick L. Beynon

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