domingo, 31 de marzo de 2013

Cartas; a Milton Waldman

(...) todo este material (que concierne fundamentalmente, supongo, al problema de las relaciones del Arte -y la Subcreación- y la Realidad Primaria) trata sobre todo de la Caída, la Mortalidad y la Máquina. De la Caída, inevitablemente, y ese motivo se da de diversos modos. De la Mortalidad, especialmente en cuanto afecta al arte y al deseo creador (o, como yo diría, subcreador), que no parece tener función biológica ni formar parte de las satisfacciones de la vida biológica corriente, con la cual, en nuestro mundo, está por cierto generalmente en contienda. Este deseo, a la vez, se relaciona con un apasionado amor por el mundo primordial real y, por tanto, pleno del sentido de la mortalidad, aunque insatisfecho de él. Tiene varias oportunidades de <<Caída>>. Puede volverse posesivo, adherirse a las cosas que ha hecho <<como propias>>; el subcreador desea ser el Señor y Dios de su creación privada. Se revelará contra las leyes del Creador, especialmente en contra de la mortalidad. Ambas cosas (juntas o separadas) conducirán al deseo de Poder, para conseguir que la voluntad sea más prontamente eficaz; y, de ese modo, a la Máquina (o la Magia). Por esto último entiendo toda utilización de planes y proyectos externos (aparatos) en lugar del desarrollo de las capacidades o talentos inherentes internos, o aun el empleo de estos talentos con la corrompida intención del dominio: intimidar al mundo real o reprimir otras voluntades. La Máquina es nuestra forma más evidente de hacerlo, aunque más estrechamente relacionada con la Magia de lo que suele reconocerse.


                                                                                                                      J. R. R. Tolkien

Pincelada de Pratchett

"La sordera no impide que los compositores oigan la música. Sólo les impide oír las distracciones."

jueves, 28 de marzo de 2013

Una gran isla llamada "Ecúmene"

Durante las primeras fases de su evolución, el hombre diferente se adaptó a un esquema geográfico originario del Cercano Oriente y retomado y perfeccionado por los griegos. El mundo habitado, o ecúmene -oikuménë- tenía en sus orígenes la forma de un círculo o un rectángulo. Una gran isla rodeada por el río Océano, cuya ribera exterior daba al espacio indefinido, en cualquier caso desconocido. Las tierras de los confines del mundo -situadas a lo largo de la ribera interior o en islas- ofrecían el espectáculo de las maravillas o anomalías más diversas, evocadas por Homero, Hesíodo y otros poetas de la época arcaica.
    En el frondoso decorado de estas tierras, uno de los elementos esenciales era una pradera suave y florida, símbolo de la vida, del nacimiento y también de la muerte. Morada de dioses y diosas, como la famosa isla de Calipso; residencia de seres monstruosos: gorgonas, glifos, cíclopes, sirenas; residencia también de pueblos felices para los cuales la historia se había detenido en la edad de oro y que, en consecuencia, nada sabían de nuestras inquietudes y miserias. Los etíopes pertenecían a ese espacio ahistórico; según Homero, vivían alegremente y compartían sus festines con los dioses.
    Como vemos, en esta amalgama originaria los tres componentes del universo -naturaleza, hombre y dios- todavía no se han separado.
    Después, a partir del siglo sexto a.C., los sabios asumieron la responsabilidad del mundo. Modificaron algunos detalles, pero el edificio se mantuvo sobre los viejos cimientos. El río Océano se convirtió en un océano auténtico con sus mares adyacentes. Al interior de la gran isla, se individualizaron tres continentes: Europa, Asia y África. No cambió nada esencial. Las relaciones entre el centro (Grecia) y la periferia (los bordes del Océano) siguieron sometidas a los mismos criterios y valores.
    Inventado por los griegos, el método científico no se opone a la mitología o a su parodia, que es la ideología. Lejos de anular los mitos, la ciencia los analiza, los transfigura y acaba por asimilarlos en su nueva forma.


                                                                               Lucian Boia; Entre el ángel y la bestia

PSIQUE: Erotismo



Podemos decir del erotismo que es la aprobación de la vida hasta en la muerte.
Propiamente hablando, ésta no es una definición, pero creo que esta fórmula da mejor que ninguna otra el sentido del erotismo. Si se tratase de dar una definición precisa, ciertamente habríamos de partir de la actividad sexual reproductiva, una de cuyas formas particulares es el erotismo. La actividad sexual reproductiva la tienen en común los animales sexuados y los hombres, pero al parecer sólo los hombres han hecho de su actividad sexual una actividad erótica, donde la diferencia que separa al erotismo de la actividad sexual simple es una búsqueda psicológica independiente del fin natural dado en la reproducción y del cuidado que dar a los hijos. Así, a partir de esta definición elemental, vuelvo inmediatamente a la fórmula que propuse para empezar, según la cual el erotismo es la aprobación de la vida hasta en la muerte. En efecto, aunque la actividad erótica sea antes que nada una exuberancia de la vida, el objeto de esta búsqueda psicológica, independiente como dije de la aspiración a reproducir la vida, no es extraño a la muerte misma.
Hay ahí una paradoja tan grande que, sin esperar más, intentaré dar a mi afirmación una apariencia de razón de ser con dos citas:“Por desgracia el secreto es demasiado firme”, observa Sade, “y no hay libertino que esté un poco afianzado en el vicio y que no sepa hasta qué punto el acto de quitar la vida a otro actúa sobre los sentidos...”.
El mismo escribe esta frase, más singular aún:
“No hay mejor medio para familiarizarse con la muerte que aliarla a una idea libertina”.

He hablado de una  aparente  razón de ser. En efecto, este pensamiento de Sade podría ser una aberración. De todos modos, aunque sea verdad que la tendencia a la que se refiere no es tan rara en la naturaleza humana, se trata de una sensualidad aberrante. Pero no por ello deja de existir una relación entre la muerte y la excitación sexual. La visión o la imagen del acto de dar muerte pueden despertar, al menos en algún enfermo, el deseo del goce sexual. Pero no podemos limitarnos a decir que la enfermedad es la causa de esta relación.
Personalmente, admito que en la paradoja de Sade se revela una verdad. Esta verdad no está restringida a lo que abarca el horizonte del vicio; hasta creo que podría ser la base de nuestras representaciones de la vida y de la muerte. Y creo finalmente que no podemos reflexionar sobre el ser independientemente de esta verdad. El ser, las más de las veces, parece dado al hombre fuera de los movimientos de la pasión. Diré, por el contrario, que jamás debemos representarnos al ser fuera de esos movimientos. […]

Georges Bataille; El erotismo.

martes, 26 de marzo de 2013

Apariciones fantasmales y muertes irremediables


Si indagáramos en la naturaleza del elemento conflictivo, posiblemente obtendríamos una larga lista de temas, objeto de la literatura fantástica: fantasmas, obsesiones, lo demoníaco, lo onírico, el subconsciente, la locura...; todos ellos, en cambio, tienen en común el ser representación del lado oscuro de la vida, lo que no se ve o lo que se reprime, que aflora en lo fantástico adoptando las más variadas formas según la sensibilidad del escritor para interpretar el inconsciente colectivo de su época o para dar salida a sus propias experiencias personales, en ocasiones traumáticas.
    Estrechamente vinculada a la palabra fantasía está la de fantasma, de igual raíz etimológica y tema por excelencia de este género, hasta tal punto que desencadenó toda una serie de obras (las ghost stories) que hicieron las delicias de los lectores británicos durante la época victoriana, como ya hemos señalado. Afortunadamente para aquellos que disfruten impresionándose con este tipo de relatos, los fantasmas no presentan una sola apariencia, sino múltiples, de tal manera que siempre provocan la sorpresa de quien los ve y, por tanto, del lector. Asimismo, y como explica Jean-Luc Steinmetz, fantasma puede ser un hombre, un animal o un objeto, que, por lo general, es una representación del trasmundo. Su aparición puede ser percibida por un extraño, que poco a poco descubrirá su historia secreta, o por una persona cercana al fantasma. En ambos casos se revelará una verdad oculta (quizás la más recóndita de uno mismo) de forma súbita e inesperada.
    Una variante del fantasma es el vampiro, personaje que, no habiendo obtenido sepultura, está condenado a seducir tiránicamente a sus víctimas durante la noche para chupar su sangre y yacer como cuerpo inerte durante el día. La relación que establecen vampiro y víctima está cargada de erotismo y recuerda a una relación amorosa en que el verdugo hipnotiza a la víctima para conseguir la supervivencia.
    Ya se trate de fantasmas, vampiros u otras manifestaciones horripilantes, el tema de la muerte está presente en la mayoría de estos relatos y reviste las más variadas formas: personajes que se ven abocados a matar o a suicidarse; sabios científicos que ponen todos sus conocimientos e inteligencia al servicio de una fórmula secreta que les permita burlar la muerte y conseguir la inmortalidad; seres que pactan la vida eterna con el diablo, comprometiendo su alma a la condenación; aventureros románticos que desafían las leyes de la vida y se lanzan a descubrir existencias ultraterrenas vedadas para los humanos, y una larga lista de argumentos en los que, de una u otra forma, la muerte está siempre al acecho para poner punto final a la historia.


                                                                                 Neus Casas

sábado, 23 de marzo de 2013

Hipnos

Si hay dioses favorables, ¡que ellos me protejan en estas horas en que nada puede protegerse de los abismos terroríficos del sueño! La muerte es suave, porque no se retorna de ella, pero quien emerge de las cámaras profundas de la noche, azorado, pues no ignora la verdad, nunca podrá tranquilizarse. He sentido que enloquecía al sumergirme en misterios que el hombre no puede comprender. ¡Ese frenesí sin freno! ¡Tantos apetitos desordenados! Y en cuanto a mi único amigo, aquel que me arrastró, que llegó más lejos que yo, y que fue dominado por las fuerzas que temo, ¿era un loco o un dios...?
    Recuerdo que nos encontramos en una estación. Lo rodeaba una multitud de torpes curiosos. Estaba tendido en el suelo, sin conocimiento, vestido de negro, en una actitud de curiosa rigidez; parecía tener unos cuarenta años. El rostro de demacradas mejillas estaba duramente arrugado, pero era un óvalo puro de noble finura. En la cabellera espesa y la barba corta había ya algunas canas. La frente era pujante y blanca como un mármol del Pentélico. Soy escultor, y ese hombre fulminado era para mí un fauno de la Hélade surgido de las ruinas de un templo, resucitado y proyectado en nuestro mundo asfixiante para sufrir aquí el frío y el peso del tiempo. Cuando abrió los ojos inmensos y negros, comprendí que al fin había encontrado un amigo. En efecto, esos ojos habían contemplado las cosas plenas de grandeza y de espanto, las cosas de Más Allá, las que yo amaba en sueños y que buscaba en vano. Dispersé al grupo de curiosos, y sin preámbulos ni vacilaciones le dije a ese hombre que él era mi amo, mi guía, mi hermano. Asintió con un parpadeo. Partimos los dos en silencio. Poco después comenzó a hablar, y la música de su voz evocaba violas muy antiguas y esferas de cristal. Hablábamos día y noche mientras yo modelaba su cabeza o grababa su rostro en marfil.
    Me es casi imposible precisar la naturaleza de nuestras búsquedas. Sólo puedo decir que se trataba de encontrar el hilo de otro universo situado más allá de la materia, del tiempo y el espacio. Sólo entrevemos su existencia en el sueño, o más bien en ciertos sueños excepcionales, sueños de sueños, ultrasueños que siguen siendo ignorados por la mayoría de los hombres y que sólo aparecen una vez o dos en una vida dedicada al espíritu.
    Hay sabios que han interpretado los sueños, y los dioses han reído. Un hombre con ojos de oriental ha dicho que todo tiempo y todo espacio son relativos, y los hombres no han comprendido. Pero incluso este sabio no ha hecho más que sospecharlo en medio de un relámpago de cosas muy extrañas. Con la ayuda de drogas exóticas hemos partido en busca de visiones terribles y prohibidas. Todo esto ocurría en mi estudio, en la cima de la torre de un castillo del condado de Kent. La imposibilidad de expresarme es hoy para mí el peor de los tormentos. Ninguna lengua posee los símbolos necesarios que expresen lo que yo he sentido y aprendido en esas horas de exploración impía. Desde el comienzo hasta el fin, nuestros descubrimientos tuvieron el carácter de sensaciones, pero de sensaciones fuera del registro de la humanidad normal. En medio de todo eso, había elementos increíbles de tiempo y espacio: cosas sin existencia separada o definida. ¿Cómo explicarlo? ¿Lenta inmersión, larga caída en vuelo planeado? Cierta parte de nuestra mente rompía con todo lo que es real y presente, partía hacia tenebrosos abismos, flotaba en una sustancia desconcertante, desgarrando a veces ciertos obstáculos: especies de nubes amorfas, vapores viscosos...
    En esos vuelos negros e incorpóreos, a veces estábamos separados y otras veces juntos. Pero cuando estábamos juntos, mi amigo siempre me precedía un buen trecho. Yo adivinaba su presencia, a pesar de la falta de forma, por una especie de memoria de imágenes en la que su rostro se me aparecía bañado por una luz dorada, con mejillas anormalmente amarillas, frente olímpica y ojos fulgurantes. No tomábamos notas y no fechábamos nuestras experiencias, pues el tiempo se había convertido para nosotros en una simple ilusión. Probablemente hubo fenómenos singulares, , pues recuerdo que llegamos a preguntarnos por qué no envejecíamos. Nuestras conversaciones abundaban en ambiciones que parecían blasfemias. Un día mi amigo escribió un deseo que no se atrevía a pronunciar. Después de quemar el papel, miré por la ventana el cielo nocturno cargado de estrellas... Quería dominar el universo visible y el más allá. Un día la Tierra y las estrellas se desplazarían bajo su yugo, un día controlaría el destino de todas las cosas vivientes... Juro que nunca he compartido esas aspiraciones extremas y que si mi amigo ha dicho o escrito lo contrario se ha equivocado.
    Una noche, fuerzas, seres venidos de espacios desconocidos nos hicieron girar en el vacío sin límites, más allá del pensamiento y de toda entidad. Esta vez pasamos rápidamente a través de obstáculos viscosos, y pronto fuimos llevados hacia dominios infinitamente lejanos. Mi amigo me precedía ampliamente en esta extraña excursión hacia lo indecible, hacia lo oscuro y lo ignoto. Advertí una exaltación siniestra en la imagen-recuerdo de su rostro, muy joven y luminoso. De pronto, esta imagen se borró, perdí contacto y fui lanzado contra un obstáculo infranqueable, una nube amorfa como las demás, pero más densa, una especie de masa viscosa, podría decirse, en este dominio ajeno a la materia. La lucha me despertó, abrí los ojos y vi la pared de nuestro estudio. En un rincón estaba acostado mi amigo soñador, huraño y hermoso a la luz verde y dorada de la luna. Se movió. ¡Quiera el cielo impedir que escuche otra vez la voz que entonces oí! Aulló, aulló, y sus ojos negros, enloquecidos por el miedo, se sumergieron en el infierno. Yo me desvanecí, y más tarde fue él quien me devolvió la conciencia cuando necesitó que alguien lo ayudara a alejar de su alma el horror y la desolación. Ese fue el fin de nuestras búsquedas voluntarias en las cavernas del sueño. Aplastado, tembloroso y grave, mi amigo, que había atravesado la barrera, me dijo que era preciso no tratar de penetrar jamás en el Más Allá. No se atrevía a describir lo que había visto. En lo sucesivo, agregó, tratemos de dormir lo menos posible, de mantenernos despiertos a cualquier precio. Indudablemente tenía razón, pues desde entonces una especie de pánico se apoderaba de mí en el momento en que el sueño amenazaba a dominarme, desde el momento en que mi conciencia iba a sucumbir. Y sin embargo, ¿cómo hacer para no dormir? Después de cada sueño breve e inevitable, me sentía envejecido y más aún mi amigo. Las arrugas desfiguraban ya ese rostro que yo había admirado. Era terrible y horrible. Cambiamos de vida. Hasta entonces, mi amigo, que nunca me confesó su nombre ni su origen, había vivido recluido. Y bruscamente, ya no podía permanecer solo; ni siquiera le bastaba mi compañía. Necesitaba encontrarse siempre en medio de un grupo numeroso y alegre. Nos dedicamos a frecuentar los lugares de reunión de la juventud donde nuestro aspecto y nuestra edad suscitaban sarcasmos. Cuando las estrellas comenzaban a brillar, lo asaltaba el miedo, y lanzaba miradas inquietas hacia el cielo. No siempre observaba el mismo punto. En invierno sus miradas se dirigían hacia el nordeste. En verano, casi por encima de nuestras cabezas. En otoño hacia el noroeste. Y al amanecer, siempre hacia el este. Al cabo de dos años, pude comprender que el punto cambiante que le producía tanta angustia correspondía a la constelación Corona Borealis.
    En esa época teníamos un estudio en Londres. Nunca nos separábamos y nunca evocábamos las cosas de otro tiempo. Los excitantes que tomábamos para mantenernos despiertos, cierta vida irregular y la tensión nerviosa nos agotaron al fin. Mi amigo ya no tenía cabellos y su barba era blanca. Casi habíamos vencido el sueño: una hora, dos horas por día, a lo sumo. Tuvimos un mes de enero de niebla y de lluvia helada. Ya no teníamos dinero para comprar excitantes, yo ya no esculpía y sufríamos mucho. Una noche, mi amigo, agotado, se sumió en un sueño de respiración profunda del cual no pude librarlo. Recuerdo todo: nuestro triste desván sumergido en la oscuridad, la lluvia que golpeaba el techo, el tic-tac de nuestro reloj de péndulo, el rechinar de una persiana a lo lejos, el rumor de la ciudad amortiguado por la niebla y, por encima de todo, esa respiración que parecía marcar el ritmo de los esfuerzos y las angustias de un espíritu en viaje hacia esferas prohibidas, horriblemente lejanas. Se oyó sonar un reloj en alguna parte; yo estaba acostado, perturbado, y mi sueño agitado por vagos temores volvía constantemente a su centro: el tiempo, el espacio y el infinito. Más allá de los techos, la niebla y la lluvia, aparecía hacia el noreste la constelación Corona Borealis, la constelación que mi amigo tanto parecía temer, y cuyo semicírculo de estrellas, invisible para nuestros ojos, debía centellear a través de los abismos inconmensurables. Y, de pronto, mis oídos febriles percibieron otro sonido, un rumor bajo y persistente, el eco de un clamor monótono y engañoso, una vibración que provenía del cielo sombrío, un llamado venido de otros mundos, desde muy lejos, del noreste. Pero no fue ese rumor sideral lo que impresionó para siempre mi alma, y me comunicó un temor insondable, y me hizo proferir gritos tan intensos que los vecinos y la policía acudieron a golpear nuestra puerta. No fue lo que oí, sino lo que vi. En efecto, en esa habitación oscura, un haz dorado rojizo, de una luz fría, que atravesaba las tinieblas sin disiparlas, brotó del ángulo nordeste y se posó en su cabeza, en ese rostro que entonces me pareció idéntico a la imagen-recuerdo de nuestro último viaje por el espacio-abismo y del tiempo disociado, inmortalmente joven y sonriente, con una alegría áspera y maldita, mientras se abrían las puertas de lo insondable. El durmiente se despertó, los ojos negros y líquidos se estremecieron, los labios se adelgazaron y reprimieron un grito demasiado espantoso que no encontró voz, y, en ese silencio de agonía, seguía hasta su fuente ese rayo de luz prohibida. Fue entonces cuando fui presa de una crisis de epilepsia que atrajo a los vecinos y a la policía. No puedo decir lo que vi. No puedo. Y el durmiente, que también vio lo mismo y aun mucho más, no podrá volver a hablar. Pero ahora yo me cuido de los Amos del Sueño, del cielo nocturno y de las insensatas ambiciones del conocimiento y la filosofía.

    No sé exactamente lo que pasó. Mi mente ha quedado alterada. Pero creo que la de los demás también. Ellos dicen que yo nunca he tenido un amigo. Dicen que siempre he estado solo, trágica y totalmente absorbido por el arte, la metafísica y la demencia. No tuvieron una palabra de conmiseración para mi amigo, paralizado para siempre en un rincón. Pero parece que lo que encontraron en el diván los maravilló profundamente. Exaltaron mi nombre, me adjudicaron una gloria que yo no comprendo, un renombre que muy poco me interesa en medio de mi desesperación; y, mientras tanto, yo tengo que permanecer sentado horas y horas, días y días, calvo, con la barba gris, arrugado y abatido, adorando ese objeto que ellos encontraron. Ellos también miran extasiados esa cosa fría que me dejó el rayo de luz susurrante. Es todo lo que me queda de mi amigo. Es una cabeza de mármol de una juventud y una perfección que escapa a los límites del tiempo, coronada de adormideras. Ellos dicen que es el rostro que yo tenía a los veinticinco años. Pero en la base hay un único nombre grabado en caracteres áticos: HIPNOS.


                                                                                                 Howard P. Lovecraft

viernes, 22 de marzo de 2013

Tomado del Diccionario Filosófico


"Sucedió en Polonia, en Hungría,
en Silesia, en Moravia, en Austria,
en Lorena; allí los muertos eran
así apreciados.
No se oía hablar en absoluto
de vampiros ni en Londres,
ni tan siquiera en Paris. Confieso
que en ambas ciudades existían
restauradores, hombres de negocio
que chupan, a plena luz del día,
la sangre de la gente, pero, aunque
corruptos, no están en absoluto
muertos. Estos auténticos
chupadores no habitan
en cementerios sino en
agradabilísimos palacios...

"Los reyes de Persia fueron, se dice,
los primeros que mandaron que
se les sirviera comida a los vampiros
después de muertos. Casi todos
los reyes de hoy en día los imitan,
aunque son los monjes quienes
toman sus comidas y sus cenas,
y beben su vino. Así, los reyes no
son los vampiros. Los auténticos
vampiros son los monjes que
comen a costa del rey y del pueblo."


                                                                                                                               Voltaire

jueves, 21 de marzo de 2013

PARNASO: Un sueño dentro de un sueño

¡Toma este beso en tu frente!
Y, en el momento de abandonarte,
déjame confesarte lo siguiente:
no te equivocas cuando consideras
que mis días han sido un sueño;
y si la esperanza se ha desvanecido
en una noche o en un día,
en una visión o fuera de ella,
¿es por ello menos ida?
Todo lo que vemos o parecemos
no es más que un sueño en un sueño.

 Yo permanezco en el rugido
de una ribera atormentada por las olas,
y aprieto en la mano
granos de arena de oro.
¡Qué pocos y cómo se escurren
entre mis dedos al abismo,
mientras lloro, mientras lloro!
¡Oh Dios!, ¿no puedo yo estrecharlos
con más ceñido puño?
¡Oh, Dios!, ¿no puedo salvar
ni uno, de la despiadada ola?
¿Todo lo que vemos o parecemos
no es más que un sueño dentro de un sueño?

[A Dream within a Dream
Take this kiss upon the brow!  
And, in parting from you now,
Thus much let me avow --
You are not wrong, who deem
That my days have been a dream;
Yet if hope has flown away
In a night, or in a day,
In a vision, or in none,
Is it therefore the less gone?
All that we see or seem
Is but a dream within a dream.

 I stand amid the roar
Of a surf-tormented shore,
And I hold within my hand
Grains of the golden sand --
How few! yet how they creep
Through my fingers to the deep,
While I weep -- while I weep!
O God! can I not grasp
Them with a tighter clasp?
O God! can I not save
One from the pitiless wave?
Is all that we see or seem
But a dream within a dream?]

Edgar Alan Poe

La historia de Gales


Nosotros fuimos adiestrados para la guerra; las colinas
No eran más duras, la fina hierba
Nos vistió más calientes que las gruesas
Camisas nuestros pequeños huesos.
Nosotros luchamos, y fuimos siempre en retirada,
Como la nieve que se deshiela en las laderas
De Mynydd Mawr; y no obstante el extranjero
Nunca encontró nuestra última morada
En los espesos bosques, recitando versos
A la afilada inspiración del arpa.

Nuestros reyes murieron, o fueron asesinados
Por la vieja traición en el vado.
Nuestros bardos perecieron, expulsados de los salones
De los nobles por la zarza y el espino.

Nosotros fuimos criados entre las leyendas,
Calentando nuestras manos en el rojo pasado.
Los Grandes se espantaron ante nuestra suelta rabia
Adheridos obstinadamente a nuestro orgulloso árbol
De sangre y nacimiento, nuestros vientres inclinados
Y casas de barro fueron una prueba
De nuestra ineptitud para la vida.

Nosotros fuimos un pueblo que se malgastó
En inútiles batallas para nuestros dueños,
En tierras en las que derechos no teníamos,
Contra hombres por los que odio no sentíamos.

Nosotros fuimos un pueblo, y lo seguimos siendo.
Cuando dejemos de pelearnos por las migajas
Bajo la mesa o royendo los huesos
De una cultura muerta, nos levantaremos,
Armados, pero no a la antigua usanza.


                                                                                                         R. S. Thomas

martes, 19 de marzo de 2013

METALITERATURA: Horror cósmico



El miedo es una de las emociones más antiguas y poderosas de la humanidad, y el miedo más antiguo y poderoso es el temor a lo desconocido. Muy pocos psicólogos lo niegan y el hecho de admitir esa realidad confirma para siempre a los cuentos sobrenaturales como una de las formas genuinas y dignas de la literatura. Contra ellos se disparan todos los dardos de un sofisticado materialismo, que con tanta frecuencia se aferra a las emociones de la experiencia, a los sucesos exteriores y a un idealismo tan ingenuo como insípido que se opone a las motivaciones estéticas, abogando por una literatura puramente didáctica, capaz de ilustrar al lector y “elevarlo” hacia un nivel adecuado de afectado optimismo. No obstante, pese al rechazo o a la indiferencia, los cuentos fantásticos sobrevivieron, se desarrollaron y alcanzaron su plenitud, al amparo de su origen en un principio básico tan profundo como elemental, cuyo hechizo (aunque no siempre universal) es irresistible para los espíritus verdaderamente sensibles.
 

El alcance de lo espectral y lo macabro es por lo general bastante limitado, pues exige por parte del lector cierto grado de imaginación y una considerable capacidad de evasión de la vida cotidiana. Y son relativamente pocos los seres humanos que pueden liberarse lo suficiente de las cadenas de la rutina diaria como para corresponder a las intimaciones del más allá. Las narraciones que trafican con los sentimientos y acontecimientos comunes o con las deformaciones sentimentales y triviales de tales hechos, siempre ocuparán el primer puesto en el gusto de la mayoría: esto tal vez sea lo justo pues esas circunstancias cotidianas conforman casi la totalidad de la experiencia humana.

 
Sin embargo, no cabe duda de que los seres sensibles siempre estarán entre nosotros, y a veces una curiosa estela de inquietud puede invadir el recóndito rincón de la mente más firme, de modo tal que ningún racionalismo o análisis freudiano puede borrar por completo el estremecimiento causado por un susurro en el rincón de la chimenea o la soledad en un bosque sombrío. Y aquí nos encontramos con un modelo psicológico o tradicional tan genuino y tan profundamente enraizado en la experiencia mental como puedan serlo otros modelos o tradiciones de la humanidad; un elemento paralelo a los sentimientos religiosos e íntimamente vinculado con muchos de sus aspectos, participando en tal medida de nuestro legado biológico que difícilmente pierda su poderosa influencia en una parte minoritaria, aunque importante, de nuestra especie.


Los primeros instintos y emociones del ser humano forjaron su respuesta al ámbito en que se hallaba sumiso. Los sentimientos definidos basados en el placer y el dolor nacían en torno a los fenómenos comprensibles, mientras que alrededor de los fenómenos incomprensibles se tejían las personificaciones, las interpretaciones maravillosas, las sensaciones de miedo y terror tan naturales en una raza cuyos conceptos eran elementales y su experiencia limitada. Lo desconocido, al igual que lo impredecible, se convirtió para nuestros primitivos antecesores en una fuente ominosa y omnipotente de castigos y de favores que se dispensaban a la humanidad por motivos tan inescrutables como absolutamente extraterrenales, y pertenecientes a unas esferas de cuya existencia nada se sabía y en la que los humanos no tenían parte alguna. 


Del mismo modo, el fenómeno de los sueños contribuyó a elaborar la noción de un mundo irreal y espiritual, y, en general, todas las condiciones de la vida salvaje en la alborada de la humanidad condujeron hacia el sentimiento de lo sobrenatural de una manera tan poderosa, que no podemos asombrarnos al considerar cuan profundamente la especie humana está saturada del antiguo legado de religiosidad y superstición. Y bajo un punto de vista estrictamente científico esta saturación debemos comprenderla como un elemento permanente en lo que respecta al subconsciente y a los instintos más profundos del ser humano; pues aunque la esfera de lo desconocido ha ido reduciéndose a través de los milenios, un abismo insondable de misterio sigue envolviendo al cosmos, mientras que un vasto residuo de asociaciones tenebrosas y titánicas continúa aferrándose a todos los elementos y procesos que antaño eran completamente incomprensibles. Ahora, por supuesto, esos fenómenos pueden explicarse perfectamente. Pero más allá de todo esto, existe una fijación fisiológica de los primitivos sustentos en nuestro tejido nervioso, que puede sensibilizarlos oscuramente aun cuando la mente consciente se libere de todas las fuentes de lo maravilloso. 


Las angustias y el peligro de muerte se graban con mayor fuerza en nuestros recuerdos que los momentos placenteros; del mismo modo los aspectos tenebrosos y maléficos del misterio cósmico ejercen una fascinación más poderosa sobre nuestros sentimientos que los aspectos beneficiosos. Estos últimos han sido acogidos y formalizados por los rituales religiosos convencionales, mientras que los primeros han alimentado al folklore popular. Esta fascinación se agudiza asimismo por el hecho de que la incertidumbre y el peligro unidos a cualquier vislumbre de lo desconocido, conforman un universo de amenazas espirituales de índole maléfica. Y si a esa sensación de temor numinoso se le agrega la irresistible atracción por lo maravilloso, entonces nace un complejo sistema de agudas emociones y de excitación imaginativa cuya vitalidad ha de perdurar tanto como la propia raza humana. Los niños siempre sentirán miedo a la oscuridad, y el adulto, a merced de los impulsos hereditarios, siempre se estremece al pensar en los mundos insondables preñados de vida extraña, que habitan los espacios interplanetarios, o en las dimensiones impías que rodean a nuestra tierra vislumbradas sólo en momentos de locura. 


A partir de tales conceptos, no cabe asombrarse de la existencia de una literatura relacionada al terror cósmico. Siempre existió y siempre existirá, y no hay mejor prueba de su tenacidad como el impulso que mueve a ciertos escritores a extraviarse de los caminos trillados para probar su ingenio en textos aislados, como si desearan alejar de sus rosales sombras fantasmagóricas que de otra manera seguirían acosándoles. Y así tenemos a Charles Dickens imaginando varios relatos sobrenaturales; a Robert Browning escribiendo su horrible poema Childe Roland; a Henry James y su Otra vuelta de tuerca; al médico y escritor norteamericano Oliver Wendell Holmes, con su inteligente novela Elsie Venner; a Francis Marion Crawford (La litera superior) y tantos otros ejemplos, como el caso de la asistente social Charlotte Perkins Gilman y su relato The Yellow Wall Paper (El empapelado amarillo) mientras el humorista W. Jacobs escribía su melodramático cuento titulado La pata de mono


Pero no hay que confundir este tipo de literatura de terror con otra especie que aunque superficialmente similar, es bien distinta desde el punto de vista psicológico: me refiero a la literatura macabra con efectos de horror físico. Esos escritos, al igual que las fantasías ligeras y humorísticas en donde el malicioso guiño del autor intenta escamotear el auténtico sentido de los elementos sobrenaturales, no pertenecen a la literatura del terror cósmico en su más puro sentido. Los genuinos cuentos fantásticos incluyen algo más que un misterioso asesinato, unos huesos ensangrentados o unos espectros agitando sus cadenas según las viejas normas. Debe respirarse en ellos una definida atmósfera de ansiedad e inexplicable temor ante lo ignoto y el más allá; ha de insinuarse la presencia de fuerzas desconocidas, y sugerir, con pinceladas concretas, ese concepto abrumador para la mente humana: la maligna violación o derrota de las leyes inmutables de la naturaleza, las cuales representan nuestra única salvaguardia contra la invasión del caos y los demonios de los abismos exteriores.
 

Por supuesto no todos los cuentos fantásticos se ajustan a un determinado modelo teórico. La mente creativa es despareja y la mejor de las estructuras tiene su punto ciego. Además, buena parte de ellos son el resultado de ciertos efectos memorables que surgen del subconsciente o han sido elaborados a partir de las más variadas fuentes. La atmósfera es siempre el elemento más importante, por cuanto el criterio final de la autenticidad de un texto no reside en su argumento, sino en la creación de un estado de ánimo determinado. Por lo general, un cuento macabro que trata de enseñar o fomentar un efecto de tipo social, o un relato cuyos horrores se pueden explicar por medios naturales, no es un auténtico cuento de espanto cósmico. No obstante, hay que admitir que tales relatos poseen, en algunos pasajes, matices ambientales que responden a las condiciones que ya hemos mencionado.


Podemos juzgar un cuento fantástico, entonces, no a través de las intenciones del autor o a la pura mecánica del relato, sino a través del nivel emocional que es capaz de suscitar por medio de sus más pequeñas sugerencias sobrenaturales. Si es capaz de enervar las sensaciones adecuadas, su “efecto” lo hace merecedor de los atributos de la literatura fantástica, sin importar los medios utilizados. El único comprobante de lo auténticamente sobrenatural es el siguiente: saber si suscita o no en el lector un profundo sentimiento de inquietud al contacto con lo desconocido, una actitud de aprensión frente al avance insidioso del espanto, como si se estuviese escuchando el batir de unas alas tenebrosas o el movimiento de criaturas informes en el límite más remoto del universo conocido. Y naturalmente, cuanto mejor se logre evocar esa atmósfera a lo largo de todo el cuento, tanto mejor será su efecto artístico en ese tipo de literatura.


H. P. Lovecraft; El horror sobrenatural en la literatura.

lunes, 18 de marzo de 2013

Marzo

Cuando llega el equinoccio, las brujas centran su energía en el balance cambiante de una estación que se fusiona con la siguiente. Dirigimos nuestra atención a nuestro alrededor, trabajamos nuestra magia para satisfacer las necesidades del hogar, la supervivencia y el espíritu. Honramos el cambio de estación y todo lo que le acompaña: jardines que necesitan cuidado, proyectos que precisan un comienzo o un final, y acontecimientos de la vida que son inminentes o recientes. Todas estas necesidades externas nos pueden consumir. En medio de todo esto, a veces olvidamos que para sintonizar el ritmo inexorable de la Tierra, también debemos cuidar de nosotros mismos. El equinoccio nos da un momento de reequilibrio como si fuera una oportunidad para adentrarnos y descubrir nuestro propio interior. Como dijo Doreen Valiente, en El encargo de la Diosa:
    Y vosotros que me buscáis, sabed que vuestro deseo y búsqueda
    no serán satisfechos a menos que conozcáis el misterio: que
    si aquello que buscáis no lo encontráis en vuestro interior, jamás
    lo encontraréis fuera.
Estos tiempos de control y equilibrio también son momentos para centrar la atención en ti misma, para examinar no sólo tu trayectoria, sino en qué punto te encuentras. ¿Estás sana? ¿Eres honesta contigo misma? Cuando tus trayectorias interiores estén claras podremos conectar con lo divino, será mucho mejor. Tomarte el tiempo para considerar tu condición interna, te fortalece y equilibra tu vida interior y exterior. Al saber lo que hay dentro de nosotros mismos entendemos lo que se debe comenzar y lo que se debe acabar.


Éste será tu conjuro
Necesitarás lo siguiente:
-Un espejo que se aguante por sí solo.
-Un incienso (barrita) o el carbón y el incienso por separado (puedes probarlo con jazmín, o puedes utilizar una mezcla de salvia, violeta o Galium odoratum).
-Un lugar cómodo para sentarse delante del espejo.
Fíjate en ti misma delante del espejo. Toma medidas para marcar el área como un lugar sagrado y medita hasta sentirte lo más tranquila y abierta posible. Enciende el incienso, mira hacia el espejo con un enfoque suave y di:
    Llévame hacia mis caminos interiores
    donde coinciden pasado y futuro.
    Déjame oír mi voz más real
    desde lo más profundo.
Continúa mirando al espejo. Si necesitas ayuda para mantenerte centrada en ti misma y en tu voz interior, pronuncia las dos últimas líneas del conjuro. Te encontrarás a ti misma y advertirás los detalles de tu cuerpo, de tu salud, o incluso de tus emociones. Algunos de estos detalles te pueden sorprender.
Cuando hayas terminado, deja que el incienso se queme del todo e invierte el tiempo que haga falta en centrarte. Cuando hayas apartado el material del ritual, siéntate con tu agenda y piensa en hacer frente a cualquier necesidad y realización que hayas descubierto durante el conjuro.


                                                                                       Calendario de las Brujas de Llewellyn