jueves, 31 de octubre de 2013

Un conjuro para la conexión divina

El nombre de este mes procede de la palabra latina novem, que significa <<nueve>>. Originalmente era el noveno mes del calendario romano. Sin embargo, este mes sigue teniendo una estrecha relación con el número nueve. En numerología, el nueve es un número sagrado, basado en la triple trinidad (3x3=9). Su energía refleja perfección, equilibrio y orden. En términos espirituales o mágicos, representa universalidad y conclusión, ya que es el último número en el sistema de base 10 (contando los dígitos del 0 al 9).
    El mes de noviembre se asocia con la devoción espiritual. La gente puede intentar forjar vínculos más estrechos con la divinidad. Dado que el año termina, la temporada de cosecha llega a su fin. El mundo externo se queda en calma, dejando tiempo para apreciar los reinos interiores. Las noches largas y frías invitan a contemplar el exterior, sobre todo con la luz de una hoguera o de velas que iluminan la oscuridad. El límite entre mundos es muy fino, por lo que resulta más fácil ponerse en contacto con poderes superiores.
    Algunas deidades asociadas con este mes son: Cailleach, la anciana diosa celta, que supervisa el nacimiento y la muerte; su festividad, <<Reino de la anciana>>, es el 1 de noviembre. Hathor, la diosa madre, relacionada con el Sol y la Luna, se asocia con las vacas. El festival de Het Heret (alias Hathor) y la festividad de Odín (dios nórdico) es el 2 de noviembre. El resto de las antiguas celebraciones inglesas para el Rey de la Muerte permanecieron mucho tiempo en las hogueras y las bromas de la noche de travesuras se celebraban el día 4. Baco está relacionado con el vino y la celebración, y su festividad de Vinalia es el 11 de noviembre. Osiris es un dios vegetal vinculado a la muerte y la resurrección. Set asesina a Osiris durante el mes de noviembre y luego tira los restos del cuerpo del dios al río Nilo. Lakshmi preside la prosperidad y sexualidad en el panteón hindú. Diana, diosa virgen de la Luna, supervisa la naturaleza y la caza. Una de las tres fechas de la festividad de Diana es el 22 de noviembre. Baba Yaga es una diosa vieja y una bruja muy poderosa de Rusia. Su día festivo es el 24 de noviembre.
Los paganos contemporáneos trabajan a menudo con muchos dioses diferentes. Elige a nueve de ellos. Puedes utilizar los que hemos mencionado anteriormente, que están conectados con el mes de noviembre, u otros. Para este conjuro necesitarás una vela de novena: puede ser una vela larga en un vidrio, o bien una vela con nueve mechas. Escoge un color neutro, como el blanco o el negro. La vela quemará cada noche durante una hora, una sección por cada deidad con quien desees conectar. Colócala en una mesa pequeña con un mantel liso de altar. Cada noche, empieza con este conjuro:

Cuando se encienda la vela del poder de los nueve,
conectadme con lo divino. Dios y Diosa, el sin nombre,
brillo de Luna y luz del Sol, dejad que mis deseos se hagan realidad.
Habladme en sueños por la noche, o en símbolos durante el día,
Escuchad mis palabras y todo irá bien.

Mientras las velas van quemando, reflexiona o estudia la deidad que has escogido para la práctica de esta noche. Cuando se haya quemado una novena parte de la vela (o una de las nueve mechas) apaga la llama con estas palabras:

Espíritu sagrado, por mi arte,
sé un susurro en mi corazón.
Feliz encuentro y feliz despedida.

Presta atención a tus sueños y signos que te puedas encontrar estos días y que puedan estar relacionados con las deidades que deseas hallar. Al final del conjuro, deja que la vela se consuma del todo y deshazte de los restos en un lugar seguro.


Calendario de las Brujas de Llewellyn

miércoles, 30 de octubre de 2013

Últimos acertijos de Gestumblindi




















Entonces dijo Gestumblindi:

Me senté en un muro,
vi hombres muertos
llevar el cuerpo ensangrentado
a la corteza de un árbol.

"Te sentaste en un muro y viste cómo un halcón satisfecho llevaba un pato a un risco".
Entonces dijo Gestumblindi:

¿Quiénes son los dos
que tienen diez patas,
tres ojos,
y una cola?
Rey Heiðrekr,
piensa en el acertijo.

"Es cuando Óðinn cabalga sobre Sleipnir".
Entonces dijo Gestumblindi:

Dí una última cosa,
si eres el rey más sabio de todos:
¿Qué dijo Óðinn
en el oído de Baldr
antes de que éste fuera llevado
a la pira funeraria?

El rey Heiðrekr dice: "Eso sólo tú lo sabes, criatura monstruosa."
Y entonces Heiðrekr desenvaina a Tyrfingr y le da un golpe, pero Óðinn se transformó en halcón y se retiró volando. Pero el rey le dio un golpe y le cortó las plumas de la cola, y por ello el halcón tiene la cola corta desde entonces.
Óðinn dijo entonces: "Ya que tú, rey Heiðrekr, me atacaste y quisiste matarme siendo inocente, se convertirán los peores esclavos en la causa de tu muerte".


                                                                                                          Saga de Hervör

martes, 29 de octubre de 2013

PARNASO: A mi buitre


Este buitre voraz de ceño torvo
que me devora las entrañas fiero
y es mi único y constante compañero
labra mis penas con su pico corvo.

El día en que le toque el postrer sorbo
apurar de mi negra sangre, quiero
que me dejéis con él solo y señero
un momento, sin nadie como estorbo.

Pues quiero, triunfo haciendo mi agonía,
mientras él mi último despojo traga,
sorprender en sus ojos la sombría

mirada al ver la suerte que le amaga
sin esta presa en que satisfacía
el hambre atroz que nunca se le apaga.

-Miguel de Unamuno

lunes, 28 de octubre de 2013

Pasaje sobre las hadas de L'Allegro

Ella cuenta muchas historias,
de cómo el hada Mab se comió la tarta,
y de los pellizcos y empujones recibidos,
y él, guiado por la Linterna del Fraile,
cuenta cómo sudó el laborioso Goblin
para ganarse su plato de crema,
cuando en una noche, aún lejana la aurora,
su horca encantada trilló el trigo
que diez jornaleros no habrían trillado,
y luego se tiende el Demonio de Lubbard
en toda su longitud delante de la chimenea,
recuperando junto al fuego su fuerza velluda;
y deja fuera las mieses
antes de que el primer gallo cante sus maitines.


Sobre sordas negruras de abismos


(...)
Un pozo de tinieblas, negro
Como un caldero de brujas, lleno
De drogas lunares en eclipse destiladas.
Al inclinarme a mirar si podía bajar el pie
Por ese abismo vi, abajo,
Hasta donde alcanzaba la mirada
Negras paredes, lisas como el cristal
Recién acabadas de pulir,
Y con esa negra pez que el Trono de la Muerte
Derrama por sus bordes viscosos.
(...)

Thomas Moore (pasaje)

domingo, 27 de octubre de 2013

METALITERATURA: Poética



Es evidente que el origen general de la poesía se debió a dos causas; cada una de ellas parte de la naturaleza humana. La imitación es natural para el hombre desde la infancia, y esta es una de sus ventajas sobre los animales inferiores, pues él es una de las criaturas más imitadoras del mundo, y aprende desde el comienzo por imitación. Y es asimismo natural para todos regocijarse en tareas de imitación. La verdad de este segundo punto se muestra por la experiencia; aunque los objetos mismos resulten penosos de ver nos deleitamos en contemplar en el arte las representaciones más realistas de ellos, las formas, por ejemplo, de los animales más repulsivos y los cuerpos muertos. La explicación se encuentra en un hecho concreto: aprender algo es el mayor de los placeres no sólo para el filósofo, sino también para el resto de la humanidad, por pequeña que sea su aptitud para ello; la razón del deleite que produce observar un cuadro es que al mismo tiempo se aprende, se reúne el sentido de las cosas, es decir, que el hombre es de este o aquel modo; pues si no hubiéramos visto el objeto antes, el propio placer no radicaría en el cuadro como una imitación de éste, sino que se debería a la ejecución o al colorido o a alguna causa semejante. La imitación, entonces, por sernos natural (como también el sentido de la armonía y el ritmo, los metros que son por cierto especies de ritmos) a través de su original aptitud, y mediante una serie de mejoramientos graduales en su mayor parte sobre sus primeros esfuerzos, crearon la poesía a partir de sus improvisaciones.
La poesía, sin embargo, pronto se dividió en dos clases según las diferencias de carácter en los poetas individuales; pues los más elevados entre ellos debían representar las acciones más nobles y los personajes más egregios; mientras los de espíritu inferior representaban las acciones viles. Estos últimos producían invectivas primero, así como otros componían himnos y panegíricos. No conocemos ningún poema de los poetas prehoméricos, aunque sin duda hubo muchos autores entre ellos; pueden hallarse ejemplos, por cierto, desde Homero en adelante, tal su margites y poemas similares de otros. En esta poesía de invectiva su natural adecuación produjo el metro yámbico que quedó en uso; de aquí nuestro presente término "yámbico", porque era el metro de sus yambos o invectivas de unos contra otros. Como resultado se obtuvo que los viejos poetas se convirtieron, algunos de ellos, en autores del verso heroico y otros del yámbico. La posición de Homero, no obstante, es peculiar: así como fue en el estilo serio el poeta de los poetas, elevado no sólo por su excelencia literaria, sino también mediante el carácter dramático de sus imitaciones, fue asimismo el primero en bosquejar para nosotros las formas generales de la comedia al producir no una invectiva dramática, sino un cuadro dramático de lo ridículo; sus margites en verdad se hallan, respecto a nuestras comedias en la misma relación que la Ilíada y la Odisea frente a nuestras tragedias. Pero tan pronto como la tragedia y la comedia aparecieron en el ambiente, aquellos naturalmente atraídos por cierta línea de poesía se convirtieron en autores de comedias en lugar de yambos, y los otros inclinados por su índole a una línea distinta, en creadores de tragedias en lugar de epopeyas, porque estos nuevos modos del arte resultaban más majestuosos y de mayor estima que los antiguos.
En cuanto a cuestionar si la tragedia es ahora todo lo que debe ser en sus elementos formativos, considerar todo ello y decidirlo teoréticamente y en relación a las representaciones, es un problema para otra investigación.
Esta comenzó ciertamente mediante improvisaciones, como también la comedia; la primera se originó con los autores de los ditirambos, la otra con las canciones fálicas, que todavía perviven como instituciones en algunas de nuestras ciudades. Y su avance desde entonces fue lento, a través de su transformación y luego de superar etapas en cada paso. Sólo después de una larga serie de cambios el movimiento de la tragedia se detuvo al alcanzar su forma natural. 1) El número de actores fue primero aumentado a dos por Esquilo, quien disminuyó la importancia del coro, e hizo que el diálogo, o la parte hablada, asumiera la misión decisiva en el drama. 2) Un tercer actor y la escenografía se debieron a Sófocles. 3) La tragedia adquirió también su magnificencia. Descartó los relatos breves y el lenguaje chabacano, que debía a su origen satírico, alcanzó, aunque sólo en un momento tardío de su progreso, un tono de dignidad; su metro cambió, pues, del trocaico al yámbico. La razón para su uso originario del tetrámetro trocaico yacía en que su poesía era satírica y más relacionada con la danza que lo que sucede ahora. Empero, tan pronto como se introdujo la parte hablada, la naturaleza misma encontró el metro adecuado. El yámbico, según sabemos, es el más flexible de los metros, como se muestra por el hecho de que muy a menudo caemos en él en el diálogo, mientras que resulta raro que hablemos en hexámetros, y esto sólo cuando nos separamos del tono hablado de la voz. 4) Otro cambio fue la pluralidad de episodios o actos. En cuanto a los problemas restantes, los adornos sobreagregados y el relato de su introducción, éstos deben ser aceptados según se dijo, pues demandaría una tarea muy larga revisar los detalles.

Aristóteles; Poética. (Capítulo IV)

viernes, 25 de octubre de 2013

Baldr

Baldr tuvo unos sueños horribles: una völva precide su muerte y los dioses se reúnen para buscar un modo de evitarla. Así que Frigg, la madre del joven dios, toma juramento a todo lo que existe en la tierra, y nada podrá dañarlo. Se olvida del muérdago, sin embargo, porque parece insignificante. Pero Loki se disfrazó de mujer y consiguió sonsacarle el secreto a la diosa. Se reunieron luego los dioses para entretenerse arrojando toda clase de cosas a Baldr y comprobar que nada le hacía daño; Loki se acercó a Hǫðr, <<Guerrero>>, hermano de Baldr, que era ciego y no participaba en la diversión, y le dio una ramita de muérdago para que, guiado por él, se la arrojara y hacerle así los honores. La rama mágica mató a Baldr. Ante el desconsuelo de los dioses, Frigg pidió un voluntario para ir a Hel a intentar traer de vuelta a su hijo. Se ofreció otro de los hijos de Odín, Hermóðr, <<Valeroso en la tropa>>, que tomó prestado el caballo Sleipnir y atravesó el Gialarbrú. Pero allí se le dijo que Baldr sólo podría salir si todas las cosas de la tierra, vivas y muertas, lloraban por él. Y así lo hicieron, pero hubo una vieja etona llamada Thökk que se negó a hacerlo: seguramente era Loki, y por su culpa no pudo abandonar Baldr el mundo de los muertos. Entretanto prepararon el funeral del dios: aprestaron su barco pero no consiguieron sacarlo del agua hasta que los ayudó una etona llamada Hyrrokin, que llegó cabalgando sobre un lobo. La esposa de Baldr, Nanna, murió de dolor y fue quemada en la pira junto a su marido. Odín arroja a la hoguera su mágico brazalete Draupnir. Loki será castigado por los dioses y Vali, otro hijo de Odín, dará muerte a Hǫðr.



Snorri Sturluson

miércoles, 23 de octubre de 2013

ARJÉ: Ápeiron



 · Acerca de Anaximandro de Mileto:

 

"Entre los que dicen que es uno, en movimiento e infinito, Anaximandro de Mileto, hijo de Praxíades, que fue sucesor y discípulo de Tales, dijo que el principio y elemento de todas las cosas existentes era el ápeiron [indefinido o infinito], y fue el primero que introdujo este nombre de «principio».
 Afirma que éste no es agua ni ningún otro de los denominados elementos, sino alguna otra naturaleza ápeiron, a partir de la cual se generan todos los cielos y los mundos que hay en ellos.
Ahora bien, a partir de donde hay generación para las cosas, hacia allí también se produce la destrucción, «según la necesidad; en efecto, se pagan mutuamente culpa y retribución por su injusticia, de acuerdo con la disposición del tiempo», hablando así de estas cosas en términos más bien poéticos."

 Simplicio, Fís. 24, 13-25.

martes, 22 de octubre de 2013

1964 empezó bien

El que los pueblos de la Tierra no se hallasen preparados para afrontar la llegada de los marcianos fue exclusivamente culpa suya. Debieron haber prestado mayor atención a la advertencia que supusieron los sucesos del siglo anterior y, en especial, los de las precedentes décadas.
    En cierto modo, se puede considerar que tal advertencia databa de mucho tiempo atrás, ya que desde que se asentó la noción de que la Tierra no era el centro del Universo, sino sólo uno más entre los varios planetas que giraban alrededor del Sol, los hombres han especulado sobre si los demás planetas no estarían también habitados. Sin embargo, tales especulaciones habían permanecido siempre en un plano puramente filosófico, tal como ocurre con las especulaciones sobre el sexo de los ángeles o sobre si fue antes el huevo o la gallina.
    Podemos decir que la advertencia empezó realmente con Schiaparelli y Lowell, en particular con este último.
    Schiaparelli fue el astrónomo italiano que descubrió los canales de Marte, pero nunca aseguró que se tratase de construcciones artificiales. Fue Lowell quien, tras estudiarlos y dibujarlos, dio rienda suelta a su imaginación, diciendo que se trataba de canales artificiales. Prueba positiva de que Marte estaba habitado.
    Es cierto que fueron pocos los astrónomos que se pusieron de parte de Lowell; algunos incluso negaron la existencia de las rayas sobre la superficie del planeta o aseguraron que se trataba de ilusiones ópticas, mientras que otros explicaron que se trataba de líneas naturales, no de canales.
    Pero las gentes, que siempre tienden a acentuar lo positivo, en su inmensa mayoría eliminaron lo negativo y siguieron a Lowell. Exigieron y obtuvieron millones de palabras de especulación científica sobre los marcianos, fantasías al estilo de los suplementos dominicales.
    Luego, las novelas de ciencia ficción se apoderaron del campo de la especulación. Ganaron su primera y resonante batalla en 1895, cuando H. G. Wells escribió su magnífica obra La guerra de los mundos, un clásico que describe la invasión de la Tierra por los marcianos, quienes consiguen atravesar el espacio con proyectiles disparados por los cañones de Marte.
    Esa novela, que se hizo inmensamente popular, ayudó a preparar a la Tierra para la invasión. Orson Welles le dio otro empujón. En 1938, el día de los Inocentes, emitió un programa radiofónico que consistía en una dramatización del libro de Wells, y demostró, sin quererlo, que muchos de nosotros ya estábamos entonces dispuestos a aceptar la invasión de los marcianos como algo real. Miles de personas en todo el país, que pusieron sus receptores una vez empezado el programa y por tanto no escucharon el aviso de que se trataba de algo ficticio, creyeron que se trataba de hechos reales, que era cierto que habían llegado los marcianos y que nos estaban atacando. Siguiendo sus diversas inclinaciones, algunos corrieron a esconderse debajo de la cama, y otros salieron a la calle provistos de escopetas en busca de marcianos.
    Las novelas de ciencia ficción tuvieron un gran auge, lo que, unido al desarrollo de la ciencia, hizo cada vez más difícil el deslindar, en las novelas, la ciencia de la fantasía.
    Cohetes V-2 cruzando el Canal y bombardeando Inglaterra. Radar, sonar. Luego la Bomba A. La energía atómica. La gente empezó a creer que la ciencia podía llevar a cabo cualquier cosa que se propusiese.
    Lanzados desde White Sands, en Nuevo México, los cohetes interplanetarios experimentales empezaron a salir de la atmósfera terrestre. Un satélite artificial dispuesto para girar alrededor de la Tierra. Muy pronto llegaríamos a la Luna.
    La bomba H. Los platillos volantes. Desde luego, ahora ya sabemos lo que son, pero entonces no se sabía, y muchos creían en su origen extraterrestre.
    El submarino atómico. El descubrimiento de la metzita en 1963. La teoría de Barner demostrando que Einstein estaba equivocado y probando que velocidades superiores a la luz eran posibles.
    Cualquier cosa podía ser verdad, y mucha gente esperaba que sucediera.
    Esta psicosis de anticipación no sólo afectaba al hemisferio occidental. En todas partes, la gente estaba dispuesta a creer cualquier cosa, como aquel japonés, en Yamanashi, que decía ser un marciano, y fue rápidamente linchado por una turba que creyó en sus palabras. Luego, las algaradas de Singapur en 1962. Y se sabe ahora que la revolución filipina del año siguiente fue iniciada por una secta secreta mahometana, que decía estar en comunicación mística con los venusianos y actuar bajo su guía, consejo y dirección. Y en 1964 ocurrió aquel trágico accidente de los dos aviones del ejército estadounidense que se vieron obligados a hacer un aterrizaje forzoso con la nave espacial de prueba que pilotaban. Tuvieron que aterrizar al sur de la frontera y fueron entusiasta e inmediatamente eliminados por los mexicanos, quienes, al verlos salir del aparato con sus trajes y cascos espaciales, los tomaron por marcianos.
    Sí, debimos estar preparados para lo que ocurrió. Pero, ¿y para el modo en que llegaron? Sí y no. La ciencia ficción ha presentado a los marcianos bajo mil aspectos distintos -altas sombras azules, reptiles microscópicos, gigantescos insectos, bolas de fuego, flores ambulantes, lo que se quiera-, pero siempre evitó cuidadosamente lo vulgar, y lo vulgar resultó ser cierto. En realidad eran pequeños hombres verdes.
    Pero con una diferencia..., y qué diferencia. Nadie podía estar preparado para eso.

Debido a que muchas personas aún creen que ese dato puede tener cierta importancia sobre la cuestión, creo que debo decir que el año 1964 empezó sin que nada lo distinguiera de la docena de años anteriores.
    La única diferencia fue que empezó un poco mejor. La depresión del principio de la década había terminado, y la Bolsa alcanzaba nuevas cimas nunca vistas.
    La guerra fría seguía congelada, y no había más señales de una inminente explosión que en cualquier otra época después de la crisis de China.
    Europa se encontraba más unida que nunca desde la segunda guerra mundial, y una restablecida Alemania ocupaba de nuevo su lugar entre las grandes naciones industriales. En los Estados Unidos, los negocios eran florecientes y la mayor parte de los hogares disponían de dos automóviles. En Asia había menos hambre que de costumbre.
    Sí, 1964 empezó bien.


Fredric Brown; prólogo a 'Marciano, vete a casa'

domingo, 20 de octubre de 2013

MITOPÓIEIS: Lilit

Adán y Lilit nunca encontraron la paz juntos, pues cuando él quería acostarse con ella, Lilit consideraba ofensiva la postura recostada que él exigía. "¿Por qué he de acostarme debajo de ti? —preguntaba—. Yo también fui hecha con polvo, y por consiguiente soy tu igual." Como Adán trató de obligarla a obedecer por la fuerza, Lilit, airada, pronunció el nombre mágico de Dios, se elevó en el aire y lo abandonó. 
Adán se quejó a Dios: "Me ha abandonado mi compañera". Inmediatamente Dios envió a los ángeles Senoy, Sansenoy y Semangelof para que llevaran a Lilit de vuelta. La encontraron junto al Mar Rojo, región que abundaba en demonios lascivos, con los cuales dio a luz lilim a razón de más de cien por día. "¡Vuelve a Adán sin demora —le dijeron los ángeles— o si no te ahogaremos!" Lilit preguntó: "¿Cómo puedo volver a Adán y vivir como una ama de casa honesta después de mi estada junto al Mar Rojo?" "¡Morirás si te niegas!", replicaron ellos. "¿Cómo puedo morir —volvió a preguntar Lilit— cuando Dios me ha ordenado que me haga cargo de todos los niños recién nacidos; de los niños hasta el octavo día de vida, el de la circuncisión, y de las niñas hasta el vigésimo día? No obstante, si alguna vez veo vuestros tres nombres o vuestra semejanza exhibidos en un amuleto sobre un niño recién nacido, prometo perdonarlo". Los ángeles accedieron, pero Dios castigó a Lilit haciendo que un centenar de sus hijos demonios pereciesen a diario ".

Alpha Beta diBen Sira, 4 7 ; Gaster, MGWJ, 29 1880)s 553ss.

sábado, 19 de octubre de 2013

Para saber si una persona ausente está viva o muerta


Tómese una buena cantidad de cera virgen, pez griega y cinabrio en igual cantidad, póngase junto a derretir hasta que esté bien mezclado, y derrámese el líquido en una piedra dada de ajo, donde se deja enfriar; con ello se hace una figurita humana a la intención de la persona de quien se quiere tener noticias y que se le parezca cuanto sea posible, se ponen debajo de sus pies dos granos de incienso, y se le clavan en la cabeza tantas agujas o puntas de acero tocadas del imán cuantos son los años que no se han tenido noticias suyas; luego se pone un pedacito de latón bien pulido en la mano derecha de la figura diciendo: Arkepias ferda ko sirearis; después se pone al aire libre durante ocho días principiando el tercer día de la Luna a la hora de la noche en que Júpiter domina por primera vez y terminado a la hora en que Urano domina la última. Si entonces el pedacito de latón es brillante y pulido, estará seguro de que la persona goza de salud y sus negocios van bien; si es opaco y alterado estará enfermo o en mala posición; si está cubierto de cardenillo estará muerta infaliblemente, y para cerciorarse mejor se toma entonces el pedacito de latón y a la noche se coloca debajo de la almohada, y forzosamente se tendrá un sueño o una visión que dará a conocer el estado de la persona de quien se quiere saber.


Secretos sacados del Libro de Hermes Trimegistro

viernes, 18 de octubre de 2013

Dioses de las lágrimas de oro

Algún tiempo después del año 4000 a. C. el gran Anu, señor de Nibiru, vino a la Tierra en visita de Estado.
    No era la primera vez que realizaba aquel arduo viaje espacial. Unos 440.000 años terrestres antes -tan sólo 122 años según las cuentas de Nibiru- su hijo primogénito, Enki, había viajado a la Tierra con el primer grupo de cincuenta Anunnaki para abastecerse del oro con que estaba bendecido el séptimo planeta. En Nibiru, la naturaleza y los cambios introducidos en ella por los avances tecnológicos se habían combinado para enrarecer y dañar la atmósfera del planeta, una atmósfera que no sólo era necesaria para respirar, sino que actuaba, además, resguardando al planeta como en un invernadero e impidiendo que se disipara su calor generado desde dentro. Sus científicos habían llegado a la conclusión de que sólo suspendiendo partículas de oro en la alta atmósfera de Nibiru podría evitarse que el planeta acabara convertido en un mundo helado y sin vida.
    Enki, brillante científico como era, amerizó en el golfo Pérsico y construyó una base, Eridu, en sus costas. Su plan era obtener oro extrayéndolo de las aguas del golfo; pero las cantidades extraídas por este método eran insuficientes y, mientras tanto, la crisis de Nibiru se agravó. Cansado de las dilaciones de Enki, que aseguraba una y otra vez que su proyecto acabaría teniendo éxito, Anu vino a la Tierra para ver por sí mismo cómo iban las cosas. Trajo consigo a su presunto heredero, Enlil; que, aunque no era su primogénito, tenía derecho a la sucesión porque Antu, su madre, era hermanastra de Anu. Enlil carecía del talento científico de Enki, pero era un administrador excelente; no sentía la fascinación de su hermanastro por los misterios de la naturaleza, sino que era de los que piensan que hay que tomar las riendas y hacer lo que convenga. Y lo que convenía hacer en aquellos momentos, según mostraban todos los estudios, era conseguir oro mediante explotaciones mineras de allí donde abundaba: el sur de África.
    La discusión fue acerba, no sólo por el proyecto en sí, sino también por la rivalidad entre los dos hermanastros. Anu llegó a pensar incluso en quedarse en la Tierra y nombrar a uno de sus hijos regente de Nibiru; pero su idea sólo desencadenó nuevas discordias. Hasta que finalmente lo echaron a suertes. Enki iría a África y organizaría allí las explotaciones mineras; Enlil se quedaría en E.DIN (Mesopotamia), y construiría las instalaciones necesarias para refinar los minerales y para enviar el oro a Nibiru. Y Anu regresó al planeta de los Anunnaki. Aquélla fue su primera visita.
    La segunda estuvo motivada por otra emergencia. Cuarenta años de Nibiru después del primer aterrizaje, los Anunnaki designados para trabajar en las minas de oro se amotinaron. En qué medida se debió su actitud a la dureza del trabajo en las profundidades de las minas, o hasta qué punto estuvo motivada por las envidias entre los dos hermanastros y sus respectivos contingentes, es algo sobre lo que sólo tenemos conjeturas. Lo único cierto es que los Anunnaki supervisados por Enki en el sur de África se rebelaron, se negaron a proseguir los trabajos y detuvieron a Enlil como rehén cuando fue allí para desactivar la revuelta.
    Todos estos acontecimientos quedaron registrados; y milenios después les fueron referidos a los terrestres para que pudieran saber cómo comenzó todo. Se convocó un consejo de dioses. Enlil insistió en que Anu viniera a la Tierra a presidirlo y encausar a Enki. En presencia de los jefes reunidos, Enlil narró la concatenación de los hechos y acusó a Enki de organizar la rebelión. Pero cuando los amotinados tomaron la palabra y contaron su versión, Anu simpatizó con ellos. Eran viajeros del espacio, no mineros; y su tarea había llegado realmente a hacérseles insoportable.
(...)


                                                                           Zecharia Sitchin; Los Reinos Perdidos

FICCIORAMA: Los buques suicidantes



Resulta que hay pocas cosas más terribles que encontrar en el mar un buque abandonado. Si de día el peligro es menor, de noche el buque no se ve ni hay advertencia posible: el choque se lleva a uno y otro.
Estos buques abandonados por a o por b, navegan obstinadamente a favor de las corrientes o del viento; si tienen las velas desplegadas. Recorren así los mares, cambiando caprichosamente de rumbo.
No pocos de los vapores que un buen día no llegaron a puerto, han tropezado en su camino con uno de estos buques silenciosos que viajan por su cuenta. Siempre hay probabilidad de hallarlos, a cada minuto. Por ventura las corrientes suelen enredarlos en los mares de sargazo. Los buques se detienen, por fin, aquí o allá, inmóviles para siempre en ese desierto de algas. Así, hasta que poco a poco se van deshaciendo. Pero otros llegan cada día, ocupan su lugar en silencio, de modo que el tranquilo y lúgubre puerto siempre está frecuentado.
El principal motivo de estos abandonos de buque son sin duda las tempestades y los incendios que dejan a la deriva negros esqueletos errantes. Pero hay otras causas singulares entre las que se puede incluir lo acaecido al María Margarita, que zarpó de Nueva York el 24 de agosto de 1903, y que el 26 de mañana se puso al habla con una corbeta, sin acusar novedad alguna. Cuatro horas más tarde, un paquete, no obteniendo respuesta, desprendió una chalupa que abordó al María Margarita. En el buque no había nadie. Las camisetas de los marineros se secaban a proa. La cocina estaba prendida aún. Una máquina de coser tenía la aguja suspendida sobre la costura, como si hubiera sido dejada un momento antes. No había la menor señal de lucha ni de pánico, todo en perfecto orden. Y faltaban todos. ¿Qué pasó?
La noche que aprendí esto estábamos reunidos en el puente. Íbamos a Europa, y el capitán nos contaba su historia marina, perfectamente cierta, por otro lado.
La concurrencia femenina, ganada por la sugestión del oleaje susurrante, oía estremecida. Las chicas nerviosas prestaban sin querer inquieto oído a la ronca voz de los marineros en proa. Una señora muy joven y recién casada se atrevió:
–¿No serán águilas...?
El capitán se sonrió bondadosamente:
–¿Qué, señora? ¿Águilas que se lleven a la tripulación?
Todos se rieron, y la joven hizo lo mismo, un poco cortada.
Felizmente un pasajero sabía algo de eso. Lo miramos curiosamente. Durante el viaje había sido un excelente compañero, admirando por su cuenta y riesgo, y hablando poco.
–¡Ah! ¡Si nos contara, señor! –suplicó la joven de las águilas.
–No tengo inconveniente –asintió el discreto individuo–. En dos palabras: en los mares del norte, como el María Margarita del capitán, encontramos una vez un barco a vela. Nuestro rumbo –viajábamos también a vela–, nos llevó casi a su lado. El singular aire de abandono que no engaña en un buque llamó nuestra atención, y disminuimos la marcha observándolo. Al fin desprendimos una chalupa; a bordo no se halló a nadie, todo estaba también en perfecto orden. Pero la última anotación del diario databa de cuatro días atrás, de modo que no sentimos mayor impresión. Aun nos reímos un poco de las famosas desapariciones súbitas. Ocho de nuestros hombres quedaron a bordo para el gobierno del nuevo buque. Viajaríamos en conserva. Al anochecer aquél nos tomó un poco de camino. Al día siguiente lo alcanzamos, pero no vimos a nadie sobre el puente. Desprendióse de nuevo la chalupa, y los que fueron recorrieron en vano el buque: todos habían desaparecido. Ni un objeto fuera de su lugar. El mar estaba absolutamente terso en toda su extensión. En la cocina hervía aún una olla con papas.
Como ustedes comprenderán, el terror supersticioso de nuestra gente llegó a su colmo. A la larga, seis se animaron a llenar el vacío, y yo fui con ellos. Apenas a bordo, mis nuevos compañeros se decidieron a beber para desterrar toda preocupación. Estaban sentados en rueda, y a la hora la mayoría cantaba ya.
Llegó mediodía y pasó la siesta. A las cuatro, la brisa cesó y las velas cayeron. Un marinero se acercó a la borda y miró el mar aceitoso. Todos se habían levantado, paseándose, sin ganas ya de hablar. Uno se sentó en un cabo arrollado y se sacó la camiseta para remendarla. Cosió un rato en silencio. De pronto se levantó y lanzó un largo silbido. Sus compañeros se volvieron. Él los miró vagamente, sorprendido también, y se sentó de nuevo. Un momento después dejó la camiseta en el rollo, avanzó a la borda y se tiró al agua. Al sentir ruido, los otros dieron vuelta la cabeza, con el ceño ligeramente fruncido. Pero enseguida parecieron olvidarse del incidente, volviendo a la apatía común.
Al rato otro se desperezó, restregóse los ojos caminando, y se tiró al agua. Pasó media hora; el sol iba cayendo. Sentí de pronto que me tocaban en el hombro.
–¿Qué hora es?
–Las cinco –respondí. El viejo marinero que me había hecho la pregunta me miró desconfiado, con las manos en los bolsillos. Miró largo rato mi pantalón, distraído. Al fin se tiró al agua.
Los tres que quedaban, se acercaron rápidamente y observaron el remolino. Se sentaron en la borda, silbando despacio, con la vista perdida a lo lejos. Uno se bajó y se tendió en el puente, cansado. Los otros desaparecieron uno tras otro. A las seis, el último de todos se levantó, se compuso la ropa, apartóse el pelo de la frente, caminó con sueño aún, y se tiró al agua.
Entonces quedé solo, mirando como un idiota el mar desierto. Todos sin saber lo que hacían, se habían arrojado al mar, envueltos en el sonambulismo moroso que flotaba en el buque. Cuando uno se tiraba al agua, los otros se volvían momentáneamente preocupados, como si recordaran algo, para olvidarse enseguida. Así habían desaparecido todos, y supongo que lo mismo los del día anterior, y los otros y los de los demás buques. Esto es todo.
Nos quedamos mirando al raro hombre con explicable curiosidad.
–¿Y usted no sintió nada? –le preguntó mi ***
– Sí; un gran desgano y obstinación de las mismas ideas, pero nada más. No sé por qué no sentí nada más. Presumo que el motivo es éste: en vez de agotarme en una defensa angustiosa y a toda costa contra lo que sentía, como deben de haber hecho todos, y aun los marineros sin darse cuenta, acepté sencillamente esa muerte hipnótica, como si estuviese anulado ya. Algo muy semejante ha pasado sin duda a los centinelas de aquella guardia célebre, que noche a noche se ahorcaban.
Como el comentario era bastante complicado, nadie respondió. Poco después el narrador se retiraba a su camarote. El capitán lo siguió un rato de reojo.
–¡Farsante! –murmuró.
–Al contrario –dijo un pasajero enfermo, que iba a morir a su tierra–. Si fuera farsante no habría dejado de pensar en eso, y se hubiera tirado también al agua.

Horacio Quiroga; Cuentos de amor de locura y de muerte.