martes, 31 de diciembre de 2013

Santuario de Ba'al Hammón


Hagamos una descripción detallada, empezando por el Hierón Akroterion. Éste es el punto más occidental no sólo de Europa, sino también de toda la <<oikuméne>>, pues el mundo habitado se termina por el ocaso con los dos continentes, es decir, con la península de Europa y con la extremidad de Libia, de las cuales una ocúpanla los iberos y otra los mauritanos. Los confines de Iberia se extienden unos mil quinientos estadios más allá de la citada extremidad. De ahí el nombre con que se designa al territorio contiguo al dicho confín, que en lengua latina llaman <<Cuneus>>, con lo que quieren significar <<sphén>>. Este promontorio se proyecta dentro del mar, y Artemídoro, que según afirma visitó el lugar, lo compara a una nave, y dice que tres pequeñas islas contribuyen a darle esta figura: una ocupa el lugar del espolón, y las otras dos, con irregulares condiciones para aportar, el de la <<epotides>>. Y dice que no hay allí ningún templo de Hércules, como falsamente afirmó Éforo, ni ningún altar dedicado a él ni a ningún otro dios, sino piedras esparcidas por doquier en grupos de tres o cuatro, las cuales, según una antigua costumbre, son vueltas del revés por los que visitan el lugar y después de ofrecida una libación reintegradas a su postura primera. Y no está permitido ofrecer sacrificios ni aun estar allí durante la noche, pues dicen que los dioses lo ocupan en aquellas horas. Los que van a visitarlo pernoctan en una aldea próxima, y después, de día, entran allí llevando consigo agua, ya que el lugar no la tiene.


                                                                            Estrabón (en el Cabo de San Vicente)

lunes, 30 de diciembre de 2013

La verdadera misa negra

Esta aventura pone punto final a la deformación de la tradición y a la misa negra practicada con un designio mágico.
    Después de la Edad Media, esta misa donde la evocación diabólica corre pareja con la pornografía no es más que una vulgar parodia de aquella practicada por los magos de la antigüedad donde la desnudez de los asistentes era obligatoria, pero la pujanza que se desprendía de ella no tenía ninguna relación con el erotismo.
    La mayoría de las ceremonias mágicas de las civilizaciones desaparecidas no mezclaban la orgía con los ritos tenidos por sagrados.
    En el culto de Belfegor, de Astarté o de Adonis, encontramos el origen real de las misas negras, pero si los asistentes se desnudaban para exasperar en ellos la exaltación sexual mediante cantos y danzas, jamás se daban a ningún exceso.
    Los sacerdotes y sacerdotisas no ignoraban que un entrenamiento periódico provocaba una renovación de las fuerzas magnéticas. Esta tradición procede de Oriente donde los practicantes del yoga, todavía en nuestros días, se desnudan por entero para facilitar el cambio fluídico centralizado por el plexo solar, cuando quieren experimentar fenómenos de transmisión de pensamiento, de hipnosis y de magnetismo [El cuerpo humano es una pila sin fin. Expulsa el fluido por los plexos positivos y lo recibe de fuera por el plexo negativo (Jean Lignière). Según la teoría hindú, que es la de los magos occidentales, son siete los plexos en el cuerpo humano: solar (oro), cardíaco (azul), prostático (rojo), faríngeo (violeta), glande pineal (blanco), cavernoso (índigo), sacro (anaranjado). Cada uno de estos plexos tiene un papel preciso, e influye directamente en un órgano. En cambio, el solar y el sacro, situados debajo de la columna vertebral, favorecen las facultades psíquicas o mediúmnicas. El cardíaco, situado cerca del corazón, influye en la visión y los pies. El prostático, debajo del vientre, en el olfato y la sexualidad; el glande pineal, vestigio del tercer ojo, situado en medio de la frente, en la boca y el gusto. El cavernoso, en la espalda, en la base del pulmón, en la voz y el oído... En el curso de antiguas ceremonias, se trataba sobre todo de desarrollar el sacro y el solar].
    Un cambio que se hacía bien con adeptos o con la naturaleza, es decir, el sol y el viento. La obligación de estar desnudo venía condicionada por el hecho de que las ropas trababan las corrientes fluídicas.
    En el curso de esas ceremonias se producían prodigios. Algunos participantes entraban en éxtasis y revelaban el futuro de quienes se hallaban a su lado. Otros, se hacían súbitamente insensibles al dolor. Estos fenómenos, aparentemente sobrenaturales, sólo se debían de hecho a la enorme potencia magnética emitida por la mayoría de los asistentes.
    No se producía en los adeptos un desbordamiento ni un rechazo sexual, sino únicamente una fuerza y una creencia profunda en sus facultades.
    <<Lo invisible está en nosotros>>, afirma Louis Pauwels.
    Es cierto, y los poderes secretos del hombre son inmensos. Desgraciadamente esos poderes fueron falseados, deformados y condenados.
    En nombre de las apariencias, lo que servía al Bien fue considerado como una obra diabólica, pues allí donde hay desnudez, ¡está también el pecado!...
    La amenaza del infierno terminó por influir en las almas débiles, y las reuniones antiguas fueron desde entonces comparadas a homenajes a Satanás.
    Los agnósticos y los maniqueos que habían conservado una parte de la antigua tradición pasaron a ser heréticos a quienes era urgente quemar.
    En verdad, practicaban un rito muy anterior a aquel de la Iglesia.
    Con la desaparición de los heréticos, surgieron el miedo y el pudor...
    Pero los antiguos conocían las virtudes terapéuticas de esas curaciones. Hoy, parece que se las descubra y quienes practican el desnudismo saben perfectamente que no sólo la luz solar y la pureza del aire bañan las células y las reaniman, sino también el fluido magnético.
    Hay tanta diferencia entre las misas negras de la antigüedad y las que se practican en nuestros días como la que hay entre el Bien y el Mal o entre el Mahatma Gandhi y Charles Manson.


V.V.A.A.; Los esclavos del Diablo

Per Benedictionen


sábado, 28 de diciembre de 2013

La guía telefónica de Manhattan (abreviada)

Ésta es la mejor historia y la peor historia que jamás haya escrito nadie.
    Hay muchas formas de juzgar el mérito de una historia, ¿no? Una es que haya mucha gente en ella, y que esa gente sea real. Bien, esta historia tiene más gente en ella que cualquier otra historia en toda la historia del mundo. ¿La Biblia? Olvídenla. Diez mil personas, como máximo. (No las he contado, pero sospecho que son menos que eso, aún incluyendo a todos los personajes secundarios.)
    ¿Y real? Cada uno de los personajes es un ser humano vivo certificado. Se me puede acusar de poca profundidad en la descripción de esos personajes, no lo discuto. Si hubiera tenido el tiempo y el espacio, hubiera podido contarles mucho más acerca de cada una de esas personas..., pero un escritor tiene que considerar una serie de limitaciones dramáticas. Si hubiera dispuesto de más espacio. ¡Huau! ¡La de historias que hubieran podido leer!
    Lo admito también, el argumento es limitado. Uno no puede tenerlo todo. La fuerza de esta historia reside en la gente. Yo estoy en ella. Ustedes también.
    Es así:
    Jerry L. Aab se trasladó a Nueva York hace seis años desde su hogar en Valdosta, Georgia. Todavía habla con acento del sur, pero lo va perdiendo gradualmente. Se casó con una mujer llamada Elaine, y las cosas no le han ido muy bien a la familia Aab. Su segundo hijo murió, y Elaine está de nuevo embarazada. Cree que Jerry se entiende con otra mujer. No es cierto, pero ella ya está hablando de divorcio.
    Roger Aab no tiene ningún parentesco con Jerry. Es nativo de Nueva York. Vive en un apartamento en el tercer piso de un edificio sin ascensor, en el 1 de Maiden Lane. Es su primer hogar; Roger tiene sólo diecinueve años, acaba de graduarse en la escuela secundaria, y piensa en matricularse en el City College. En estos momentos, mientras se decide, trabaja en una tienda e intenta conseguir una cita con Linda Cooper, que vive a dos manzanas de su casa. En realidad todavía no ha decidido qué quiere hacer en la vida, pero confía en que llegará a una decisión.
    Kurt Aach está en libertad condicional. Cumplió dos años en Attica, en el norte del estado, por robo a mano armada. No era su primera condena. Tenía vagas ideas de reformarse al salir. Si pudiera enrolarse en la marina mercante piensa que podría conseguirlo, pero los asquerosos trabajos que le han ofrecido hasta ahora ni siquiera merecen la pena que se moleste con ellos. Acaba de comprarle una Smith y Wesson del 38 a un tipo en los muelles. La limpia y engrasa constantemente.
    Robert Aach es el hermano mayor de Kurt. Nunca visitó a Kurt en la prisión porque odia a ese inútil. Cuando piensa en su hermano espera que el estado decida pronto restablecer la silla eléctrica. Tiene una esposa y tres chicos. Les gusta ir a Florida de vacaciones.
    Adrienne Aaen lleva trabajando en el Woolworths de la Calle 14 Este desde que tenía veintiún años. Ahora ha pasado los sesenta y pronto se retirará, involuntariamente. Nunca se ha casado. Su carácter es más bien hosco, sobre todo debido a sus pies, que le llevan doliendo cuarenta años. Tiene un gato y un periquito. El gato es demasiado perezoso para perseguir al pájaro. Adrienne ha conseguido ahorrar algo de dinero. Cada noche da gracias a Dios por todas sus bendiciones, y a la ciudad de Nueva York por el control sobre los alquileres.
    Molly Aagard tiene treinta años, y trabaja para la Policía de Tráfico de Nueva York. Se pasa todo el día en el metro. Está encargada de detener los grandes crímenes que infestan la ciudad subterránea, y pone gran empeño en ello.Odia las pintadas que florecen constantemente en las paredes de todos los vagones como hongos malignos.
    Irving Aagard no tiene ningún parentesco con ella. Tiene cincuenta y cinco años, y es propietario de una tienda concesionaria Oldsmobile en Nueva Jersey. La gente le pregunta por qué vive en Manhattan, y siempre le sorprende esa pregunta. ¿Acaso debería preferir vivir en Jersey, por el amor de Dios? Para Irving, Manhattan es el único lugar donde se puede vivir. Tiene dinero suficiente como para enviar a sus tres hijos -Gerald, Morton y Barbara- a buenas escuelas. Se preocupa por la delincuencia, pero no más que cualquier otro.
    Shiela Aagre es una callejera de diecisiete años de St. Paul. Su vida de prostituta no es gran cosa, pero eso es mejor que Minnesota. Le da a la heroína, pero sabe que puede dejarla siempre que quiera.
    Theodore Aaker y su esposa, Beatrice, viven en un hermoso apartamento a una manzana de distancia de los Dakota, donde fue muerto John Lennon. Aquella noche salieron y estuvieron allí de pie a la luz de las velas, recordando Woodstock, recordando el verano de amor en el Haight-Ashbury. A veces Theodore se pregunta cómo y por qué se metió en el asunto de los valores y los bonos. Beatrice está embarazada de su primer hijo. Está decidiendo cuánto tiempo va a permanecer apartada de su trabajo de abogada. Es una difícil pregunta.
    (162.000 personajes omitidos.)
    Clemanzo Cruz vive en la Calle 120 Este. Está sin empleo, y así ha sido desde que llegó de Puerto Rico. Siempre está en un bar en la esquina de Lexington y la 122. No acostumbraba a beber mucho allá en San Juan, pero ahora es todo lo que hace. Han sido quince años. Se podría decir que está desanimado. Su esposa, Ilona, va a trabajar a las cinco de la tarde al Empire State Building, donde friega suelos y wáteres. Ya ha sido asaltada una docena de veces en su camino de vuelta a casa en el Lexington local número 6.
    Zelad Cruz comparte un apartamento con otras dos secretarias. Incluso con compañeras de cuarto es difícil llegar a fin de mes con los alquileres de Nueva York en la forma en que están. Siempre tiene una cita el sábado por la noche -es una auténtica belleza-, y se lo pasa en grande, pero el domingo por la mañana siempre la encuentra en una de las primeras misas en St. Patricks. Está ese tipo que ella cree que le va a pedir que se case con él. Ha decidido que le dirá que sí. Está cansada de compartir un apartamento. Espera que no le pegue mucho.
    Richard Cruzado conduce un taxi. Es un tipo bonachón. Es bien sabido que no le importa hacer carreras hasta lo más oscuro de Brooklyn. El nombre de su esposa es Sabina. Siempre le está insistiendo en comprar una casa en Queens. Él cree que alguno de esos días lo hará. Tienen seis hijos, y la vida es dura para ellos en Manhattan. Esas casas allí en Queens tienen patios traseros, piscinas, lo que quieras.
    (1.250.000 personajes omitidos.)
    Ralph Zzyzzmjac se cambió el nombre hace dos años. Su auténtico nombre es Ralph Zyzzmjac. Un amigo le convenció de añadir una Z para ser el último tipo en el listín telefónico. Es soltero, bibliotecario, y trabaja para la ciudad de Nueva York. Para divertirse va al cine, solo. Tiene sesenta y un años.
    Edward Zzzzyniewski está loco. No para de entrar y salir de Bellevue. Pasa la mayor parte de su tiempo pensando en ese bastardo de Zzyzzmjac, que durante dos años lo echó el último lugar de la guía, su único pasaporte a la fama. Piensa mucho en él -un hombre al que ni siquiera conoce-, fantaseando que Zzyzzmjac va a por él. El año pasado añadió dos Z a su nombre. Ahora se prepara para su próximo movimiento contra ese bastardo de Zzyzzmjac. Está seguro de que Zzyzzmjac va a añadir dos Z más este año, así que él está dispuesto a añadir siete. Ed Zzzzzzzzzzzyniewski. Será estupendo, decide.
    Luego, un día, diecisiete bombas termonucleares estallaron en el aire encima de Manhattan, El Bronx, y State Island también. Tenían cada una entre los cinco y los veinte megatones. Eran más que suficiente para matar a todos los personajes de esta historia. La mayor parte de ellos murieron instantáneamente. Unos pocos duraron entre unos minutos y unas horas, pero todos ellos murieron, simplemente así. Yo también morí. Y ustedes.
    Yo fui afortunado. En menos tiempo del que necesita un neutrón para golpear a otro me vi convertido en átomos radiactivos, al igual que el edificio donde me encontraba, y el suelo de debajo hasta una profundidad de trescientos metros. En un milisegundo todo se volvió más estéril que el alma de Edward Teller.
    Ustedes lo tuvieron un poco peor. Ustedes estaban en una tienda, de pie cerca de un escaparate. La enorme ola de presión convirtió el cristal en diez mil cuchillas de dolor, mil de las cuales desgarraron la carne de sus cuerpos. Una de esas cuchillas penetró en su ojo izquierdo. Fueron arrojados ustedes a la parte de atrás de la tienda, rompiéndose un montón de huesos y sufriendo gran cantidad de heridas internas, pero aún siguieron viviendo. Había un gran trozo de cristal atravesando su cuerpo. La ensangrentada punta emergía por su espalda. La tocaron cuidadosamente, intentando arrancársela, pero dolía demasiado.
    En el trozo de cristal había una pegatina rectangular con el mensaje: <<Se aceptan tarjetas de crédito.>>
    La tienda se incendió a su alrededor, y ustedes empezaron a cocerse lentamente. Tuvieron tiempo de pensar: <<¿Para eso pago mis impuestos?>>, y luego murieron.
    Esta historia les llega por cortesía de la Compañía Telefónica. Pueden encontrarse ejemplares de ella cerca de cualquier teléfono en Manhattan, y miles de historias muy parecidas a ésta han sido compiladas para todas las comunidades de los Estados Unidos. Su lectura es interesante. Les animo a que lean unas cuantas páginas cada noche. No olviden que muchas esposas están listadas solamente bajo el nombre de sus maridos. Y hay que tener en cuenta a los niños: muy pocos tienen su propio teléfono. Mucha gente -como las mujeres solteras- pagan una cantidad extra por un número que no figure en la guía. Y están los muy pobres, los que están de paso, la gente de la calle y los que no pueden pagar el último recibo. No olviden a ninguno de ellos cuando lean la historia. Lean tanto o tan poco de ella como puedan, y pregúntense si es para eso para lo que pagan ustedes sus impuestos. Quizá dejen de hacerlo.
    Oh, vamos, les he oído protestar. Alguien sobrevivirá.
    Quizá. Es posible. Es probable.
    Pero ése no es el asunto. A todos nos gustan las historias de después de la bomba. Si no fuera así, ¿por qué habría tantas? Hay algo atractivo en toda esa gente desapareciendo, en vagar por un mundo despoblado, recogiendo latas Campbell de carne de cerdo y de guisantes, defendiendo a la familia de los merodeadores. De acuerdo, es horrible, de acuerdo, lloramos por toda esa gente muerta. Pero alguna parte secreta de nosotros piensa que sería bueno sobrevivir, empezarlo todo de nuevo.
    En secreto, sabemos que nosotros sobreviviremos. Todas esas otras personas morirán. De eso hablan las historias de después de la bomba.
    Todas esas historias de después de la bomba son mentiras. Mentiras, mentiras, mentiras.
    Ésta es la única historia de después de la bomba auténtica que jamás leerán ustedes.
    Todo el mundo muere. Su padre y su madre son decapitados y aplastados por el derrumbamiento de un edificio. Las ratas devoran sus cortadas cabezas. Su marido resulta desventrado. Su esposa queda ciega, su cuerpo arde, y camina a tientas por la calle llena de cenizas hasta que los perros enloquecidos por el miedo la devoran viva. Su hermano y su hermana resultan incinerados en sus casas, sus cuerpos se convierten en finas cenizas pulverulentas a causa de las tormentas de fuego. Sus hijos..., oh, lo siento, odio decirles esto, pero sus hijos viven mucho tiempo. Tres días eternos. Pasan esos días arrancándose las entrañas, viendo como la carne se cae de sus cuerpos, oliendo la gangrena en sus lacerados pies, y preguntándoles a ustedes por qué ha ocurrido todo esto. Pero ustedes no están allí para decírselo. Ya les he contado cómo murieron ustedes.
    Para eso es para lo que pagan sus impuestos.


                                                                                                                  John Varley

jueves, 26 de diciembre de 2013

Las Once Reglas Satánicas de la Tierra


No des tus opiniones o consejos a menos que te los pidan.

No expliques tus problemas a otros a menos que estés seguro de que quieran escucharlos.

Cuando estés en los dominios de otro, muéstrale respeto o, por el contrario, no vayas allí.

Si un invitado en tus dominios te molesta, trátale con crueldad y sin misericordia.

No intentes un acercamiento sexual a menos que recibas la señal correspondiente.

No tomes lo que no te pertenece a menos que sea una carga para la otra persona y pida que se le libere de ella.

Reconoce el poder de la magia si la has empleado con éxito para lograr tus deseos.

Si niegas el poder de la magia después de haberla invocado con éxito, perderás todo lo que has obtenido.

No te quejes de nada a lo que no tengas que someterte personalmente.

No hagas daño a los niños pequeños.

No mates animales no humanos a menos que te ataquen o los necesites para comer.

Cuando camines en territorio abierto, no molestes a nadie. Si alguien te molesta, pídele que se detenga.

Si no se detiene, destrúyele.


Anton Szandor LaVey

Asociación de los metales...

...con los planetas astrológicos:

Oro: Sol
Plata: Luna
Mercurio: Mercurio
Cobre: Venus
Hierro: Marte
Estaño: Júpiter
Plomo: Saturno


Personificación de los pecados...

...en diablos medievales:

Soberbia: Lucifer
Avaricia: Mammon
Lujuria: Asmodeus
Ira: Satán
Gula: Belcebú
Envidia: Leviatán
Pereza: Belphegor


lunes, 23 de diciembre de 2013

Cueva


La cueva, gruta o caverna (...) tiene un significado místico desde los primeros tiempos. Se considere como <<centro>> o se acepte la asimilación a un significado femenino, como lo haría el psicoanálisis desde Freud, la caverna o cueva, como abismo interior de la montaña, es el lugar en que lo numinoso se produce o puede recibir acogida. Por ello, desde la prehistoria, y no sólo por la causa utilitaria de esconder y preservar las imágenes, se situaron en grutas profundas las pinturas simbólicas de los correspondientes cultos y ritos. La cueva, dotada en sí de simbolismo femenino, parece recibir un símbolo masculino compensatorio, de ser cierto el equilibrio de pares de principios (activo-pasivo) indicado por la señora Lamming Emperaire en su Signification de l'Art Pariétal. De hecho, así sucede con frecuencia, pero, en realidad, las obras pictóricas integran símbolos femeninos (mujer, bisonte, representaciones esquemáticas de cabañas, heridas, redes, cuadrados, rombos, etc.) y masculinos (caballo, fieras, arpones, azagayas, etc.). De este modo, la cueva pintada es un santuario que acoge símbolos que explican y refuerzan su propio simbolismo. Prescindiendo ya de la prehistoria, en las religiones de la Antigüedad son frecuentes los mitos relacionados con cuevas o estructuras similares. El nacimiento de ciertos héroes, la ocultación de armas, símbolos de poder, etc., se verifica en cuevas. Como el simbolismo no contradice en nada la realidad natural y utilitaria, sino que sólo la transfigura dándole un sentido espiritual, es obvio que el origen de estos significados pudo hallarse en la realidad histórica de un acontecer, aunque nada más contrario a la teoría que priva actualmente en mitología que invertir los términos de este modo. Se postula que el origen de lo utilitario es mítico, y no al revés. Prescindiendo de cuestiones de <<origen>> siempre comprometidas y nebulosas, cuando no falsas, diremos que hay un paralelismo de nivel y de sentido entre los empleos de la cueva y sus significados simbólicos, al margen del correlato biológico ya explicado. Para terminar, indicaremos que la cueva, o caverna, tiene en Platón un sentido diferente, en el fondo menos simbólico que alegórico, como representación del mundo fenoménico, mientras su exterior, realidad luminosa y abierta, expresa el mundo de las ideas. Probablemente, en esta transformación de sentido vería Frobenius (que habló de dos sentimientos del mundo: de libertad y de caverna) un paso del orden que da la prioridad a la naturaleza, a la mujer, a la materia, al que da la preeminencia al espíritu y al padre.


                                       Juan-Eduardo Cirlot; Diccionario de símbolos

domingo, 22 de diciembre de 2013

En el pasaje del dragón (2ª parte)

(...)

Dejé la ribera del río, me zambullí ciegamente por los Campos Elíseos y giré hacia el Arco. El sol poniente desplegaba sus rayos por el verde césped del Rond-point: bajo la intensa luz él se sentó en un banco, niños y madres jóvenes le rodeaban. No era más que un paseante de domingo, como los otros, como yo mismo. Pronuncié las palabras casi en voz alta, y durante todo el tiempo observé el odio maligno en su rostro. Pero no me miraba a mí. Pasé a su lado y arrastré mis pies de plomo por la Avenida. Sabía que cada vez que lo encontraba, él estaba más cerca del cumplimiento de su propósito y mi sino. Y aun así intentaba salvarme.
    Los últimos rayos de la puesta de sol atravesaban el gran Arco. Pasé por debajo de este, y me encontré con él de frente. Lo había dejado a bastante distancia en los Campos Elíseos y, sin embargo, avanzaba hacia mí con una riada de gente que regresaba del Bois de Boulogne. Se me acercó tanto que pasó rozándome. Su delgada figura parecía de hierro dentro de su holgada vestimenta.
    No mostraba ningún signo de tener prisa, ni cansancio, ni ningún sentimiento humano. Todo su ser expresaba una sola cosa: la voluntad, y el poder de hacerme daño.
    Angustiado, observé hacia dónde se dirigía por la amplia Avenida atestada de gente e invadida por el brillo de ruedas y arreos de los cascos de caballos y los yelmos de la Guardia Republicana.
    Pronto se perdió de vista; entonces, di media vuelta y huí. Me dirigí al Bois y lo sobrepasé con creces... No sé dónde fui, pero tras lo que me pareció un largo rato y cuando la noche ya había caído, terminé sentado a una mesa de una pequeña cafetería. Regresé al Bois. Ya habían pasado horas desde la última vez que lo había visto. La fatiga física y el sufrimiento mental habían agotado mi capacidad de pensar o sentir. Estaba cansado, ¡tan cansado! Ansiaba esconderme en mi propia guarida. Decidí irme a casa. Pero estaba a bastante distancia de allí.
    Vivo en el Pasaje del Dragón, un callejón estrecho que conecta la rue de Rennes con la rue du Dragon.
    Es un <<impasse>> que sólo puede ser atravesado por peatones. Sobre la entrada de la rue de Rennes hay un balcón sostenido por un dragón de hierro. En este pasaje viejas casas altas se alzan a ambos lados y cerca de los extremos que desembocan a las dos calles. Durante el día unas enormes verjas permanecen abiertas y escondidas en el profundo soportal de entrada, pero son cerradas a medianoche, y a partir de esa hora hay que entrar llamando a ciertas portezuelas laterales. Los baches en el pavimento acumulan indeseables charcos. Unas escaleras empinadas conducen a las puertas que se abren al pasaje. Las plantas bajas están ocupadas por tiendas de comerciantes de segunda mano y talleres de forja. Todo el día el lugar resuena con el tintineo de martillos y el repiqueteo de barras de metal.
    Aunque el primer nivel resulte ingrato, hay alegría, confort, y trabajo duro y honesto en el nivel superior.
    Cinco tramos de escalera más arriba están ubicados los estudios de arquitectos y pintores, y los escondrijos de estudiantes de mediana edad como yo mismo, que desean vivir solos. Cuando me mudé allí era joven y no estaba solo.
    Tuve que andar un trecho antes de que apareciera algún transporte, pero finalmente, cuando ya casi había regresado al Arco del Triunfo, un coche de alquiler vacío se acercó y lo tomé.
    Desde el Arco hasta la rue de Rennes hay un trayecto de más de media hora, especialmente cuando uno es transportado en un cabriolé tirado por un caballo cansado que ha estado a merced de los feriantes de domingo.
    Transcurrió el tiempo suficiente para encontrarme con mi enemigo varias veces antes de que pasara bajo las alas del Dragón, pero no lo vi ni una sola vez, y en ese momento ya tenía mi refugio al alcance de la mano.
    Frente a la ancha verja jugaba un pequeño grupo de niños. Nuestro portero y su esposa paseaban entre ellos con su caniche negro poniendo algo de orden; algunas parejas caminaban despreocupadas por las aceras de las calles adyacentes. Les devolví los saludos y me apresuré a entrar.
    Todos los habitantes del pasaje habían abandonado la calle. El lugar estaba bastante desierto e iluminado por unas pocas farolas colgadas en lo alto en las que el gas ardía tenuemente.
    Mi apartamento estaba en el piso más alto de una de las casas situada en mitad del pasaje, a la que se llegaba por unas escaleras que arrancaban casi al nivel de la calle y se conectaban a esta por un pequeño pasadizo; puse el pie en el umbral de la entrada y las amigables y viejas escaleras ruinosas se alzaron ante mí, llevándome al descanso de mi refugio. Al girar la vista por encima de mi hombro derecho, le vi a unos diez pasos de mí. Debió de entrar en el pasaje al mismo tiempo que yo.
    Avanzaba en línea recta y con pasos que no eran lentos ni rápidos, simplemente se dirigían directos hacia mí. Y ahora me miraba. Por primera vez desde que se cruzaron en la iglesia, nuestras miradas se volvieron a encontrar, y entonces supe que había llegado la hora.
    Retrocedí hacia la calle sin darle la espalda en ningún momento. Tenía intención de escapar por la entrada de la rue du Dragon. Sus ojos me indicaron que jamás me escaparía.
    Me pareció que pasaban siglos mientras continuábamos así, yo retrocediendo hacia la salida, él avanzando por el pasaje en perfecto silencio. Pero, finalmente, noté la sombra del portal y, tras dar un paso más, me encontré debajo de este. Tenía la intención de girarme allí y salir a toda velocidad hacia la calle. Pero la sombra que había sentido no era la del pasadizo; era la de una bóveda sin salida. Las enormes puertas que daban a la rue du Dragon estaban cerradas. Pude sentirlo por la oscuridad que me rodeaba, y en ese mismo instante lo leí en su rostro. ¡Cómo brillaba en la oscuridad, acercándose a mí rápidamente! Las profundas bóvedas, las enormes puertas cerradas, sus frías abrazaderas de hierro estaban todas de su lado. La cosa con la que me había amenazado por fin llegó: se recogía y se cernía sobre mí surgiendo de las sombras insondables; el punto desde el que me dirigía su ataque eran los ojos infernales del hombre. Desesperado, apoyé la espalda contra las puertas cerradas y le desafié.

*          *          *

Se escuchó el ruido de sillas arrastradas sobre el suelo de piedra y un crujido de ropas cuando la congregación se puso en pie. Podía oír el bastón del suizo en el pasillo sur, que precedía a Monseigneur C- en dirección a la sacristía.
    Las monjas arrodilladas despertaron de su devota abstracción, hicieron una reverencia y se marcharon. La elegante dama, mi vecina, también se levantó con grácil recogimiento. Mientras se marchaba, su mirada se posó unos segundos en mi rostro con una expresión de reproche.
    Medio muerto, o eso me pareció, y sin embargo intensamente consciente de cada detalle, permanecí sentado entre la muchedumbre que se movía pausadamente; después yo también me levanté y me dirigí hacia la puerta.
    Me había quedado dormido durante todo el sermón. ¿Me había quedado dormido durante todo el sermón? Levanté la mirada y lo vi atravesando la galería hacia su puesto. Tan sólo vi su perfil; el delgado brazo doblado dentro de una manga negra parecía uno de esos diabólicos e indescriptibles instrumentos que hay en las cámaras de tortura en desuso de los castillos medievales.
    Pero yo había escapado de él, aunque sus ojos me habían expresado que no lo lograría. ¿Había escapado de él? Lo que le otorgaba poder sobre mí retornó del reino del olvido, donde había ansiado que permaneciese. Porque ahora lo conocía. La muerte y la terrible morada de almas perdidas, donde mi debilidad hacía tiempo que lo había desterrado... lo transformaron ante cualquier otra mirada, pero no ante la mía. Le reconocí casi desde el principio; nunca había dudado qué había venido a hacer; y ahora, mientras mi cuerpo seguía sentado en la seguridad de la alegre y pequeña iglesia, sabía que había estado dando caza a mi alma en el Pasaje del Dragón.
    Me arrastré hasta la puerta: las notas del órgano sonaron por encima con una explosión. Una luz cegadora inundó la iglesia, ocultando el altar a mis ojos. La gente desapareció, los arcos, el techo abovedado se esfumaron. Alcé los ojos deslumbrados hacia el insondable resplandor y vi las estrellas negras en los cielos, y los húmedos vientos procedentes del Lago de Hali me congelaron el rostro.
    Y ahora, muy lejos, sobre leguas de ráfagas de nubes en ascenso, vi la luna goteando rocío, y más allá, las torres de Carcosa se alzaron tras la luna.
    La muerte y la terrible morada de las almas perdidas, donde mi debilidad hacía tiempo que lo había desterrado, lo transformaron ante cualquier otra mirada, pero no ante la mía. Y ahora escuché su voz, elevándose, aumentando, tronando entre la deslumbrante luz, y mientras caía, el resplandor aumentaba más y más, y se derramaba sobre mí en oleadas de fuego. Entonces me hundí en las profundidades, y oí al Rey de Amarillo susurrando a mi alma: <<¡Es terrible caer en las manos del Dios vivo!>>


Robert W. Chambers

jueves, 19 de diciembre de 2013

Discurso de Ut-Napishtim a Gilgamesh

<<Nadie ve la Muerte,
nadie ve la cara de la Muerte,
nadie oye la voz de la Muerte.
La Muerte salvaje abate a la humanidad.
A veces construimos una casa, a veces hacemos un nido,
pero luego los hermanos lo dividen en herencia,
a veces hay violencia en la tierra,
pero luego el río sube y trae inundaciones.
Las libélulas vagan por el río,
sus rostros miran hacia el Sol.
Pero de repente no hay nada.
El que duerme y el que está muerto son iguales,
no se puede representar a la Muerte.>>

Smaug

(m. TE 2941)
Dragón de las Ered Mithrim, el más grande de su época. En 2770, habiendo oído de las riquezas de Erebor, Smaug destruyó Valle y expulsó a los Enanos del Reino bajo la Montaña. Durante casi doscientos años se recreó en su tesoro, hasta que en 2941, molestado y encolerizado por Thorin y Compañía, atacó Esgaroth y Bardo el Arquero le dio muerte con la Flecha Negra heredada de sus antepasados. Además de los diversos nombres que le aplicó el asustado Bilbo, Smaug fue conocido como Smaug el Dorado.

Robert Foster; Guía completa de la Tierra Media

Un dragón alado que aparece en El Hobbit. Smaug acumuló el tesoro robado a los enanos y las gentes del Valle, y que incluía la Piedra del Arca. Bilbo Bolsón fue responsable indirecto de su muerte, pues él descubrió el punto débil de su armadura de escamas y joyas.

Colin Duriez; Tolkien y El Señor de los Anillos

DRAGONES DE FUEGO. De todas las bestias criadas por Morgoth, el Enemigo Negro, a lo largo de las edades que duró su poderío, las más temidas fueron los aviesos reptiles llamados dragones.
    Existían muchas especies de estos seres tan destructivos, pero los más mortíferos eran los que vomitaban llamaradas de sus inmundas entrañas. Se llamaban dragones de fuego y entre ellos se contaban los más poderosos ejemplares de toda la raza.
    Glaurung, Padre de los Dragones, fue el primero de los dragones de fuego urulóki y tuvo una numerosa prole. La huella que dejaron estos dragones en los reinos de los elfos, los hombres y los enanos, en la Primera Edad del Sol, fue terrible y nefasta.
    Durante los postreros días de esa edad, cuando la mayor parte de los descendientes terrestres de Glaurung, Padre de los Dragones, habían perecido en la cruenta guerra de la Cólera, aparecieron en Angband los poderosos y temidos dragones de fuego alados.
    Se dice de ellos que fueron uno de los mayores terrores que asolaron el mundo, y Ancalagon el Negro, que era de esta especie, tiene fama de haber sido el más feroz dragón de todos los tiempos.
    En edades posteriores, todas las historias de la Tierra Media hablan de un último dragón de fuego alado que fue casi tan temible como Ancalagon. Era el dragón de Erebor, que expulsó a los enanos del linaje de Durin del reino que se extendía bajo la montaña. Se llamaba Smaug el Dorado, y en el año 2941 de la Tercera Edad fue muerto por Bardo el Arquero de Valle.

David Day; Bestiario de Tolkien

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Descripción de una nave fenicia

(Tal como aparece en el Antiguo Testamento)


Tiro: tú decías: Yo soy un navío
de acabada hermosura.
En el corazón de los mares estaban tus fronteras.
Tus fundadores te hicieron
de acabada hermosura.
Con cipreses de Senir [Hermón] te construyeron todas tus planchas.
Del Líbano tomaron un cedro
para hacerte de mástil.
De las encinas de Basán
hicieron tus remos.
El puente te lo hicieron de marfil incrustado en cedro
de las islas de Kittim [Chipre y, en este caso, las demás islas y costas del mediterráneo].
De lino recamado de Egipto era tu vela
que te servía de enseña.
Púrpura y escarlata de las islas de Elisá
formaban tu toldo.
Los habitantes de Sidón y de Arvad [Arados]
eran tus remeros.
Y tus sabios, oh Tiro, iban a bordo
como timoneles.
En ti estaban los ancianos de Guebal [Biblos]
y sus artesanos
para reparar tus averías.


Ez 27, 3-9; anotado por M'Hamed Hassine Fantar


viernes, 13 de diciembre de 2013

Todo es útil


David, Rey de Israel, descansaba una vez en su diván, y mil pensamientos cruzaban su cerebro.
    -¿Para qué existirán las arañas? -pensaba-. Sólo sirven para recoger y conservar el polvo, ensuciando las paredes y repugnando a la vista.
    Entonces pensó en los locos:
    -¡Qué seres más desgraciados! Sé que Dios ha creado y ordenado todas las cosas, pero esto está fuera de mi alcance. ¿Por qué nacerán hombres tontos o se volverán locos?
    A todo esto le molestaban los mosquitos y pensó:
    -¿Para qué serán buenos los mosquitos? ¿Para qué están en el mundo? Molestan en sumo grado y no hacen ninguna falta.
    Pero después llegó a comprender que estos insectos y los demás seres cuyo nacimiento consideraba como una desgracia vivían para su propio beneficio.
    Cuando huía de Saúl, David fue apresado en tierra de los Filisteos, que lo llevaron ante su rey Gach, y, afectando que estaba tonto, se libró de la muerte, pues el rey no creía que semejante persona pudiera ser el célebre David, según está escrito: <<Y mudó su habla delante de ellos y fingióse loco en sus maneras y escribía en las puertas, dejando correr su saliva por su barba.>> (Samuel 21, 13.)
    En otra ocasión, David se escondió en la cueva de Adullán y, cuando estuvo dentro, sucedió que una araña tendió su red en la puerta, de la cueva. Sus perseguidores pasaron por delante, pero pensando que nadie podía haber entrado en aquella cueva, pues la puerta estaba obstruida por la tela de araña, pasaron de largo.
    Los mosquitos, también prestaron un gran servicio a David, cuando entró en el campo de Saúl a cogerle la lanza. Cuando pasaba junto a Abner, que dormía, éste extendió una pierna que cogió debajo a David.
    De moverse éste, hubiera despertado a Abner y hubiera sido hombre muerto, y de permanecer allí hasta la mañana, hubiera sido cogido. No sabía qué partido tomar, cuando un mosquito se paró en la pierna de Abner. Éste la movió para hacer huir al mosquito y escapó David.
    Entonces cantó David:
    <<Todo mi cuerpo cantará: Señor mío, ¿quién será como tú?>>


Narraciones del Talmud; del recogido de Pedro Guirao

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Diciembre

Las fiestas llegan con altibajos poderosos. Normalmente visitamos a familiares, y, por fin, conseguimos visitar a nuestra familia. Tenemos tanto tiempo libre que trabajamos horas extras para compensar el tiempo perdido. Lo mejor y lo peor de las fiestas gira en torno a las personas con las que nos encontramos y a la presión de llevarse bien con ellas, con la mejor intención de tener paz en la Tierra. Sin embargo, los pequeños gestos de bondad pueden mejorar un día, sólo si somos capaces de permanecer juntos hasta que haya terminado esa gran comida familiar de invierno.
    Nadie es capaz de controlar los pensamientos y sentimientos de los demás, pero podemos dominar nuestras propias expectativas y preocupaciones. Podemos utilizar nuestra propia actitud para influir en aquellos que tenemos más cerca, proyectando un aura de paz y ecuanimidad, y añadiendo pequeños elementos al ambiente, que fomenten la armonía. Una persona que busca esa energía pacífica en ti la puede encontrar si tú la cultivas. Igual que una vela no pierde nada iluminando otra vela, tú puedes transmitir tu estado de ánimo a la otra persona. A menudo pensamos en la guerra como algo distante e impersonal (a menos que lo hayamos experimentado de primera mano), y por eso olvidamos que todo conflicto empieza en casa. Podemos usar un poco de magia para mantener la paz y mejorarla desde dentro.
Para conseguir la paz
Necesitarás lo siguiente:
*Un buen sentido del humor sobre ti mismo.
*Rosa de cuarzo, puedes utilizar sólo una o las que tú quieras.
*Incienso de canela (también puedes quemar canela en polvo encima de carbón, o calentar unas ramitas de canela en agua, encima de la estufa).
    Si tu familia tiene que venir de visita a tu casa, utiliza el material de rituales anteriores para crear un ambiente de paz y convivencia. Basta con tener la canela quemando o vaporizando, y después de bendecir y avivar la rosa de cuarzo, escóndela en diferentes rincones de tu casa o atrévete a usarla como parte de un centro de mesa. Puedes esconder las piedras debajo de los cojines del sofá o detrás de las cortinas (usa un poco de cinta para pegarlas a la barra de la cortina) y también puedes añadir piezas alrededor de un árbol de Navidad o acentuar la decoración de algún rincón.
    Si vienen familiares a tu casa, toma cada piedra y pásala por el humo o el vapor del incienso de canela. Invoca la energía del planeta Venus, junto con su bandera de color verde festivo, y deja que este poder fluya entre la piedra y la canela. Pon la rosa de cuarzo en tu bolsillo. Cuando vayas a las fiestas llévala en cualquier joya o collar que te hagas, o bien escóndela entre la ropa con cinta a doble cara. Permite que la energía de la piedra te ayude a sentirte amable y en paz. Si un miembro de la familia te pellizca, piensa en la piedra, sonríe sin importarte lo que digan los demás, y reacciona desde un lugar donde haya paz.


Calendario de las Brujas de Llewellyn

La cuestión religiosa de los grupos célticos

Después de la lingüística, uno de los elementos considerados más definitorios del mundo céltico ha sido la religión, de la que podemos tener indicios, bien por epigrafía tardía, esencialmente romana, bien por las breves referencias de los escritores antiguos o incluso mediante la identificación de determinados topónimos con nombres de divinidades, que conocemos gracias a las fuentes de información citadas. No obstante, tampoco en esta materia los planteamientos son unitarios y suele diferenciarse entre determinados cultos, más imprecisamente indoeuropeos, y los propiamente célticos.
    Respecto de los primeros, existe una serie de divinidades, sistematizadas recientemente por Fernández-Albalat, como Bandu, Reva o Cosu, que se identifican con ese viejo trasfondo indoeuropeo y que, significativamente, sólo son mencionadas en el occidente peninsular, por lo que se las considera propias de las gentes que hablaban lenguas lusitanas y no dejaban enterramientos visibles de sus muertos.
    A esta misma fase se han atribuido también determinados cultos a divinidades relacionadas con las fuerzas de la naturaleza, que recuerdan de algún modo los primitivos conceptos animistas y que, en nuestro caso, suelen centrarse, bien en el culto de las aguas, bien en el de los montes.
    La importancia de las aguas como punto de referencia cultual ya ha sido subrayada al citar las ofrendas de armas, e incluso la posibilidad de que en ellas se realizasen rituales funerarios y purificadores o se sumergiesen los cadáveres, pues en la mitología irlandesa, el dios Diancecht (Bormo, Borbo) encanta las aguas para curar a los combatientes muertos en la lucha y, de esta manera, es necesario arrojar los guerreros a las aguas para volverlos a la vida (Fernández-Albalat, 1991: 335). Además, existen divinidades acuáticas específicas, como la diosa Navia, de la que tenemos abundantes topónimos y lápidas.
    En un sentido más limitado, también las fuentes y manantiales suelen tener sus propias divinidades, constatadas en época romana y con pervivencias en el folclor local en forma de ninfas y otros personajes femeninos (xanas o janas).
    Respecto de las montañas, son diversos los accidentes orográficos relacionados con dioses, ya sea por su identificación directa entre unos y otros, o más probablemente porque se les considere morada divina. Ya hace tiempo L. Albertos estudió el tema a partir de la lápida dedicada a Marte Tileno, precisamente en las cercanías de la montaña leonesa del Teleno, del mismo modo que existe otra dedicada a Jupiter Candamius, en las proximidades de Candanedo, entre Asturias y León. En este caso no deja de ser interesante el sincretismo mediante el cual se identifica una divinidad indígena con otra romana celeste, lo que puede relacionarse con la cumbre como punto de unión entre el cielo y la tierra.
    Uno de los ejemplos más modernamente y mejor documentados es el del monte Larouco, entre la provincia española de Orense y la portuguesa de Trans-os-Montes, alrededor del cual se han encontrado tres lápidas votivas, bajo la advocación de Larocuo o Larauco y, curiosamente, una de ellas junto a otra que se dedica a Jupiter, lo que podría corroborar la asimilación celeste de Candanedo. Igualmente interesante es la localización en otra zona próxima (la Pena Escrita de Vilar de Perdizes, en Montalegre) de una peña en la que se menciona a Larouco, asociándose a una serie de cazoletas y pozos, posiblemente relacionados con libaciones.
    Este último yacimiento es el paradigma de una serie de rocas, denominadas <<altares rupestres>>, que M. Almagro relaciona igualmente con este momento y del que tenemos buenos ejemplos en Ulaca (Ávila) y, sobre todo, en el santuario portugués de Panoias, una zona en la que se distribuyen varias peñas con escaleras de acceso a la cumbre, diferentes inscripciones, canalillos y lacus o pilas destinadas a un culto originariamente indígena, que pervivió en época romana.
    Sobre el carácter sagrado de las peñas y su culto, baste decir que en los inicios de la Edad Media, tanto San Martín de Dumio, como el III Concilio de Braga critican la costumbre de las gentes del norte de Portugal de rendir culto a las piedras y depositar ofrendas en ellas.
    Respecto a las religiones célticas, y más concretamente a las celtibéricas, el problema sigue siendo que tenemos de ellas un conocimiento tardío, propio de un momento en el que el ambiente, provocado por la romanización triunfante, llevó consigo frecuentes fenómenos de sincretismo, con la consiguiente adjudicación de identificaciones entre divinidades indígenas y romanas y sus cualidades más destacadas (interpretatio). Este fenómeno es también, probablemente, responsable de las primeras interpretaciones iconográficas, que no parecen haberse usado de manera habitual en el mundo céltico originario.
    Diversos dioses del mundo céltico europeo: Taranis, Vindonnus o Cernunnos son desconocidos en las lápidas hispanas, pero cuentan con numerosos topónimos peninsulares. De otros tenemos una información más abundante, tal es el caso de Bormanicus, Endovélico o Lugus. Este último dios es bien conocido por la inscripción en su santuario rupestre de Peñalba de Villastar (Teruel), dentro del ámbito celtíbero, e incluso da nombre a otros pueblos más occidentales como los Lugones de León o Asturias. Se trata de una importante divinidad en todo el mundo céltico, asimilada a Mercurio y a Apolo, relacionada con la luz y con múltiples habilidades: magia, invención, guía de caminos, guerra, etc. Se le rinde culto en la fiesta del Lughnasadh (celebración de Lug) coincidiendo con el inicio de agosto y la maduración y recogida de los frutos, y también se relaciona con la fecundidad de la naturaleza.
    Igualmente conocemos determinadas divinidades femeninas: Epona, Deva, Ataecina y en especial, Las Matres, a las que se rindió culto en todo el mundo céltico por su identificación, igualmente, con la fecundidad.
    Si al hablar del mundo lusitano nos habíamos referido a cultos naturalistas, es evidente que esa tradición se encuentra presente de nuevo en el mundo céltico propiamente dicho. Un caso representativo es el de la diosa Nabia, que algunos autores vinculan con el agua y con el acceso de los difuntos al otro mundo, lo cual encajaría bien con la tradición de depósito acuático de los difuntos.
    Del mismo modo, se observan ninfas o divinidades acuáticas locales (las Sulae Nantugaicae de Orense) y cultos lunares, que se deducen de la interpretación de un texto de Estrabón sobre danzas en las noches de plenilunio, etc.
    Frente a otras religiones en las que se construyen templos específicos, en el mundo céltico los lugares de culto y de carácter sagrado suelen ser al aire libre, como es el caso de los denominados nemeton o espacios abiertos y delimitados por mojones, que se suponen punto de encuentro entre dioses y hombres, o los designados bajo el término lucus, que aluden a un claro del bosque, igualmente con carácter sacro y que a veces pudieron ser la base de ciudades de la importancia de Lucus Augusti (Lugo, en Galicia). El carácter sagrado de ciertos bosques es bien conocido, también, gracias a una referencia de Marcial que cita el sacrum Buradonum illicetum en Celtiberia, es decir, un encinar sagrado.
    Cabe destacar igualmente los santuarios rupestres o centros de peregrinación, a los que ya habíamos aludido en los típicos casos de Panoias, Cabeço das Fraguas o Ulaca, pero a los que ahora deberíamos añadir el distinto ejemplo de Peñalba de Villastar.
    Para concluir con los aspectos religiosos, debe aludirse a diferentes referencias a rituales peculiares, que son característicos del área indoeuropea, pero que en conjunto no pueden considerarse todos estricta o únicamente celtas. Entre ellos hay que mencionar las cabezas cortadas, bien conocidas por los ejemplos del sur de Francia (Roquepertuse o La Cloche) donde, en dinteles de piedra o madera, aparecen hornacinas para encajar los cráneos o para fijarlos directamente mediante grandes clavos. También existe el conocido ejemplo de Entremont (Aix-en-Provence), que además de cráneos clavados tenía cabezas talladas en piedra.
    La dispersión escultórica de cabezas es relativamente frecuente en la España indoeuropea, pero se da la paradoja de que los principales ejemplos de auténticos cráneos clavados en las murallas o en otros puntos aparecen en el área ibérica y, en concreto, en Catalunya (Illa d'en Reixac, Ullastret, Puig Castellar). Quizás se trate de una contaminación de la cercana área céltica francesa, que explicaría esta costumbre, no muy habitual en el mundo ibérico y que suele relacionarse con la caza de cabezas de los enemigos vencidos, ya que los celtas consideran que el alma reside en ellas.
    También tenemos referencias sobre el sacrificio humano, atestiguado entre los lusitanos y gentes del Norte, al que se recurrió en determinadas circunstancias excepcionales, que igualmente está presente en el mundo mediterráneo. Un caso más específico es la alusión al sacrificio humano y de caballos, que tiene paralelismos con los galos.


José Luis Maya; Celtas e iberos en la península ibérica

sábado, 30 de noviembre de 2013

El conjuro del Pórtico de Nebo

¡Espíritu del Planeta Veloz, Recuerda!
¡NEBO, Guardián de los Dioses, Recuerda!
¡NEBO, Padre de la Sagrada Escritura, Recuerda!
¡En el nombre de la Alianza jurada entre Ti y la raza de los Hombres,
Te invoco! ¡Escúchame y recuerda!
¡Desde el Pórtico del Gran Dios NANNA, Te llamo!
¡Por el Nombre que me dieron en la Esfera Lunar, Te llamo!
Señor NEBO, ¿quién no conoce Tu Sabiduría?
Señor NEBO, ¿quién no conoce Tu Magia?
Señor NEBO, ¿qué espíritu de la tierra o de los cielos no es conjurado por Tu Escritura mística?
Señor NEBO, ¿qué espíritu de la tierra o los cielos no está obligado por la Magia de Tus Hechizos?
¡NEBO KURIOS! ¡Señor de las Artes Sutiles, abre el Pórtico a la Esfera de Tu Espíritu!
¡NEBO KURIOS! ¡Amo de la Ciencia Química, abre el Pórtico a la Esfera de Tus Obras!
¡Pórtico del Planeta Veloz, MERKURIOS, Ábrete a mí!
¡IA ATHZOTHTU! ¡IA ANGAKU! ¡IA ZI NEBO!
¡MARZAS ZI FORNIAS KANPA!
¡LAZHAKAS SHIN TALSAS KANPA!
¡NEBOS ATHANATOS KANPA!
¡IA GAASH! ¡IA SAASH! ¡IA KAKOLOMANI-YASH!
¡IA MAAKALLI!

viernes, 29 de noviembre de 2013

Dos apuntes de Bierce

Fantasma, s. Signo exterior y visible de un temor interior. Para explicar el comportamiento inusitado de los fantasmas, Heine menciona la ingeniosa teoría según la cual nos temen tanto como nosotros a ellos. Pero yo diría que no tanto, a juzgar por las tablas de velocidades comparativas que he podido compilar a partir de mi experiencia personal. Para creer en los fantasmas, hay un obstáculo insuperable. El fantasma nunca se presenta desnudo: aparece, ya envuelto en su sábana, ya con las ropas que usaba en vida. Creer en ellos, pues, equivale no sólo a admitir que los muertos se hacen visibles cuando ya no queda nada de ellos, sino que los productos textiles gozan de la misma facultad. Suponiendo que la tuvieran, ¿con qué fin la ejercerían?, ¿por qué no se da el caso de que un traje camine solo sin un fantasma dentro? Son preguntas significativas, que calan hondo y se aferran convulsivamente a las raíces mismas de este floreciente credo.

Muerto, adj. Dícese de quien ha concluido el trabajo de respirar, de quien ha acabado para todo el mundo, de quien ha llevado hasta el fin una enloquecida carrera y de lo que al alcanzar la meta de oro, ha descubierto que era un simple agujero.


En el pasaje del dragón (1ª parte)

¡Oh! Vos a quien os arde el corazón por aquellos que arden
en el Infierno, cuyos fuegos vos mismo alimentáis a su vez;
cuánto tiempo suplicaréis: <<¡Tened piedad de ellos, Señor!>>
porque, ¿quién sois vos para enseñar y Él para aprender?
En la Iglesia de St. Barnabé las vísperas habían terminado; el clérigo abandonó el altar; el pequeño coro de niños se arracimó en el presbiterio y se situó en la sillería del coro. Un suizo ataviado con un opulento uniforme desfilaba por la nave sur haciendo sonar su bastón sobre el pavimento de piedra cada cuatro pasos; tras él avanzaba el elocuente predicador y excelente hombre, Monseigneur C-.
    Mi asiento estaba cerca de la barandilla del presbiterio, y en ese momento volví la mirada hacia el extremo oeste de la iglesia. El resto de personas situadas entre el altar y el púlpito también se volvieron. Se escucharon unos leves crujidos de ropa y susurros mientras la congregación se sentaba de nuevo; el predicador subió las escaleras del púlpito, y la pieza inicial de órgano cesó.
    Siempre me había parecido sumamente interesante la música de órgano de St. Barnabé. Era una ejecución experimentada y científica, demasiado quizás para mis conocimientos, pero que denotaba una vívida aunque fría inteligencia. Además, poseía el gusto francés: este reinaba supremo, comedido, digno y reservado.
    Sin embargo, ese día, desde el primer acorde advertí un cambio a peor, un cambio siniestro. Durante las vísperas fue principalmente el órgano del presbiterio el que acompañó al bello coro, pero de vez en cuando, aparentemente de forma bastante caprichosa, desde la galería oeste donde está situado el gran órgano, unos pesados acordes atravesaban la iglesia y la serena paz de aquellas voces cristalinas. Era algo más que dureza y disonancia, aunque no se detectaba falta alguna de habilidad. Tras irrumpir el sonido una y otra vez, recordé algo que había leído en mis libros de arquitectura sobre la costumbre ancestral de bendecir el coro en cuanto se finalizaba su construcción, pero la nave, que con frecuencia se acababa medio siglo más tarde, no recibía bendición alguna: me pregunté ociosamente si ese había sido el caso de St. Barnabé, y si algo que habitualmente no se suponía que debía habitar en una iglesia cristiana pudiera haber penetrado sin ser detectado o haber tomado posesión de la galería oeste. Había leído que cosas similares ocurrían también, pero nunca en obras de arquitectura.
    Entonces recordé que St. Barnabé no tenía más de cien años de antigüedad, y me sonreí por la incongruente asociación de supersticiones medievales con aquella alegre y pequeña obra del rococó dieciochesco.
    Pero en esos momentos las vísperas ya habían finalizado, y tras ellas se suponía que debían sonar unos cuantos acordes reposados, apropiados para acompañar la meditación, mientras esperábamos el sermón. En su lugar, los acordes disonantes procedentes de la parte baja de la iglesia estallaron cuando el clérigo se marchó, como si ya nada pudiera controlarlos.
    Pertenezco a una generación anterior y más simple a la que no le gusta buscar sutilezas psicológicas en el arte, y siempre me he negado a buscar en la música nada más allá que melodía y armonía, pero tuve la sensación de que en el laberinto de sonidos que en esos momentos brotaba de aquel instrumento se estaba dando caza a algo. Lo perseguían de un lado a otro de los pedales, mientras los teclados bramaban con aprobación. ¡Pobre diablo! Quienquiera que fuese, ¡poca ocasión de escapar parecía tener!
    Mi malestar nervioso se tornó en ira. ¿Quién estaba haciendo esto? ¿Cómo se atrevía a tocar de esa forma en mitad del sagrado servicio? Miré a la gente que estaba cerca de mí: nadie parecía estar molesto en absoluto. Las plácidas frentes de las monjas arrodilladas, aún vueltas hacia el altar, no perdieron ni un ápice de su devota abstracción bajo la pálida sombra de sus tocas. La elegante dama que estaba a mi lado miraba con expectación a Monseigneur C-. Por lo que su rostro delataba, el órgano bien podría haber estado tocando un Ave María.
    Pero ahora, por fin, el predicador hizo la señal de la cruz y pidió silencio. Me volví hacia él aliviado. Hasta el momento no había podido encontrar el descanso que había ansiado cuando entré en St. Barnabé esa misma tarde.
    Estaba consumido por tres noches de sufrimiento físico y problemas mentales: la última había sido la peor, y era un cuerpo exhausto, una mente abotargada y a un mismo tiempo sensible, lo que me había llevado a visitar mi iglesia favorita para curarme. Porque había estado leyendo El Rey de Amarillo.
    <<Al salir el sol se esconden y se tienden en sus guaridas>>. Monseigneur C- pronunciaba su sermón con una voz calmada y la mirada serena puesta en la congregación. Mis ojos se volvieron, no supe por qué, hacia la parte más baja de la iglesia. El organista salió de detrás de los tubos y pasó junto a la galería de camino a la salida, y lo vi desaparecer por una pequeña puerta que conducía a unas escaleras que llevaban directamente a la calle. Era un hombre delgado y su rostro estaba tan blanco como negro era su abrigo.
    <<¡Ya era hora!>>, pensé, <<¡a otro sitio con tu endemoniada música! Espero que tu ayudante toque la pieza final de órgano>>.
    Con un sentimiento de alivio, con un profundo y sereno sentimiento de alivio, me volví de nuevo al afable rostro en el púlpito y me dispuse a escuchar. Aquí, finalmente, llegó la tranquilidad de mente que tanto había ansiado.
    -Hijos míos -dijo el predicador-, la verdad que el alma humana encuentra más difícil de aprender es que no tiene nada que temer. Nunca llega a entender que nada puede realmente herirla.
    <<¡Curiosa doctrina1>>, pensé, <<para un cura católico. Veamos cómo hace reconciliar eso con los Padres de la Iglesia>>.
    -Nada puede dañar el alma -continuó con su voz más fría y clara-, porque...
    Pero no llegué a oír el resto; mi ojo izquierdo se apartó de su rostro, no supe por qué razón, y busqué con él la parte más baja de la iglesia. El mismo hombre salió de detrás del órgano y atravesó la galería, igual que antes. Pero no había transcurrido suficiente tiempo para que hubiera regresado, y si lo había hecho, debería haberlo visto. Sentí un débil escalofrío, y mi corazón se encogió; sin embargo, sus idas y venidas no eran en absoluto asunto mío. Le miré: no podía apartar los ojos de su negra figura y su blanco rostro. Cuando se encontraba exactamente frente a mí, se volvió y a través de la iglesia me lanzó directamente a los ojos una mirada de odio, intensa y mortífera: nunca había visto nada igual. ¡Ojalá no volviera a verlo jamás! Entonces desapareció por la misma puerta por la que le había visto marcharse hacía menos de sesenta segundos.
    Me senté e intenté controlar mis pensamientos. Mi primera sensación era como la de un niño muy pequeño profundamente herido, aguantando la respiración antes de romper a llorar.
    Encontrarme de repente a mí mismo siendo el objeto de semejante odio resultaba exquisitamente doloroso: y aquel hombre era un completo extraño.
    ¿Por qué podría odiarme de esa manera?... ¿A mí, a quien nunca antes había visto? Durante unos instantes todas las otras sensaciones se fundieron en esta única punzada: incluso quedó subyugado por este pesar, y durante unos instantes no vacilé ni un segundo, pero a continuación comencé a razonar, y una sensación de incongruencia vino en mi ayuda.
    Como ya he dicho, St. Barnabé es una iglesia moderna. Es pequeña y bien iluminada; puede verse todo casi de un solo vistazo. La galería del órgano recibe una luz intensa desde una hilera de ventanales bajos en el triforio, que ni siquiera tienen vidrieras de colores.
    Estando el púlpito en el centro de la iglesia, era lógico que, mientras miraba hacia allí, cualquier cosa que se moviera en el ala oeste no pasase inadvertida a mi ojo. Cuando el organista pasó por segunda vez, no era de extrañar que lo viese: simplemente había calculado mal el intervalo entre su primera y segunda aparición. Había entrado esa última vez por otra puerta lateral. En cuanto a la mirada que tanto me había alterado, no había existido en absoluto, y yo era un idiota histérico.
    Miré a mi alrededor. ¡Este era un lugar propicio para albergar horrores sobrenaturales! El rostro diáfano y razonable de Monseigneur C-, sus maneras comedidas y sus gestos pausados y elegantes, ¿no eran justamente un tanto incongruentes con cualquier noción de truculento misterio? Eché un vistazo por encima de su cabeza, y casi me reí. Aquella dama al vuelo que sujetaba una esquina del palio del púlpito, semejante a un mantel de damasco con flecos en medio de un fuerte vendaval, en cuanto un basilisco se posara en el altillo del órgano, le apuntaría con su trompeta de oro y le soplaría arrebatándole cualquier rastro de existencia. Me reí de mí mismo por esta fantasía, la cual, en esos momentos, me pareció muy divertida, y seguí sentado y burlándome de mí mismo y de todo lo demás; desde la vieja harpía en la parte externa de la barandilla que me había hecho pagar diez céntimos por mi asiento antes de permitirme la entrada (ella se parecía más a un basilisco, me dije, que mi organista de tez anémica): desde esa desabrida vieja dama, hasta, ¡ay, sí!, el mismísimo Monseigneur C-. Y es que toda mi devoción se había esfumado. Nunca antes había hecho algo semejante en mi vida, pero ahora sentía el deseo de burlarme.
    En cuanto al sermón, no podía escuchar ni una sola palabra, porque en mis oídos resonaban los versos:
Ha logrado emular a San Pablo
predicándonos aquellos seis sermones de Resurrección,
más solemnes que cualquier otro que jamás haya predicado.
...al tiempo que fantaseaba con los pensamientos más irreverentes.
    No servía de nada seguir sentado allí por más tiempo: debía salir fuera y sacudirme este odioso estado de ánimo. Era consciente de la descortesía que estaba cometiendo, pero aun así me levanté y abandoné la iglesia.
    Un sol de primavera brillaba en la rue St. Honoré mientras bajaba corriendo los escalones de la iglesia. En una esquina había apostada una carretilla llena de junquillos amarillos, pálidas violetas de la Riviera, oscuras violetas rusas, y blancos jacintos romanos, entre una dorada nube de flores de mimosa. La calle estaba llena de hedonistas de domingo. Balanceé mi bastón y reí junto al resto. Alguien me adelantó y pasó junto a mí. No se volvió en ningún momento, pero poseía la misma maldad mortal en su blanco perfil que la que había visto en sus ojos. Le observé hasta que se perdió de mi vista. Su flexible espalda irradiaba la misma amenaza; cada paso que lo alejaba de mí parecía conducirle a alguna misión conectada con mi destrucción.
    Avancé arrastrándome, mis pies casi rehusaban moverse. Empezó a invadirme un sentimiento de responsabilidad por algo olvidado mucho tiempo atrás. Empezaba a tener la sensación de que merecía aquello con lo que me amenazaba: se remontaba a mucho tiempo atrás... mucho, mucho tiempo atrás. Había permanecido latente todos estos años, sin embargo, allí estaba, y pronto se alzaría y se enfrentaría a mí. Pero yo intentaría escapar, y avancé con dificultad lo mejor que pude por la rue de Rivoli, al otro lado de la Place de la Concorde, en el Quai. Contemplé con ojos enfermos el sol brillando a través de la espuma blanca de la fuente, derramándose por las espaldas de bronce oscuro de los dioses del río, por la estructura de amatista del lejano Arco, por las innumerables extensiones de grises troncos y ramas desnudas ligeramente verdes. Entonces, lo volví a ver avanzando por la alameda de castaños del Cours la Reine.
(...)


Robert W. Chambers

martes, 26 de noviembre de 2013

Masticatione Mortuorum


De Philip Rohr


De Michaelis Ranfftii


Génesis de un mito sintético

La racionalización de las leyendas y los mitos siempre es relativa. Si bien en las ciencias físicas las interpretaciones son limitadas, en las ciencias humanas los análisis están habitualmente teñidos de una visión subjetiva, lo que provoca reticencias a la hora de aceptar diversos estudios sobre temas tan amplios como la antropología o la sociología. Por lo tanto, admitimos la inevitable relatividad de nuestro enfoque esperando que así se aseguren unas tesis lo menos dogmáticas posibles.
    Al mostrar los orígenes del mito del vampiro tenemos que profundizar en sus raíces sin contar con los medios contemporáneos o históricos para adentrarnos en la transmisión oral, mucho más arcaica y por ello mucho más cercana al impulso básico que provoca su aparición. Evidentemente también hay que prescindir de la iconografía literaria y cinematográfica de una leyenda tan rica, ya que la influencia de factores sociales e históricos actuales distorsionaría su imagen inicial y primigenia, que es la que nos interesa. En la figura del vampiro confluyen diversos elementos simbólicos que unifican y amplían su mensaje primitivo. Con la tradición oral como base, aparece en los cuentos más primigenios, y por tanto hay que buscar su origen en los mitos más antiguos.
    La leyenda de nocturnos devoradores de humanos nos lleva evidentemente a la licantropía y al personaje del ogro. El término "ogro" deriva del nombre de una divinidad maléfica romana, el orco. Con otras denominaciones se remonta al neolítico, siendo su esquema general el de un ente libre de lazos familiares, salvaje y antropófago, con aspecto de hombre o animal. Tras el horror del ogro puede esconderse el miedo a los animales carnívoros como el lobo y el oso, que por su nocturnidad causaban grandes estragos en las diminutas tribus primitivas. Así, se tiende a atribuir aspecto lobuno al devorador nocturno; recordemos que aún hoy en la literatura el vampiro se puede transformar en lobo.
    También se puede explotar la vertiente de las sociedades iniciáticas de cazadores que se apartaban de la tribu para vivir en los bosques, practicando la antropofagia. Tal como expone Rodolfo Gil: "Otra hipótesis, próxima a la anterior, es la del homínido selvático, o el hombre primitivo residual, que haya podido cohabitar en vecindad relativa con el hombre, interfiriéndose en sus respectivas vidas". Sin embargo, aunque el mito vampírico se originara porque dormir entre fieras provocó un miedo intrínseco a la noche y a los carnívoros nocturnos, esta explicación no cubriría plenamente toda su riqueza.
    Se representa al ogro como un ser basto y de escasa inteligencia. Sin embargo, tales atributos no describen al vampiro. Por su astucia, habilidad y poder mágico parece más emparentado con la ogresa y las lamias latinas. Éstas serían mujeres de gran belleza pero con un apetito sexual y carnívoro de animal. Reúnen el papel de sabia hechicera y lasciva amante, caníbal y mortífera. En el neolítico mediterráneo encontramos estas mismas características en multitud de "diosas blancas" que en los sacrificios sangrientos de las orgías dionisíacas mezclaban símbolos de vida y muerte, sexo y terror. Las diosas arcaicas del amor desempeñaron también este doble papel de sexo y terror. Por ejemplo, los cultos babilónicos y asirios a Ishtar -anterior a la Afrodita griega- a menudo implicaban complicadas fórmulas de iniciación que entraban en el sadomasoquismo más mortífero; posiblemente por excesos en el consumo de alucinógenos naturales. Como bien señala Mircea Eliade, en el norte de África a la alucinógena mandrágora se la denominaba ogra.
    Así, en sus orígenes el vampiro es un mito más cercano al elemento femenino que al masculino, y el símbolo de la sangre refuerza esta tesis. La menstruación y el parto en relación a la sexualidad femenina confieren a la mujer un halo de misterio, que el hombre primitivo convierte en potencial mágico. Tradicionalmente, el cuento popular otorga mayor poder sobrenatural a la mujer que al hombre, o bien como hada madrina o bien como bruja. La sangre desempeña la metáfora de líquido vital y sagrado vinculado a la vida en el nacimiento y en la muerte.
    El vampiro es un personaje de raíces femeninas que aglutina la fuerza del papel místico de la mujer, tanto en la sociedad neolítica con el terror a los animales de presa y las prácticas antropófagas, como en las primeras civilizaciones agrarias. Se refuerza con el simbolismo de la sangre y la noche, que potencian su carga mítica y en las que subyace el placer sexual. En la síntesis vampírica todos los elementos vehiculan aspectos sexuales, uniéndose el papel de la mujer como activador erótico al de la agresión como imagen de dominio; la sangre, como símbolo vital, y la noche, a la vez terrorífica -por la desprotección ante los depredadores- y plácida, por las relaciones sexuales y los sueños que tenían lugar tras la caza y recolección nómada de frutos.
    Sin que, como indicábamos, pretendamos dogmatizar, creemos que en la génesis del mito vampírico se encuentran diferentes símbolos, todos ellos femeninos. Por lo tanto el mito no tiene que ver con los cuentos de iniciación sobre desbroce u ocupación de nuevas zonas naturales, ni con los animales totémicos que en la leyenda de Lohengrin unirían la condición animal y la humana. Más bien debemos hablar de un culto al sexo unido al terror que activa la síntesis vampírica como unificación compleja de instintos entrecruzados.


Nicolás Cortés Rojano; El Espíritu de la Noche