martes, 29 de enero de 2013

Carta para Stalin


Estimado Iosif Vissiaronovich:

Condenado a un castigo supremo, el autor de la presente carta se dirige a Usted con la petición de que la citada pena le sea conmutada.
    Seguramente mi nombre le resulte conocido. Como para cualquier otro escritor, la mera posibilidad de la privación de escribir constituye para mí un castigo mortal. Y las condiciones creadas son tales, que no puedo continuar con mi labor, pues es inconcebible realizar tarea creativa alguna cuando uno se ve obligado a trabajar en una atmósfera de acoso sistemático, el cual, además, se endurece año tras año.
    De ningún modo pretendo representar la inocencia ultrajada. Soy consciente de que, durante los tres o cuatro primeros años que siguieron a la revolución, escribí algunas cosas que han podido dar pie a ciertos ataques. Sé que tengo la mala costumbre de decir en un momento determinado no lo que podría resultar conveniente, sino lo que estimo es la verdad. En particular, nunca he ocultado mi actitud hacia el servilismo literario, el vasallaje y la hipocresía. Consideraba, y sigo considerando, que eso rebaja tanto al escritor como a la revolución. En su día, esa cuestión, planteada de forma áspera y ofensiva para muchos en uno de mis artículos (en la revista La casa de las Artes 1, 1920), marcó el inicio de una campaña de prensa dirigida contra mí.
    Desde entonces, esa campaña, por diferentes razones, continúa hasta el día de hoy, donde ha llegado a tales extremos que la calificaría de fetichismo; al igual que cuando los cristianos, para mayor comodidad, crearon el diablo como personificación de todas las formas del mal, del mismo modo la crítica ha hecho de mí el diablo de la literatura soviética. Escupir al diablo se considera una buena acción y cada uno escupe como puede. En todas mis obras han detectado sin falta una intención diabólica. Para dar con ella, no han vacilado en atribuirme incluso dones de profeta. Así, en uno de mis cuentos (El Dios), publicado en la revista Anales, en el año 1916, algún crítico se las ingenió para encontrar... <<una burla contra la revolución en relación con la transición a la NEP>>. En un relato (El monje Erasmo) de 1920, otro crítico (Mashbits-Verov) percibía <<una parábola sobre lo juiciosos que se hicieron los jefes durante la NEP>>. Independientemente del contenido de cualquiera de mis escritos, basta la simple aparición de mi firma para tacharlo de criminal. Más recientemente, en el mes de marzo de este año, la Oblit de Leningrado adoptó medidas para que no quedara ninguna duda al respecto. Yo había revisado, a petición de la editorial Akademia, la traducción de la comedia de Sheridan La escuela de la maledicencia, y había escrito un artículo sobre su vida y obra. Naturalmente, no había en ese artículo ninguna maledicencia por mi parte (algo imposible). No obstante, la Oblit no sólo prohibió el artículo, sino que incluso prohibió a la editorial mencionar mi nombre como corrector de la traducción. Y sólo después de mi apelación en Moscú, sólo después de que el Glavit, evidentemente, le hiciera comprender que no se podía actuar con semejante ingenua franqueza, se autorizó tanto la publicación de mi artículo como la inclusión de mi nombre criminal.
    Saco a colación este hecho porque muestra con claridad, podría decirse de forma químicamente pura, la actitud que se ha tenido conmigo. De la extensa colección de ejemplos que atesoro, aún citaré un hecho más. Ya no se trata de un artículo fortuito, sino de una pieza de gran envergadura, en la que he trabajado durante casi tres años. Estaba seguro de que esa obra, una tragedia titulada Atila, conseguiría acallar finalmente a todos los que habían hecho de mí una especie de oscurantista. Creía tener todos los fundamentos para albergar esa certeza. La obra fue leída en una sesión del consejo artístico del Gran Teatro Dramático de Leningrado, donde estaban presentes representantes de dieciocho fábricas de Leningrado. He aquí algunos extractos de sus opiniones (reflejados en las actas de la sesión del 15 de mayo de 1928).
    El representante de la fábrica Volodarski dijo: <<Esta obra, escrita por un autor contemporáneo, trata el tema de la lucha de clases en la Antigüedad, cosa que está en consonancia con los tiempos modernos que corren... Su ideología es completamente admisible... La obra produce una fuerte impresión y elimina los reproches lanzados sobre la dramaturgia moderna, relativos a que no produce buenas obras>>... El representante de la fábrica Lenin, resaltando el carácter revolucionario de la obra, encuentra que <<esta pieza, por su valor artístico recuerda las obras de Shakespeare... Una obra trágica, extraordinariamente repleta de acción, que cautivará a los espectadores>>. El representante de la fábrica de hidromecánica considera que <<todas las situaciones de la obra tienen mucha fuerza y resultan apasionantes>>, y recomienda que se represente en el aniversario del teatro.
    Con lo de Shakespeare, los camaradas obreros se pasaron de la raya; pero, en cualquier caso, M. Gorki escribió acerca de la obra que la consideraba <<de un alto valor, tanto desde el punto de vista literario como desde el punto de vista social>> y que <<el tono heroico de la obra y el heroísmo del argumento no pueden ser más provechosos en nuestros días>>. La obra fue aceptada para su representación en el teatro, fue autorizada por el Comité del Repertorio Central y luego..., ¿se llegó a montar la obra para ese público obrero que le había dado tal calificación? Pues no. La obra, que ya estaba a mitad de los ensayos en el teatro y anunciada en cartel, fue posteriormente prohibida a requerimiento del Oblit de Leningrado.
    La muerte de mi tragedia Atila supuso, en efecto, una tragedia para mí: a partir de entonces, me di perfecta cuenta de que cualquier tentativa para cambiar mi situación resultaría inútil. Además, poco después se desató el famoso lío con mi novela Nosotros y también el de Caoba, de Pilniak. Naturalmente, para eliminar al diablo se acude a cualquier adulteración. Y mi novela, escrita nueve años antes, en 1920, fue presentada junto a Caoba como si fuese mi último trabajo, mi nueva obra. Se organizó una persecución sin precedentes en la literatura soviética, mencionada incluso en la prensa extranjera. Se hizo de todo con tal de cerrarme cualquier posibilidad de continuar con mi trabajo. Comencé a dar miedo a mis antiguos camaradas, a las editoriales y a los teatros. Quedó prohibido el préstamo de mis libros en las bibliotecas. Mi obra de teatro La pulga, representada con constante éxito en el Teatro del Arte durante cuatro temporadas, fue retirada del repertorio. Se suspendió la edición de mis obras completas en la editorial Federatsia. Cualquier editorial interesada en editar mis trabajos se expone a la quema inmediata, que ya han experimentado tanto Federatsia como Tierra y fábrica y, especialmente, <<la editorial de los escritores de Leningrado>>. Esta última editorial incluso se arriesgó a tenerme durante todo el año como miembro del consejo de dirección y, aunque no se atrevió a utilizar mi experiencia literaria, me encargó la corrección estilística de obras de escritores jóvenes, algunos de los cuales eran comunistas. Esta primavera, la sección del RAPP de Leningrado consiguió que me expulsaran del consejo de dirección y que cesara en mi trabajo. La Gaceta Literaria lo anunció solemnemente, añadiendo de forma inequívoca: <<Hay que conservar la editorial, pero no para los Zamiátin>>. Se cerró para Zamiátin la última puerta que daba al lector: la sentencia de muerte para este autor quedó así publicada.
    En el código penal soviético el escalón inferior a la pena de muerte es la expulsión del país. Si de verdad soy un criminal y merezco un castigo, con todo, pienso que no debe ser tan grave como la muerte literaria. Por eso pido su conmutación por la expulsión de la URSS y tener derecho a que mi mujer me acompañe. Pero si no soy un criminal, pido entonces permiso para viajar temporalmente al extranjero junto con mi esposa, aunque sólo sea por un año, y poder regresar en cuanto sea posible a nuestro país para servir a la literatura con grandes ideas sin tener que actuar de lacayo de gente insignificante, apenas cambie la opinión, aunque sólo sea en parte, del papel del escritor en nuestro país. Estoy seguro de que ese momento ya está cercano, porque, inmediatamente después de haber creado con éxito una base material, se plantea de forma ineludible la creación de una superestructura, un arte y una literatura que realmente sean dignos de la revolución.
    Sé que la vida en el extranjero tampoco me resultará fácil, pues no soporto estar en el bando reaccionario. De ello puede dar fe mi pasado: me afilié al partido bolchevique durante los tiempos zaristas, sufrí cárcel, dos exilios y un proceso en tiempos de guerra por escribir un relato antimilitarista. Sé que aquí, debido a la costumbre que tengo de escribir según lo que me dicta mi conciencia y no por mandato alguno, me han proclamado como un escritor de derechas, mientras que allí es probable que tarde o temprano y por esa misma razón me tilden de bolchevique. Pero incluso en esas difíciles condiciones, allí no me condenarán al silencio. Allí tendré la posibilidad de escribir y de publicar, aunque no sea en ruso.
    Si debido a las circunstancias me veo ante la imposibilidad (temporal, espero) de escribir en ruso, tal vez logre, al igual que el polaco Joseph Conrad, convertirme temporalmente en un escritor en lengua inglesa, puesto que ya he escrito en ruso alguna cosa sobre Inglaterra (el relato satírico Los isleños, y otras cosas) y escribir en esa lengua sólo me resulta un poco más difícil que en ruso. Iliá Ehrenburg, que sigue siendo un escritor soviético, trabaja desde hace tiempo principalmente para la literatura europea, escribiendo para ser traducido a lenguas extranjeras. ¿Por qué lo que se le permite a Ehrenburg no puede permitírseme a mí? Citaré otro nombre más: B. Pilniak. Al igual que yo, Pilniak ha compartido plenamente conmigo el papel de diablo, ha sido el principal blanco de la crítica y, para descansar de esa persecución, se le ha permitido viajar al extranjero. ¿Por qué lo que se le permite a Pilniak no puede permitírseme a mí?
    Podría basar también mi solicitud para viajar al extranjero en motivos más corrientes, aunque no menos serios: necesito seguir un tratamiento en el extranjero para librarme de una vieja enfermedad crónica (colitis) y también tendría que estar personalmente en el extranjero para llevar a escena dos de mis obras, que han sido traducidas al inglés y al italiano (La pulga y La sociedad de los campaneros honoríficos, las cuales ya han sido representadas en los teatros soviéticos). Además, la supuesta representación de esas obras me daría la posibilidad de no agobiar al Narkomfln (Comisario Popular de Finanzas, N. del T.) solicitándole dinero. Todos estos motivos son evidentes. Sin embargo, no quiero ocultar que la razón principal de mi petición para obtener el permiso de viajar al extranjero en compañía de mi mujer radica en la situación sin salida en la que yo, como escritor, me encuentro dentro de la URSS; en la sentencia de muerte dictada contra mí en este país como escritor.
    La extraordinaria atención que ha dispensado a otros escritores que se han dirigido a usted, me permite albergar la esperanza de que mi petición sea también tenida en cuenta.

                                                                        Evgueni Ivánovich Zamiátin; junio de 1931


A modo de P.D., de Sergio Hernández-Ranera: (...) Se le concede la autorización para marcharse del país, pero antes de dirigirse hacia el exilio, logra publicar La inundación (1929). Tras una primera estancia en Praga, se establece finalmente en París, donde fallece en 1937 en el olvido.

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