martes, 4 de diciembre de 2012

Qué es Espíritu, y qué Alma


Tratado I

Ha quedado claro que hay dos generaciones, la de Adán, y la que no es de Adán. La primera, formada por la tierra, es completamente tangible y material, pero la segunda, al no estar formada de tierra, es invisible, espiritual y sutil. La naturaleza de la generación de Adán es doble. El hombre, por ser de la generación de Adán, es totalmente incapaz de atravesar una pared si no hay en ella alguna abertura. Por el contrario, los seres que provienen de la otra generación no tienen ningún problema para lograrlo, pues su vaporosidad les permite pasar a través de las más gruesas barreras sin causar en ellas estropicio alguno. Hay que añadir aquí una tercera generación, a saber, una naturaleza mixta que participa de la primera y de la segunda.
    Como se adivinará, los hombres pertenecemos a la primera. Aquí se entiende al hombre de carne y hueso, al hombre que se multiplica, que necesita comer y beber, así como evacuar o hablar. La segunda naturaleza es la del espíritu, incapaz de realizar este tipo de acciones por serle completamente inútiles. No obstante, se conoce que hay otra naturaleza: aquella que es sutil como el espíritu, pero que sin embargo se genera como lo hace el hombre, con idéntica figura e idénticas necesidades. En definitiva, posee una naturaleza mixta entre la primera y la segunda generación a pesar de no ser ninguna de ellas, puesto que vuelan -cosa que no hacen los hombres y sí los espíritus- pero también tienen las necesidades de los hombres, como comer, excretar y beber, y son de carne y hueso, como los hombres.
    Sabemos que un hombre posee un alma, pero no así los espíritus, que no necesitan de ella. Sin embargo, las criaturas de la tercera naturaleza, por no poseer alma, se asemejan a los espíritus, pero el hecho de ser mortales los diferencia de éstos y los hace semejantes a los hombres.
    Algunos se preguntarán si estos seres mortales y carentes de alma son animales. La respuesta es no, no lo son. Es más, hablan y hacen cosas que ningún animal es capaz de hacer, por lo que se acercan más a la naturaleza del hombre que a la del animal.
    Por otra parte, sin ser hombres, son similares a éstos en imagen. Un mono podría ser semejante a un hombre por sus gestos, o un cerdo por su anatomía, sin que éstos dejaran nunca de ser lo que son. Hay quien diría que son superiores a los hombres por su cualidad sutil y espiritual, pero la réplica obvia se encuentra en Cristo. Éste nació y murió por la redención de los seres dotados de alma, i.e., la generación de Adán, de lo cual se colige que estas criaturas no han sido redimidas, ya que ni tienen alma, ni proceden de la generación de Adán.
    Es digna de admiración la tremenda variedad que Dios le ha concedido a su creación y en base a ello, aunque sea verdaderamente raro hallar estos seres, no por ello debe dudarse de su realidad. Yo mismo, pongamos por caso, tan sólo los he llegado a ver en una especie de alucinación.
    En todo caso, se sabe que no nos es posible indagar por completo la insondable sabiduría divina, por cuanto quedamos lejos de conocer todas las maravillas de la creación. Sabemos, empero, que estos seres que no se circunscriben a la generación de Adán custodian tesoros secretos que sólo son revelados en tiempos muy calculados, pero dejaré esto aquí, habida cuenta que lo trataré con más detenimiento en el tratado postrero.
    La reproducción de estos seres genera nuevos seres parecidos a los anteriores y, por tanto, semejantes a nosotros, pues son juiciosos, sabios, humildes, pueden ser excéntricos, en definidas cuentas, un poco como nosotros mismos.
    Si el hombre es una imagen distorsionada de Dios, ellos son una imagen distorsionada de los hombres. Pero así como Dios no permite al hombre que se iguale a Él, Dios no permite que esos seres asciendan en categoría, por cuanto no les es posible poseer alma, manteniéndose idénticos a como fueron al principio de la creación.
    A diferencia de nosotros, ni el fuego ni el agua les daña, aunque sí que están sometidos a la enfermedad y los padecimientos como lo están los humanos. También están azotados por la muerte y, igual que los animales, al morir sufren la putrefacción en su carne. Los hay pundonorosos, y los hay viles; unos son cándidos, y otros son libertinos; los hay mejores y los hay peores; en definitiva, son como los humanos, poseen sus hábitos, sus ademanes y su propio idioma. También se asemejan a los hombres en que son diversos en su aspecto físico, en que conviven bajo un único sistema legal reglado, trabajan con sus propias manos y tejen sus propias vestimentas, poseen gobernadores que imparten justicia con equidad y sabiduría, utilizando para todo ello el razonamiento lógico y formal.
    En verdad, para ser como hombres sólo les falta el alma, pero esta carencia les impide servir a Dios y actuar según su ley. Debido a este impedimento sólo les queda actuar, en la medida de lo posible, según la ética y un código honesto. Por lo tanto, si de toda la creación el hombre es el ser más cercano a Dios, estos seres son los más cercanos al hombre.


                                                                                                 Teofrasto Paracelso

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