jueves, 13 de diciembre de 2012

Los señores del fuego


El alquimista, como el herrero, y antes que ellos el alfarero, es un <<señor del fuego>>, pues mediante el fuego es como se opera el paso de una substancia a otra. El primer alfarero que consiguió gracias a las brasas endurecer considerablemente las <<formas>> que había dado a la arcilla debió sentir la embriaguez del demiurgo: acababa de descubrir un agente de transmutación. Lo que el calor <<natural>> -el del sol o el vientre de la tierra- hacía madurar lentamente, lo hacía el fuego en un tiempo insospechado. El entusiasmo demiúrgico surgía del oscuro presentimiento de que el gran secreto consistía en aprender a hacer las cosas <<más aprisa>> que la Naturaleza; es decir -pues siempre debemos traducir a los términos de la experiencia espiritual del hombre arcaico-, a intervenir sin riesgo en el proceso de la vida cósmica del ambiente. El fuego se declaraba como un medio de hacer las cosas <<más pronto>>, pero también servía para hacer algo distinto de lo que existía en la Naturaleza, y era, por consiguiente, la manifestación de una fuerza mágico-religiosa que podía modificar el mundo y, por tanto, no pertenecía a éste. Ésta es la razón por la cual ya las culturas más arcaicas imaginan al especialista de lo sagrado -el chamán, el hombre-medicina, el mago- como a un <<señor del fuego>>. La magia primitiva y el chamanismo implican el <<dominio del fuego>>, bien que el <<hombre-medicina>> pudiese tocar impunemente las brasas, bien que pudiese producir en su propio cuerpo un <<calor interior>> que le hiciese <<ardiente>>, <<abrasador>>, permitiéndole de este modo resistir un frío extremo.


                                                                                                          Mircea Eliade

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