Para empezar, a mí me parece que una empresa cuyo carácter humano puede verse por todos lados es preferible a una que se muestre <<objetiva>> e impermeable a los deseos y las acciones humanos. Las ciencias, después de todo, son nuestra propia creación, incluidos todos los severos estándares que parecen imponernos. Es bueno recordar constantemente este hecho. Es bueno recordar constantemente el hecho de que es posible escapar de la ciencia tal como hoy la conocemos, y que podemos construir un mundo en el que no desempeñe ningún papel. (Me aventuro a sugerir que tal mundo sería más agradable de contemplar, tanto material como intelectualmente, que el mundo en que vivimos hoy.) ¿Qué mejor recordatorio hay que el darse cuenta de que la elección entre teorías que son suficientemente generales para proporcionar una concepción del mundo comprehensiva y entre las que no hay conexión empírica puede llegar a ser una cuestión de gusto; que la elección de una cosmología básica puede llegar a ser también una cuestión de gusto?
En segundo lugar, las cuestiones de gusto no están completamente fuera del alcance de la argumentación. Los poemas, por ejemplo, pueden ser comparados en su gramática, en su estructura sonora, en sus imágenes, en su ritmo, y pueden evaluarse sobre esa base (cf. Ezra Pound sobre el progreso en poesía). Incluso el giro más escurridizo puede analizarse y debe analizarse si el propósito es presentarlo de manera que pueda disfrutarse con él o de manera que aumente el inventario emocional, cognoscitivo, perceptivo, etc., del lector. Todo poeta digno de tal nombre compara, mejora, arguye hasta que encuentra la formulación correcta de lo que quiere decir. ¿No sería maravilloso que este proceso libre y entretenido desempeñase también un papel en las ciencias?
Por último, hay modos más pedestres de explicar lo mismo que acaso repelan algo menos a los tiernos oídos de un filósofo de la ciencia profesional. Puede considerarse la longitud de las derivaciones que conducen de los principios de una teoría a su lenguaje de observación, y puede también prestarse atención al número de aproximaciones hechas en el curso de la derivación. Todas las derivaciones deben estandarizarse para este propósito de modo que puedan hacerse afirmaciones no ambiguas sobre la longitud. (Esta estandarización concierne a la forma de la derivación, no concierne al contenido.) Parece que serían preferibles una menor longitud y un número menor de aproximaciones. No es fácil ver cómo este requisito puede hacerse compatible con la exigencia de simplicidad y generalidad que, como parece, tendería a incrementar ambos parámetros. Sea como fuere, hay muchos caminos abiertos ante nosotros una vez entendido, y tomado en serio, el hecho de la inconmensurabilidad.
Paul K. Feyerabend
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