Hasta en las aldeas del oeste hay algunos escépticos. Las Navidades pasadas una mujer me dijo que no creía ni en el infierno ni en los fantasmas. El infierno era una invención forjada por el cura para que la gente fuera buena; y a los fantasmas no se les permitiría, consideraba, ir <<deambulando por el mundo>> según su propia y libre voluntad; <<pero hay duendes y gnomos pequeños, y caballos acuáticos, y ángeles caídos>>. También he conocido a un hombre, que llevaba un indio mohawk tatuado en el brazo, que abrigaba exactamente creencias e incredulidades semejantes. Se dude de lo que se dude, de lo que nunca se duda es de los duendes, pues, como decía el hombre del indio mohawk en el brazo, <<son lógicos>>.
Una muchachita que servía en la aldea de Grange, justo al pie de las laderas del Ben Bulben, que descienden hacia el mar, desapareció súbitamente una noche hace unos tres años. Al instante se armó un gran revuelo en la vecindad, pues se rumoreó que se la habían llevado los duendes. Se dijo que un lugareño la había sujetado y que había forcejeado largo rato para librarla de ellos, pero al final se impusieron, y él se encontró con tan sólo un palo de escoba en las manos. Se acudió al guardia local, y éste organizó en el acto una batida casa por casa, y al mismo tiempo aconsejó a la gente que quemara todas las bucalauns (ambrosías) del campo en el que la chica se había esfumado, pues las bucalauns son sagradas para los duendes. Se pasaron la noche entera quemándolas, el guardia repitiendo sortilegios mientras tanto. Por la mañana se halló a la muchachita errando por el campo. Dijo que los duendes se la habían llevado muy lejos, a lomos de un caballo encantado. Por fin vio un gran río, y el hombre que había tratado de impedir que se la llevaran era arrastrado corriente abajo -tales son los vuelcos de la magia feérica- en una concha de berberecho. Durante el trayecto, sus acompañantes habían mencionado los nombres de varias personas que morirían al poco en la aldea.
William Butler Yeats; 1893
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