jueves, 13 de junio de 2013

Contesta von Däniken

Pregunta nº 86 formulada a Erich von Däniken en una de sus conferencias públicas en foro universitario: ¿Por qué ataca usted siempre a los arqueólogos? ¿Qué tiene contra ellos?

Se equivoca usted, señor mío. No tengo nada contra <<los arqueólogos>>, así, en general. Soy muy escrupuloso, tal vez más que mis adversarios, en cuanto a respetar las opiniones de los demás. He conocido a muchos arqueólogos que son personas íntegras y tratables. Son mis más constantes interlocutores. No obstante, muchos tienen una idea algo exagerada de su profesión. Y otra cosa: ningún arqueólogo ataca a otro. A veces se diría que apoyan las opiniones de sus colegas sólo por serlo, aun sospechando que sean erróneas. Contra la arqueología en general, en tanto que ciencia, poco tengo que objetar. Muy al contrario, puesto que me interesa ganarla para mi causa. Permítanme aducir un pequeño ejemplo para explicar mejor lo cerca que estoy de la arqueología: Supongan ustedes que mañana por la tarde aterriza en la plaza principal de Zurich un vehículo espacial extraterrestre. Las gentes se agolpan a millares para verlo. Entonces se abre el objeto volador desconocido, y salen diez hombrecillos verdes que se encaminan directamente al Ayuntamiento. Allí conversan durante cinco o séis horas con nuestros políticos, científicos, ingenieros y teólogos. Al anochecer, los hombrecillos verdes regresan a su nave espacial y desaparecen para siempre jamás.
    Pasan tres mil años.
    Zurich será ya sólo un montón de ruinas. Al menos, eso es lo que nos enseña la experiencia histórica. Van los arqueólogos y desentierran los restos de lo que fue la ciudad de Zurich en 1978. Aquí y allá encuentran pedazos de ropas, con los que reconstruyen las modas suizas de 1978. Rascan ollas y sartenes para analizar los residuos de alimentos, o encuentran una nevera enterrada. Así rehacen los arqueólogos el menú de los hábitos alimenticios de 1978. Desentierran máquinas y herramientas que les permiten sacar conclusiones acerca del nivel técnico suizo de 1978. Analizan los restos de las paredes y determinan cómo se construía en Zurich en 1978. Ya conocemos esos métodos. Poco a poco, los laboriosos arqueólogos conseguirán hacerse una idea de cómo era Zurich en 1978. Hay que descubrirse ante los resultados. Hasta aquí no tengo nada que objetar.
    Ahora bien: por más que busquen, los arqueólogos de dentro de tres mil años nunca podrán averiguar que en 1978 aterrizó en medio de Zurich un vehículo espacial. Tal acontecimiento escapará a sus pesquisas. Ningún resto permite deducir que los hombrecillos verdes tuvieron una reunión en el Ayuntamiento con las fuerzas vivas de la ciudad. Posiblemente observarán que a partir de determinada época cambió de orientación toda la investigación técnico-científica, que súbitamente adquirió dimensiones muy diferentes el pensamiento religioso. También sería posible que los arqueólogos del futuro hallasen algún testimonio artístico del suceso. Quizá se rasquen la coronilla frente a algún relieve, preguntándose cómo los artistas de 1978 representaron un extraño objeto volador en medio de la ciudad, o flotando sobre la silueta de la ciudad.
    Como los métodos no habrán cambiado ni siquiera dentro de tres mil años (probablemente), acabarán por convenir en que aquella representación extraña era el símbolo abstracto de alguna divinidad. De este modo quedará relegada a los dominios de la mitología.
    ¡Ya ven ustedes qué poco es lo que me separa de las conclusiones de la ciencia arqueológica! Acepto las interpretaciones en base a piezas materiales que permiten reconstruir la vida cotidiana de nuestros antepasados. Sólo que los acontecimientos inusitados, por desgracia, no tienen cabida en el esquema de este rompecabezas. Siempre que en nuestro pasado han ocurrido súbitas revoluciones científicas y técnicas, siempre que ha ocurrido algo incomprensible, se ha tratado de explicar lo inexplicable transfiriéndolo al sector de las religiones o mitologías. Nos llevaría demasiado tiempo el tratar de relacionar aquí todos los puntos de cambio súbito y misterioso del pasado humano, pero son suficientemente conocidos. Y todos han pasado al reino incontrolable de la fábula y la leyenda... pese a tener su origen en hechos de lo más sólido.
    Tal es, señor mío, <<la petite différence>>, como diría un francés, que me separa de los arqueólogos. Yo estaría de acuerdo con todas sus conclusiones si ellos se aviniesen a aceptar que en alguna época, en algún lugar de nuestro pasado tuvieron que producirse visitas extraterrestres, aunque no se hayan desenterrado aún los testimonios de tales visitas. ¿Quién nos dice que tales testimonios se encuentren enterrados? Si los arqueólogos hubiesen dejado espacio para esa posibilidad en su edificio lógico, no me sería preciso discutir con ellos. ¡Y por otra parte, esa <<concesión>> no rebajaría en nada el mérito de sus trabajos!

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