sábado, 4 de mayo de 2013

METALITERATURA: Superhéroes



            […]
            Decidí aceptar a los personajes de cómic por sus apariencias: no había un Batman en el mundo real y probablemente nunca lo habría, y las posibilidades de que un bebé extraterrestre humanoide creciese en el medio oeste estadounidense hasta convertirse en un hombre maduro con extraordinarios superpoderes eran infinitesimales; se trataban, pues, de criaturas de ensueño, que jamás podrían ser de carne y hueso. Tras la ruptura de la verosimilitud necesaria para que la maquinaria de Watchmen funcionase, todo apuntaba a que cualquier intento futuro de seguir esa línea de pensamiento futuro sería infructuoso.
            Los cómics de superhéroes siempre podrían ser un poco más realistas, de acuerdo, pero eso no significaba añadir escenas de Batman en el retrete o de los X-Men fracasando en su misión de alimentar a millones de africanos hambrientos; significaba reconocer que cualquier cosa que pudiésemos experimentar era real por su propia naturaleza, con el consiguiente rechazo a la idea de que la ficción tenía que comportarse como la carne. La presunción de que los superhéroes podían mostrarnos, literalmente, cómo erradicar el hambre o la pobreza parecía tan ingenua como creer en los cuentos de hadas.
            Eran superhéroes reales, faltaría más: existían, vivían en universos de papel, suspendidos en un continuum de pasta de celulosa, donde nunca envejecían ni morían, a menos que no fuese para renacer mejorados, con un nuevo traje. Los superhéroes reales vivían en la superficie de la segunda dimensión, las vidas reales de los superhéroes reales podían tenerse entre las manos. Eran tan reales que tenían vidas más largas que las nuestras, eran más reales que yo. Dicen que la mayoría de los nombres y las biografías de las personas caen en el olvido tras cuatro generaciones; sin embargo, es muy probable que la vida y la fama de incluso el más desconocido de los superhéroes de la Edad de Oro perduren mientras las marcas comerciales sigan rescatándose.
            No había una Nueva York física en el Universo Marvel, no podías comprar un billete de avión y plantarte allí; lo que sí podías hacer era comprarte un cómic que automáticamente te transportara a la única Nueva York real del Universo Marvel (una simulación de realidad virtual hecha de papel y tinta), situada en las propias páginas del cómic. Ahora, en esa piel de papel de la dimensión que está justo por debajo de la nuestra, existía una copia de Nueva York completamente alternativa y que funcionaba a la perfección: una ciudad poblada por imágenes de Daredevil, Spiderman y los 4 Fantásticos. Esa Nueva York tenía su propia historia de invasiones extraterrestres y tsunamis procedentes de la Atlántida, pero también estaba al día con respecto a las modas cambiantes del mundo “real”, y poseía la capacidad de volverse más compleja y profunda con el paso de las décadas. Su continuidad estaba separada de la nuestra; sus personajes sobrevivían a la gente de carne y hueso, incluyendo a sus creadores. El Edificio Baxter podía aguantar más tiempo en pie que las casas de verdad, construidas con piedras. […]
 
Grant Morrison; Supergods.
(Ilustración de Alex Ross).

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