jueves, 23 de mayo de 2013

El Galanteador


Encontré al Galanteador un atardecer en el valle,
era más apuesto que cualquiera de nuestros jóvenes apuestos,
sus ojos eran más negros que el endrino, su voz mucho más dulce
que el canturreo de la gaita del viejo Kevin allá en Coolnagar.

Me fui a ordeñar con un corazón puro y libre.
¡Oh dolor! aquella hora amarga me consumió la vida.
Le creí un amante humano, aunque sus labios eran fríos,
y el hálito de la muerte me llegaba penetrante en su abrazo.

No sé por dónde vino, ninguna sombra le seguía,
pero los juncos suspirantes se inclinaron bajo un viento misterioso,
el tordo dejó de cantar, la niebla apareció,
los dos nos abrazamos dejando el mundo afuera.

Al otro lado de la niebla espectral oía mugir a mis vacas,
la vaquita de Ballina, blanca como nieve que arrastra el viento,
la vaca parda de Kerry, la ruana de Inisheer.
¡Oh, qué lastimera su llamada! ¡Y él me murmuraba al oído!

Sus ojos eran de fuego; sus palabras un señuelo;
grité el nombre de mi madre, pero no acudió ayuda alguna;
hice el Signo sagrado, y él lanzó un suspiro triste,
un jirón de nube se alejó flotando y yo me quedé sola.

Por la cabeza me da vueltas sin parar una vieja canción:
<<La que encuentra al Galanteador debe tejer pronto su mortaja.>>
El rostro de mi madre está surcado por las lágrimas saladas,
pero los ojos buenos de mi padre son la visión más triste de todas.

He hilado el lino y ahora mi rueda está quieta,
está tejida la pieza para mi mortaja fina y fría,
me tenderé en el lecho donde feliz doncella yo yacía.
¡Rogad por el alma de Mairè Og cuando despunte el día!


                                                                                                                     Ethna Carbery

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