lunes, 27 de mayo de 2013

El templo de Júpiter Belo

Este templo, que todavía duraba en mis días, es cuadrado y cada uno de sus lados tiene dos estadios. En medio de él se ve fabricada una torre maciza que tiene un estadio de altura y otro de espesor. Sobre ésta se levanta otra segunda, después otra tercera, y así sucesivamente hasta llegar al número de ocho torres. Alrededor de todas ellas hay una escalera por la parte exterior, y en la mitad de las escaleras un rellano con asientos, donde pueden descansar los que suben. En la última torre se encuentra una capilla, y dentro de ella una gran cama magníficamente dispuesta, y a su lado una mesa de oro. No se ve allí estatua ninguna, y nadie puede quedarse de noche, fuera de una sola mujer, hija del país, a quien entre todas escoge el Dios, según refieren los Caldeos, que son sus sacerdotes.
    Dicen también los Caldeos (aunque yo no les doy crédito) que viene por la noche el Dios y la pasa durmiendo en aquella cama, del mismo modo que sucede en Tebas del Egipto, como nos cuentan los Egipcios, en donde duerme una mujer en el templo de Júpiter Tebano. En ambas partes aseguran que aquellas mujeres no tienen allí comunicación con hombre alguno. También sucede lo mismo en Pátara de la Lycia, donde la sacerdotisa, todo el tiempo que reside allí el oráculo, queda por la noche encerrada en el templo.
    En el mismo templo de Babilonia hay en el piso interior otra capilla, en la cual se halla una grande estatua de Júpiter sentado, que es de oro: junto a ella una grande mesa también de oro, siendo del mismo metal la silla y la tarima. Estas piezas, según dicen los Caldeos, no se hicieron con menos de ochocientos talentos de oro. Fuera de la capilla hay un altar de oro, y además otro grande para las reses ya crecidas, pues en el de oro sólo es permitido sacrificar víctimas tiernas y de leche. Todos los años, el día en que los Caldeos celebran la fiesta de su Dios, queman en la mayor de estas dos aras mil talentos de incienso. En el mismo templo había anteriormente una estatua de doce codos, toda ella de oro macizo, la que yo no he visto, y solamente refiero lo que dicen los Caldeos. Darío, el hijo de Histaspes, formó el proyecto de apropiársela cautelosamente, pero no se atrevió a quitarla. Su hijo Xerxes la quitó por la fuerza, dando muerte al sacerdote que se oponía a que se la removiese de su sitio. Tal es el adorno y la riqueza de este templo, sin contar otros muchos donativos que los particulares le habían hecho.


                                                    Heródoto de Halicarnaso; Los nueve libros de la Historia

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