sábado, 18 de mayo de 2013

El origen del Caballero feudal


A medio camino entre el equites romano y los jinetes que formaban el séquito de los caudillos bárbaros, entre el guerrero profesional y el unido por lazos de parentesco o fidelidad a un señor feudal, el caballero medieval tal y como lo conocemos surge en torno al siglo XI, cuando a raíz de la primera cruzada nace la idea de una vinculación entre el guerrero y una causa santa. La idea, como excusa, no era nueva, que ya se ha dicho en el apartado anterior que Dios dispuso tres tipos de hombres: los que rezan, los que defienden y los que trabajan. Son Bernardo de Claraval (el predicador de la segunda cruzada) y Ramón Llull los que santifican el papel del caballero guerrero, defensor de la fe y de la obra de Dios: "Faltó en el mundo la caridad, la lealtad, la justicia y la verdad; comenzó la enemistad, la deslealtad, la injusticia y la falsedad, y por eso en el pueblo de Dios hubo error y turbación; el mundo se vio colmado de menosprecio de la justicia al disminuir la caridad y para que ésta volviese a brillar fue necesario que recuperase su honra por el temor. Por esto todo el pueblo se dividió en millares de hombres, y de cada mil de ellos fue elegido uno, que fuera el más amable, el más sabio, el más leal, más fuerte, de más noble ánimo, de mejor trato y crianza entre todos los demás (...). Se buscó también entre las bestias la más bella, la más rápida y que mayor trabajos aguantara, y que conviniera más al servicio del hombre. Y porque el caballo es el bruto más noble y más apto para servirle, por ello fue escogido, y éste es el motivo por el que aquel hombre se llama caballero".
    De igual modo las armas del caballero son mitificadas: la espada, en forma de cruz, significa que así como Cristo venció en la cruz, el caballero debe destruir a los enemigos de la cruz con la espada, símbolo de la justicia. Y eso se aplica tanto a los infieles como a los malos cristianos, que no cumplen con los sagrados preceptos que dicta la Iglesia y cometen injusticias. La lanza, a su vez, significa la verdad, la rectitud, y su hierro simboliza la fuerza de esa verdad sobre la falsedad. El emblema que lleva pintado en el escudo indica que la verdad se muestra a todos y, por lo tanto, no tiene miedo del engaño, a su vez; el casco es símbolo de la vergüenza: así como la vergüenza impide al caballero inclinarse a hechos viles, el casco defiende la cabeza, la parte más noble del hombre.


                                                                                          Ricard Ibáñez; Aquelarre

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