lunes, 26 de agosto de 2013

Segunda Epístola: <<¡Magnifiquemos al Señor!>>















-¿Por qué hemos de magnificar al Señor? -se preguntó cierto día Herr Professor Heinrich Strauss, y enseguida se puso a tallar y a pulir la lente más grande que se haya visto nunca en el mundo, y el armazón para sustentarla.
    -¡O bien el Señor está muy lejos, o debe de ser muy pequeño..., minúsculo, en realidad!
    Luego lo pensó mejor y convirtió su aparato óptico en un telemicroscopio: un instrumento que combinaba en uno solo las funciones opuestas del telescopio y del microscopio. Podía observar aquellos fenómenos que son tan grandes y tan próximos que nadie repara en ellos (como todo el ancho mundo, que su máquina reducía al tamaño de un granito de arena), así como los que son tan lejanos que se sitúan en la curva de los mismos confines del cosmos, directamente detrás de la cabeza del observador.
    Un día, mientras contemplaba su propio occipucio a través de varios miles de millones de años-luz de distancia, gracias a la curvatura del cosmos (utilizaba luz de taquiones), Herr Professor observó una diminuta figura que bailaba y agitaba los brazos para llamar su atención. Aumentando la magnificación un par de divisiones de la escala logarítmica, tuvo la satisfacción de comprender que aquél a quien observaba debía ser sin duda el Dios a quien andaba buscando...


                                                                        Ian Watson; El Jardín de las Delicias

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