miércoles, 21 de agosto de 2013

El nirvana y el átomo (2ª parte)

¿Podrían considerarse la vida y la consciencia como un cáncer de la materia o una propiedad inherente al núcleo del átomo? Los sabios contemporáneos no piensan que la vida sea un fenómeno único en el universo. Sin embargo, cuando llegamos a sus atributos, las opiniones difieren.
    Thomas Mann presenta la consciencia como la necesidad universal experimentada por la naturaleza para completar su propio conocimiento. Es el deseo de la vida de comprenderse ella misma. La necesidad que tiene la materia de definirse.
    Seres vivientes inferiores poseen a menudo un elevado grado de inteligencia, por ejemplo el delfín. En la bahía del Almirantazgo, en Nueva Zelanda, Pelorus Jack escoltó navíos y buques como un práctico durante treinta años. La Marina de los Estados Unidos empleó los servicios de Tuffy, una marsopa de siete pies que servía de estafeta en el océano Pacífico, cerca de San Diego, en California.
    En general, los autores se refieren al tamaño de su cerebro para explicar la inteligencia del delfín. Pero, ¿qué diremos de la pequeña abeja que da informaciones sobre los campos de flores, la calidad del polen disponible, su emplazamiento exacto, su distancia con relación a la colmena, informaciones todas que son transmitidas por una especie de danza y de sonidos que nosotros no podemos percibir? Los termes no tienen mucha más materia cerebral y, sin embargo, poseen el suficiente sentido común para fertilizar sus criaderos. Las hormigas mantienen lecherías, donde los pulgones están sometidos al ordeño, como las vacas. Son capaces de escoger el sexo de su progenitura y, gracias a esta elección, pueden controlar su población. La Ciencia dice que el instinto lo explica todo. Pero, ¿no es el instinto una forma de consciencia colectiva para determinadas especies?
    La Ciencia estudia la inteligencia en los animales inferiores a la especie humana. Pero no quiere admitir que el conocimiento mental pueda extenderse a las formas más ínfimas de la vida, hasta el mismo átomo.
    Concebir que un sistema astronómico como una galaxia sea un centro de consciencia sería igualmente considerado como no científico. Olaf Stapleton, autor de cienciaficción, imagina nuestra Vía Láctea como un vasto cuerpo dotado de consciencia. En esta galaxia hay diez veces tantos soles como células en el cerebro humano.
    Uno está en su derecho al maravillarse de la falta de imaginación de nuestros sabios contemporáneos quienes, por una parte, enseñan la teoría de la evolución -de la ameba al académico- y, por otra parte, llevados por su vanidad, no son capaces de ver las formas más altas de la vida cósmica.
    Johann Lambert (1728-1777), un profesor alemán, fue el primero que en los tiempos modernos sugirió la posibilidad de una jerarquía en el Cosmos. Estaba convencido de que la mayor parte de estrellas tenían familias de planetas. Consideraba los sistemas planetarios como sistemas de primer orden. Lambert sospechaba que los soles y los planetas formaban una unidad cósmica de mayor dimensión. Esta teoría fue confirmada más tarde por el descubrimiento de la galaxia de la Vía Láctea que, en la nomenclatura de Lambert, era un sistema de segundo orden. Por analogía, Johann Lambert llegaba a la conclusión de que esas formaciones de segundo orden debían ser las componentes de un orden superior. Lo que en el siglo XVIII era una atrevida especulación fue demostrado de una forma brillante, hace relativamente poco, con el descubrimiento de la metagalaxia. Por otra parte, Lambert no pensaba que este tercer orden fuera necesariamente el orden final.
    El filósofo Leibniz cultivaba la idea que cada unidad cósmica de vida estaba formada de partes más pequeñas o <<mónadas>>. Los átomos, las hormigas, los animales, los hombres, los planetas, los soles y las galaxias pueden ser las cristalizaciones de una sola y misma esencia de la consciencia cósmica universal.
    Es innegable que la vida florece a partir de la semilla del átomo. Aparentemente, la necesidad de manifestarse en forma y principio vivientes está arraigada en el corazón de la Materia. Bajo los hielos del polo Norte, la vida marítima es tan rica y activa como en no importa qué mar tropical. Así, pues, la vida dinámica ignora la geografía y se adapta a las condiciones exteriores.
    La consciencia es, probablemente, un atributo universal de la Materia y, sin embargo, es encauzada por la Ciencia a un rango limitado en la escala de la evolución, en la que nosotros ocupamos el lugar de honor. Esta concepción es geocéntrica y antropomórfica. <<¿Por qué se detendrían las cosas en el Hombre?>>, preguntaba H. G. Wells.
    Teilhard de Chardin hablaba de Ultrahumanidad, una futura raza humana superior. Se puede pensar en una raza superior más antigua que existiría ya en las estrellas. Debemos darnos cuenta de que la evolución no puede conducirnos a ningún callejón sin salida a causa de la progresión infinita de la vida.
    Nuestra madre Naturaleza manifiesta ser inteligente creando las proporciones geométricas y la belleza de los cristales, de las conchas, de las flores, de los pájaros y de los animales. Que de las formas primitivas resulten formas complejas y perfectas es un fenómeno que puede explicarse por la sola presencia del espíritu universal en el átomo.
    La clave del misterio del Tiempo puede estar escondida en el núcleo del átomo viviente.


                                                                               Andrew Tomas; La barrera del Tiempo

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