sábado, 28 de diciembre de 2013

La guía telefónica de Manhattan (abreviada)

Ésta es la mejor historia y la peor historia que jamás haya escrito nadie.
    Hay muchas formas de juzgar el mérito de una historia, ¿no? Una es que haya mucha gente en ella, y que esa gente sea real. Bien, esta historia tiene más gente en ella que cualquier otra historia en toda la historia del mundo. ¿La Biblia? Olvídenla. Diez mil personas, como máximo. (No las he contado, pero sospecho que son menos que eso, aún incluyendo a todos los personajes secundarios.)
    ¿Y real? Cada uno de los personajes es un ser humano vivo certificado. Se me puede acusar de poca profundidad en la descripción de esos personajes, no lo discuto. Si hubiera tenido el tiempo y el espacio, hubiera podido contarles mucho más acerca de cada una de esas personas..., pero un escritor tiene que considerar una serie de limitaciones dramáticas. Si hubiera dispuesto de más espacio. ¡Huau! ¡La de historias que hubieran podido leer!
    Lo admito también, el argumento es limitado. Uno no puede tenerlo todo. La fuerza de esta historia reside en la gente. Yo estoy en ella. Ustedes también.
    Es así:
    Jerry L. Aab se trasladó a Nueva York hace seis años desde su hogar en Valdosta, Georgia. Todavía habla con acento del sur, pero lo va perdiendo gradualmente. Se casó con una mujer llamada Elaine, y las cosas no le han ido muy bien a la familia Aab. Su segundo hijo murió, y Elaine está de nuevo embarazada. Cree que Jerry se entiende con otra mujer. No es cierto, pero ella ya está hablando de divorcio.
    Roger Aab no tiene ningún parentesco con Jerry. Es nativo de Nueva York. Vive en un apartamento en el tercer piso de un edificio sin ascensor, en el 1 de Maiden Lane. Es su primer hogar; Roger tiene sólo diecinueve años, acaba de graduarse en la escuela secundaria, y piensa en matricularse en el City College. En estos momentos, mientras se decide, trabaja en una tienda e intenta conseguir una cita con Linda Cooper, que vive a dos manzanas de su casa. En realidad todavía no ha decidido qué quiere hacer en la vida, pero confía en que llegará a una decisión.
    Kurt Aach está en libertad condicional. Cumplió dos años en Attica, en el norte del estado, por robo a mano armada. No era su primera condena. Tenía vagas ideas de reformarse al salir. Si pudiera enrolarse en la marina mercante piensa que podría conseguirlo, pero los asquerosos trabajos que le han ofrecido hasta ahora ni siquiera merecen la pena que se moleste con ellos. Acaba de comprarle una Smith y Wesson del 38 a un tipo en los muelles. La limpia y engrasa constantemente.
    Robert Aach es el hermano mayor de Kurt. Nunca visitó a Kurt en la prisión porque odia a ese inútil. Cuando piensa en su hermano espera que el estado decida pronto restablecer la silla eléctrica. Tiene una esposa y tres chicos. Les gusta ir a Florida de vacaciones.
    Adrienne Aaen lleva trabajando en el Woolworths de la Calle 14 Este desde que tenía veintiún años. Ahora ha pasado los sesenta y pronto se retirará, involuntariamente. Nunca se ha casado. Su carácter es más bien hosco, sobre todo debido a sus pies, que le llevan doliendo cuarenta años. Tiene un gato y un periquito. El gato es demasiado perezoso para perseguir al pájaro. Adrienne ha conseguido ahorrar algo de dinero. Cada noche da gracias a Dios por todas sus bendiciones, y a la ciudad de Nueva York por el control sobre los alquileres.
    Molly Aagard tiene treinta años, y trabaja para la Policía de Tráfico de Nueva York. Se pasa todo el día en el metro. Está encargada de detener los grandes crímenes que infestan la ciudad subterránea, y pone gran empeño en ello.Odia las pintadas que florecen constantemente en las paredes de todos los vagones como hongos malignos.
    Irving Aagard no tiene ningún parentesco con ella. Tiene cincuenta y cinco años, y es propietario de una tienda concesionaria Oldsmobile en Nueva Jersey. La gente le pregunta por qué vive en Manhattan, y siempre le sorprende esa pregunta. ¿Acaso debería preferir vivir en Jersey, por el amor de Dios? Para Irving, Manhattan es el único lugar donde se puede vivir. Tiene dinero suficiente como para enviar a sus tres hijos -Gerald, Morton y Barbara- a buenas escuelas. Se preocupa por la delincuencia, pero no más que cualquier otro.
    Shiela Aagre es una callejera de diecisiete años de St. Paul. Su vida de prostituta no es gran cosa, pero eso es mejor que Minnesota. Le da a la heroína, pero sabe que puede dejarla siempre que quiera.
    Theodore Aaker y su esposa, Beatrice, viven en un hermoso apartamento a una manzana de distancia de los Dakota, donde fue muerto John Lennon. Aquella noche salieron y estuvieron allí de pie a la luz de las velas, recordando Woodstock, recordando el verano de amor en el Haight-Ashbury. A veces Theodore se pregunta cómo y por qué se metió en el asunto de los valores y los bonos. Beatrice está embarazada de su primer hijo. Está decidiendo cuánto tiempo va a permanecer apartada de su trabajo de abogada. Es una difícil pregunta.
    (162.000 personajes omitidos.)
    Clemanzo Cruz vive en la Calle 120 Este. Está sin empleo, y así ha sido desde que llegó de Puerto Rico. Siempre está en un bar en la esquina de Lexington y la 122. No acostumbraba a beber mucho allá en San Juan, pero ahora es todo lo que hace. Han sido quince años. Se podría decir que está desanimado. Su esposa, Ilona, va a trabajar a las cinco de la tarde al Empire State Building, donde friega suelos y wáteres. Ya ha sido asaltada una docena de veces en su camino de vuelta a casa en el Lexington local número 6.
    Zelad Cruz comparte un apartamento con otras dos secretarias. Incluso con compañeras de cuarto es difícil llegar a fin de mes con los alquileres de Nueva York en la forma en que están. Siempre tiene una cita el sábado por la noche -es una auténtica belleza-, y se lo pasa en grande, pero el domingo por la mañana siempre la encuentra en una de las primeras misas en St. Patricks. Está ese tipo que ella cree que le va a pedir que se case con él. Ha decidido que le dirá que sí. Está cansada de compartir un apartamento. Espera que no le pegue mucho.
    Richard Cruzado conduce un taxi. Es un tipo bonachón. Es bien sabido que no le importa hacer carreras hasta lo más oscuro de Brooklyn. El nombre de su esposa es Sabina. Siempre le está insistiendo en comprar una casa en Queens. Él cree que alguno de esos días lo hará. Tienen seis hijos, y la vida es dura para ellos en Manhattan. Esas casas allí en Queens tienen patios traseros, piscinas, lo que quieras.
    (1.250.000 personajes omitidos.)
    Ralph Zzyzzmjac se cambió el nombre hace dos años. Su auténtico nombre es Ralph Zyzzmjac. Un amigo le convenció de añadir una Z para ser el último tipo en el listín telefónico. Es soltero, bibliotecario, y trabaja para la ciudad de Nueva York. Para divertirse va al cine, solo. Tiene sesenta y un años.
    Edward Zzzzyniewski está loco. No para de entrar y salir de Bellevue. Pasa la mayor parte de su tiempo pensando en ese bastardo de Zzyzzmjac, que durante dos años lo echó el último lugar de la guía, su único pasaporte a la fama. Piensa mucho en él -un hombre al que ni siquiera conoce-, fantaseando que Zzyzzmjac va a por él. El año pasado añadió dos Z a su nombre. Ahora se prepara para su próximo movimiento contra ese bastardo de Zzyzzmjac. Está seguro de que Zzyzzmjac va a añadir dos Z más este año, así que él está dispuesto a añadir siete. Ed Zzzzzzzzzzzyniewski. Será estupendo, decide.
    Luego, un día, diecisiete bombas termonucleares estallaron en el aire encima de Manhattan, El Bronx, y State Island también. Tenían cada una entre los cinco y los veinte megatones. Eran más que suficiente para matar a todos los personajes de esta historia. La mayor parte de ellos murieron instantáneamente. Unos pocos duraron entre unos minutos y unas horas, pero todos ellos murieron, simplemente así. Yo también morí. Y ustedes.
    Yo fui afortunado. En menos tiempo del que necesita un neutrón para golpear a otro me vi convertido en átomos radiactivos, al igual que el edificio donde me encontraba, y el suelo de debajo hasta una profundidad de trescientos metros. En un milisegundo todo se volvió más estéril que el alma de Edward Teller.
    Ustedes lo tuvieron un poco peor. Ustedes estaban en una tienda, de pie cerca de un escaparate. La enorme ola de presión convirtió el cristal en diez mil cuchillas de dolor, mil de las cuales desgarraron la carne de sus cuerpos. Una de esas cuchillas penetró en su ojo izquierdo. Fueron arrojados ustedes a la parte de atrás de la tienda, rompiéndose un montón de huesos y sufriendo gran cantidad de heridas internas, pero aún siguieron viviendo. Había un gran trozo de cristal atravesando su cuerpo. La ensangrentada punta emergía por su espalda. La tocaron cuidadosamente, intentando arrancársela, pero dolía demasiado.
    En el trozo de cristal había una pegatina rectangular con el mensaje: <<Se aceptan tarjetas de crédito.>>
    La tienda se incendió a su alrededor, y ustedes empezaron a cocerse lentamente. Tuvieron tiempo de pensar: <<¿Para eso pago mis impuestos?>>, y luego murieron.
    Esta historia les llega por cortesía de la Compañía Telefónica. Pueden encontrarse ejemplares de ella cerca de cualquier teléfono en Manhattan, y miles de historias muy parecidas a ésta han sido compiladas para todas las comunidades de los Estados Unidos. Su lectura es interesante. Les animo a que lean unas cuantas páginas cada noche. No olviden que muchas esposas están listadas solamente bajo el nombre de sus maridos. Y hay que tener en cuenta a los niños: muy pocos tienen su propio teléfono. Mucha gente -como las mujeres solteras- pagan una cantidad extra por un número que no figure en la guía. Y están los muy pobres, los que están de paso, la gente de la calle y los que no pueden pagar el último recibo. No olviden a ninguno de ellos cuando lean la historia. Lean tanto o tan poco de ella como puedan, y pregúntense si es para eso para lo que pagan ustedes sus impuestos. Quizá dejen de hacerlo.
    Oh, vamos, les he oído protestar. Alguien sobrevivirá.
    Quizá. Es posible. Es probable.
    Pero ése no es el asunto. A todos nos gustan las historias de después de la bomba. Si no fuera así, ¿por qué habría tantas? Hay algo atractivo en toda esa gente desapareciendo, en vagar por un mundo despoblado, recogiendo latas Campbell de carne de cerdo y de guisantes, defendiendo a la familia de los merodeadores. De acuerdo, es horrible, de acuerdo, lloramos por toda esa gente muerta. Pero alguna parte secreta de nosotros piensa que sería bueno sobrevivir, empezarlo todo de nuevo.
    En secreto, sabemos que nosotros sobreviviremos. Todas esas otras personas morirán. De eso hablan las historias de después de la bomba.
    Todas esas historias de después de la bomba son mentiras. Mentiras, mentiras, mentiras.
    Ésta es la única historia de después de la bomba auténtica que jamás leerán ustedes.
    Todo el mundo muere. Su padre y su madre son decapitados y aplastados por el derrumbamiento de un edificio. Las ratas devoran sus cortadas cabezas. Su marido resulta desventrado. Su esposa queda ciega, su cuerpo arde, y camina a tientas por la calle llena de cenizas hasta que los perros enloquecidos por el miedo la devoran viva. Su hermano y su hermana resultan incinerados en sus casas, sus cuerpos se convierten en finas cenizas pulverulentas a causa de las tormentas de fuego. Sus hijos..., oh, lo siento, odio decirles esto, pero sus hijos viven mucho tiempo. Tres días eternos. Pasan esos días arrancándose las entrañas, viendo como la carne se cae de sus cuerpos, oliendo la gangrena en sus lacerados pies, y preguntándoles a ustedes por qué ha ocurrido todo esto. Pero ustedes no están allí para decírselo. Ya les he contado cómo murieron ustedes.
    Para eso es para lo que pagan sus impuestos.


                                                                                                                  John Varley

No hay comentarios:

Publicar un comentario