miércoles, 11 de diciembre de 2013

La cuestión religiosa de los grupos célticos

Después de la lingüística, uno de los elementos considerados más definitorios del mundo céltico ha sido la religión, de la que podemos tener indicios, bien por epigrafía tardía, esencialmente romana, bien por las breves referencias de los escritores antiguos o incluso mediante la identificación de determinados topónimos con nombres de divinidades, que conocemos gracias a las fuentes de información citadas. No obstante, tampoco en esta materia los planteamientos son unitarios y suele diferenciarse entre determinados cultos, más imprecisamente indoeuropeos, y los propiamente célticos.
    Respecto de los primeros, existe una serie de divinidades, sistematizadas recientemente por Fernández-Albalat, como Bandu, Reva o Cosu, que se identifican con ese viejo trasfondo indoeuropeo y que, significativamente, sólo son mencionadas en el occidente peninsular, por lo que se las considera propias de las gentes que hablaban lenguas lusitanas y no dejaban enterramientos visibles de sus muertos.
    A esta misma fase se han atribuido también determinados cultos a divinidades relacionadas con las fuerzas de la naturaleza, que recuerdan de algún modo los primitivos conceptos animistas y que, en nuestro caso, suelen centrarse, bien en el culto de las aguas, bien en el de los montes.
    La importancia de las aguas como punto de referencia cultual ya ha sido subrayada al citar las ofrendas de armas, e incluso la posibilidad de que en ellas se realizasen rituales funerarios y purificadores o se sumergiesen los cadáveres, pues en la mitología irlandesa, el dios Diancecht (Bormo, Borbo) encanta las aguas para curar a los combatientes muertos en la lucha y, de esta manera, es necesario arrojar los guerreros a las aguas para volverlos a la vida (Fernández-Albalat, 1991: 335). Además, existen divinidades acuáticas específicas, como la diosa Navia, de la que tenemos abundantes topónimos y lápidas.
    En un sentido más limitado, también las fuentes y manantiales suelen tener sus propias divinidades, constatadas en época romana y con pervivencias en el folclor local en forma de ninfas y otros personajes femeninos (xanas o janas).
    Respecto de las montañas, son diversos los accidentes orográficos relacionados con dioses, ya sea por su identificación directa entre unos y otros, o más probablemente porque se les considere morada divina. Ya hace tiempo L. Albertos estudió el tema a partir de la lápida dedicada a Marte Tileno, precisamente en las cercanías de la montaña leonesa del Teleno, del mismo modo que existe otra dedicada a Jupiter Candamius, en las proximidades de Candanedo, entre Asturias y León. En este caso no deja de ser interesante el sincretismo mediante el cual se identifica una divinidad indígena con otra romana celeste, lo que puede relacionarse con la cumbre como punto de unión entre el cielo y la tierra.
    Uno de los ejemplos más modernamente y mejor documentados es el del monte Larouco, entre la provincia española de Orense y la portuguesa de Trans-os-Montes, alrededor del cual se han encontrado tres lápidas votivas, bajo la advocación de Larocuo o Larauco y, curiosamente, una de ellas junto a otra que se dedica a Jupiter, lo que podría corroborar la asimilación celeste de Candanedo. Igualmente interesante es la localización en otra zona próxima (la Pena Escrita de Vilar de Perdizes, en Montalegre) de una peña en la que se menciona a Larouco, asociándose a una serie de cazoletas y pozos, posiblemente relacionados con libaciones.
    Este último yacimiento es el paradigma de una serie de rocas, denominadas <<altares rupestres>>, que M. Almagro relaciona igualmente con este momento y del que tenemos buenos ejemplos en Ulaca (Ávila) y, sobre todo, en el santuario portugués de Panoias, una zona en la que se distribuyen varias peñas con escaleras de acceso a la cumbre, diferentes inscripciones, canalillos y lacus o pilas destinadas a un culto originariamente indígena, que pervivió en época romana.
    Sobre el carácter sagrado de las peñas y su culto, baste decir que en los inicios de la Edad Media, tanto San Martín de Dumio, como el III Concilio de Braga critican la costumbre de las gentes del norte de Portugal de rendir culto a las piedras y depositar ofrendas en ellas.
    Respecto a las religiones célticas, y más concretamente a las celtibéricas, el problema sigue siendo que tenemos de ellas un conocimiento tardío, propio de un momento en el que el ambiente, provocado por la romanización triunfante, llevó consigo frecuentes fenómenos de sincretismo, con la consiguiente adjudicación de identificaciones entre divinidades indígenas y romanas y sus cualidades más destacadas (interpretatio). Este fenómeno es también, probablemente, responsable de las primeras interpretaciones iconográficas, que no parecen haberse usado de manera habitual en el mundo céltico originario.
    Diversos dioses del mundo céltico europeo: Taranis, Vindonnus o Cernunnos son desconocidos en las lápidas hispanas, pero cuentan con numerosos topónimos peninsulares. De otros tenemos una información más abundante, tal es el caso de Bormanicus, Endovélico o Lugus. Este último dios es bien conocido por la inscripción en su santuario rupestre de Peñalba de Villastar (Teruel), dentro del ámbito celtíbero, e incluso da nombre a otros pueblos más occidentales como los Lugones de León o Asturias. Se trata de una importante divinidad en todo el mundo céltico, asimilada a Mercurio y a Apolo, relacionada con la luz y con múltiples habilidades: magia, invención, guía de caminos, guerra, etc. Se le rinde culto en la fiesta del Lughnasadh (celebración de Lug) coincidiendo con el inicio de agosto y la maduración y recogida de los frutos, y también se relaciona con la fecundidad de la naturaleza.
    Igualmente conocemos determinadas divinidades femeninas: Epona, Deva, Ataecina y en especial, Las Matres, a las que se rindió culto en todo el mundo céltico por su identificación, igualmente, con la fecundidad.
    Si al hablar del mundo lusitano nos habíamos referido a cultos naturalistas, es evidente que esa tradición se encuentra presente de nuevo en el mundo céltico propiamente dicho. Un caso representativo es el de la diosa Nabia, que algunos autores vinculan con el agua y con el acceso de los difuntos al otro mundo, lo cual encajaría bien con la tradición de depósito acuático de los difuntos.
    Del mismo modo, se observan ninfas o divinidades acuáticas locales (las Sulae Nantugaicae de Orense) y cultos lunares, que se deducen de la interpretación de un texto de Estrabón sobre danzas en las noches de plenilunio, etc.
    Frente a otras religiones en las que se construyen templos específicos, en el mundo céltico los lugares de culto y de carácter sagrado suelen ser al aire libre, como es el caso de los denominados nemeton o espacios abiertos y delimitados por mojones, que se suponen punto de encuentro entre dioses y hombres, o los designados bajo el término lucus, que aluden a un claro del bosque, igualmente con carácter sacro y que a veces pudieron ser la base de ciudades de la importancia de Lucus Augusti (Lugo, en Galicia). El carácter sagrado de ciertos bosques es bien conocido, también, gracias a una referencia de Marcial que cita el sacrum Buradonum illicetum en Celtiberia, es decir, un encinar sagrado.
    Cabe destacar igualmente los santuarios rupestres o centros de peregrinación, a los que ya habíamos aludido en los típicos casos de Panoias, Cabeço das Fraguas o Ulaca, pero a los que ahora deberíamos añadir el distinto ejemplo de Peñalba de Villastar.
    Para concluir con los aspectos religiosos, debe aludirse a diferentes referencias a rituales peculiares, que son característicos del área indoeuropea, pero que en conjunto no pueden considerarse todos estricta o únicamente celtas. Entre ellos hay que mencionar las cabezas cortadas, bien conocidas por los ejemplos del sur de Francia (Roquepertuse o La Cloche) donde, en dinteles de piedra o madera, aparecen hornacinas para encajar los cráneos o para fijarlos directamente mediante grandes clavos. También existe el conocido ejemplo de Entremont (Aix-en-Provence), que además de cráneos clavados tenía cabezas talladas en piedra.
    La dispersión escultórica de cabezas es relativamente frecuente en la España indoeuropea, pero se da la paradoja de que los principales ejemplos de auténticos cráneos clavados en las murallas o en otros puntos aparecen en el área ibérica y, en concreto, en Catalunya (Illa d'en Reixac, Ullastret, Puig Castellar). Quizás se trate de una contaminación de la cercana área céltica francesa, que explicaría esta costumbre, no muy habitual en el mundo ibérico y que suele relacionarse con la caza de cabezas de los enemigos vencidos, ya que los celtas consideran que el alma reside en ellas.
    También tenemos referencias sobre el sacrificio humano, atestiguado entre los lusitanos y gentes del Norte, al que se recurrió en determinadas circunstancias excepcionales, que igualmente está presente en el mundo mediterráneo. Un caso más específico es la alusión al sacrificio humano y de caballos, que tiene paralelismos con los galos.


José Luis Maya; Celtas e iberos en la península ibérica

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