sábado, 12 de octubre de 2013

Introducción a la Edda Mayor

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Cuando se menciona la Edda Mayor, en esencia nos referimos a un solo manuscrito: el número 2.365, 4.º de la Colección Real de Copenhague, conocido también como Codex Regius (de la Edda Mayor). Contiene 29 poemas. Quedan 45 hojas. Después de la hoja 32, falta un grupo de unas ocho páginas. No parece haber pérdidas en el principio y en el final, que es donde son más habituales.

Esto es todo lo que sabemos de este notable superviviente del tiempo, los incendios e inundaciones. En 1662 el rey Federico III de Dinamarca envió al famoso Thormod Torfæus con una carta abierta para el célebre Brynjólfr Sveinsson. Desde 1639 Brynjólfr era obispo de Skálaholt en Islandia, y era un ávido coleccionista de manuscritos. Torfæus fue enviado a recabar su ayuda para recopilar para el rey materiales que ayudaran a escribir la historia antigua, y cualquier antigüedad, curiosidad o rareza que pudieran hallarse en Islandia. En 1663 el obispo envió al rey lo más granado de su colección. Entre estos tesoros ahora incalculables estaba el Codex Regius. No se sabe dónde lo encontró el obispo, ni cuál fue su historia previa, excepto que lo había localizado veinte años antes, pues en la primera página había escrito su monograma y una fecha (LL 1.643, es decir, Lupus Loricatus = Brynjólfr), igual que nosotros garabateamos nuestro nombre y la fecha en una adquisición nueva e interesante de una librería de segunda mano.
    Han pasado doscientos cincuenta años de exámenes, perplejidad, reconstrucción, búsqueda de etimologías, análisis, teorías, discusiones y argumentos cambiantes, de afirmaciones y refutaciones, hasta que, por breves que sean sus contenidos, la literatura eddaica se ha convertido en una tierra y un desierto en sí misma. De todos estos estudios, entre grandes desacuerdos, ciertas cosas han alcanzado, más o menos, el estado de consenso fidedigno.
    Sabemos, en cualquier caso, que esta colección de poemas no debería llamarse Edda. Esto se debe a una perpetuación de un acto de bautismo por parte del obispo en el que actuó ultra vires. La colección no tenía título, que sepamos, ni lo muestra el manuscrito. Edda es el título de una de las obras de Snorri Sturluson (fallecido en 1241), una obra basada en estos mismos poemas, y en otros parecidos ahora perdidos, y es el título de esa obra solamente, en todo derecho: una obra que se refiere principalmente, incluso en las partes primeras que están creadas de forma dialogada o narrativa, a los tecnicismos de la poesía del norte, que rescata para nosotros del olvido. El nombre está por tanto mal aplicado a una colección de poemas antiguos, recopilados por su mérito como versos, no como ejemplos de un arte.
    Aparte de esto poco podemos decir del manuscrito. Parece que el Codex Regius pertenece paleográficamente a 1270, aproximadamente (a principios de la segunda mitad del siglo XIII) y es en sí mismo una copia de un original de 1200 (algunos dicen que anterior). De hecho pertenece a un período treinta años posterior a la muerte de Snorri; pero aunque no fuera un hecho que Snorri usó esos poemas tal como los conservamos, está claro que el asunto, el modo y el lenguaje de los poemas les da derecho al nombre <<Mayor>>.
    Respecto a cuándo fueron escritos, no tenemos ninguna información aparte de lo que pueda ofrecer un examen de los poemas. Naturalmente las fechas difieren, sobre todo en el caso de los poemas individuales. Ninguno de ellos, en cuanto a composición original, puede ser anterior a 900 d.C. Podemos acotar un espacio para datar los poemas, entre 850-1050 d.C. Estos límites no pueden ampliarse, especialmente hacia atrás. Nada en ellos puede haber sido forjado en la forma que conocemos (o más bien en las formas de las que nuestro manuscrito a menudo nos ofrece un descendiente corrupto), excepto en versos ocasionales, alusiones, o frases, antes del año 800. Sin duda después se corrompieron oralmente y por escrito, e incluso fueron alterados: quiero decir que además de la mera corrupción que produce versos que no encajan o parecen fuera de lugar, hubo variantes. Pero en conjunto fueron producto de autores individuales, quienes, fuera lo que fuese lo que empleaban de la antigua tradición, incluso poemas más antiguos, escribieron cosas nuevas que antes no existían.
    La antigüedad y el origen de la mitología y las leyendas que se encuentran en los poemas es otro asunto. En general, no es tan importante para la crítica (por atractivo que sea para la curiosidad), saber qué respuestas pueden darse a este tipo de preguntas, sino recordar que los autores vivieron en los últimos siglos del paganismo en Noruega e Islandia, no importa de dónde sacaran su material, y lo trataron con estilo y el espíritu de esas tierras y tiempos. Ni siquiera la etimología formal tiene mucho que decir, por atractiva que me resulte personalmente. Incluso cuando, como sucede a menudo, podemos equiparar un nombre con su forma en otras lenguas germánicas, esto no nos dice mucho. Así Jörmunrekkr es Ermanaríks, y su nombre es un eco de la historia de los godos, su apogeo y declive [...]; Gunnar es Gundahari, y su historia es un eco de los acontecimientos sucedidos en Alemania en el siglo V [...]. Pero esto no nos dice mucho del estado en que estos relatos llegaron por primera vez al norte, o los caminos (sin duda diversos) que recorrieron. Y todavía menos nos ayuda a desentrañar los problemas literarios referidos a los diversos tratamientos del tema burgundio en Escandinavia.
    Pero por intrigantes que puedan ser todas estas preguntas, volvemos a lo dicho antes: no son de vital importancia. Mucho más importante que los nombres de las figuras, o los orígenes de los detalles de la historia (excepto cuando esto nos ayuda a comprender lo que es ininteligible o a rescatar un texto de la corrupción) es la atmósfera, el colorido, el estilo. Sólo en muy pequeño grado son producto del origen de los temas: reflejan principalmente la época y el país donde se compusieron los poemas. Y no nos equivocaremos mucho si tomamos las montañas y fiordos de Noruega, y la vida de las pequeñas comunidades en esa tierra aislada, como el trasfondo físico y social de estos poemas: la vida de un tipo especial de agricultura, combinada con aventuras marinas y pesca. Y la época: días del declive de una cultura pagana especial, individual, no elaborada materialmente, pero altamente civilizada en muchos aspectos, una cultura que poseyó no sólo (en cierto grado) una religión organizada, sino un conjunto de leyendas y poemas organizados y sistematizados en parte. Días del declive de una fe, cuando con un súbito cambio el mundo del sur estalló en llamas, y su saqueo enriqueció las estancias de madera de los caudillos nórdicos hasta que brillaron de oro. Entonces llegó Harald Cabellera Hermosa, y un gran reino, y una corte, y la colonización de Islandia (como un incidente en una vasta serie de aventuras), y las desastrosas guerras de Ólaf Tryggvason, y el apagarse de la llama hasta convertirse en la tenue ascua de la Edad Media, los impuestos y regulaciones comerciales, los arenques y el correteo de los cerdos.


                                                                                                      Christopher Tolkien

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