martes, 22 de octubre de 2013

1964 empezó bien

El que los pueblos de la Tierra no se hallasen preparados para afrontar la llegada de los marcianos fue exclusivamente culpa suya. Debieron haber prestado mayor atención a la advertencia que supusieron los sucesos del siglo anterior y, en especial, los de las precedentes décadas.
    En cierto modo, se puede considerar que tal advertencia databa de mucho tiempo atrás, ya que desde que se asentó la noción de que la Tierra no era el centro del Universo, sino sólo uno más entre los varios planetas que giraban alrededor del Sol, los hombres han especulado sobre si los demás planetas no estarían también habitados. Sin embargo, tales especulaciones habían permanecido siempre en un plano puramente filosófico, tal como ocurre con las especulaciones sobre el sexo de los ángeles o sobre si fue antes el huevo o la gallina.
    Podemos decir que la advertencia empezó realmente con Schiaparelli y Lowell, en particular con este último.
    Schiaparelli fue el astrónomo italiano que descubrió los canales de Marte, pero nunca aseguró que se tratase de construcciones artificiales. Fue Lowell quien, tras estudiarlos y dibujarlos, dio rienda suelta a su imaginación, diciendo que se trataba de canales artificiales. Prueba positiva de que Marte estaba habitado.
    Es cierto que fueron pocos los astrónomos que se pusieron de parte de Lowell; algunos incluso negaron la existencia de las rayas sobre la superficie del planeta o aseguraron que se trataba de ilusiones ópticas, mientras que otros explicaron que se trataba de líneas naturales, no de canales.
    Pero las gentes, que siempre tienden a acentuar lo positivo, en su inmensa mayoría eliminaron lo negativo y siguieron a Lowell. Exigieron y obtuvieron millones de palabras de especulación científica sobre los marcianos, fantasías al estilo de los suplementos dominicales.
    Luego, las novelas de ciencia ficción se apoderaron del campo de la especulación. Ganaron su primera y resonante batalla en 1895, cuando H. G. Wells escribió su magnífica obra La guerra de los mundos, un clásico que describe la invasión de la Tierra por los marcianos, quienes consiguen atravesar el espacio con proyectiles disparados por los cañones de Marte.
    Esa novela, que se hizo inmensamente popular, ayudó a preparar a la Tierra para la invasión. Orson Welles le dio otro empujón. En 1938, el día de los Inocentes, emitió un programa radiofónico que consistía en una dramatización del libro de Wells, y demostró, sin quererlo, que muchos de nosotros ya estábamos entonces dispuestos a aceptar la invasión de los marcianos como algo real. Miles de personas en todo el país, que pusieron sus receptores una vez empezado el programa y por tanto no escucharon el aviso de que se trataba de algo ficticio, creyeron que se trataba de hechos reales, que era cierto que habían llegado los marcianos y que nos estaban atacando. Siguiendo sus diversas inclinaciones, algunos corrieron a esconderse debajo de la cama, y otros salieron a la calle provistos de escopetas en busca de marcianos.
    Las novelas de ciencia ficción tuvieron un gran auge, lo que, unido al desarrollo de la ciencia, hizo cada vez más difícil el deslindar, en las novelas, la ciencia de la fantasía.
    Cohetes V-2 cruzando el Canal y bombardeando Inglaterra. Radar, sonar. Luego la Bomba A. La energía atómica. La gente empezó a creer que la ciencia podía llevar a cabo cualquier cosa que se propusiese.
    Lanzados desde White Sands, en Nuevo México, los cohetes interplanetarios experimentales empezaron a salir de la atmósfera terrestre. Un satélite artificial dispuesto para girar alrededor de la Tierra. Muy pronto llegaríamos a la Luna.
    La bomba H. Los platillos volantes. Desde luego, ahora ya sabemos lo que son, pero entonces no se sabía, y muchos creían en su origen extraterrestre.
    El submarino atómico. El descubrimiento de la metzita en 1963. La teoría de Barner demostrando que Einstein estaba equivocado y probando que velocidades superiores a la luz eran posibles.
    Cualquier cosa podía ser verdad, y mucha gente esperaba que sucediera.
    Esta psicosis de anticipación no sólo afectaba al hemisferio occidental. En todas partes, la gente estaba dispuesta a creer cualquier cosa, como aquel japonés, en Yamanashi, que decía ser un marciano, y fue rápidamente linchado por una turba que creyó en sus palabras. Luego, las algaradas de Singapur en 1962. Y se sabe ahora que la revolución filipina del año siguiente fue iniciada por una secta secreta mahometana, que decía estar en comunicación mística con los venusianos y actuar bajo su guía, consejo y dirección. Y en 1964 ocurrió aquel trágico accidente de los dos aviones del ejército estadounidense que se vieron obligados a hacer un aterrizaje forzoso con la nave espacial de prueba que pilotaban. Tuvieron que aterrizar al sur de la frontera y fueron entusiasta e inmediatamente eliminados por los mexicanos, quienes, al verlos salir del aparato con sus trajes y cascos espaciales, los tomaron por marcianos.
    Sí, debimos estar preparados para lo que ocurrió. Pero, ¿y para el modo en que llegaron? Sí y no. La ciencia ficción ha presentado a los marcianos bajo mil aspectos distintos -altas sombras azules, reptiles microscópicos, gigantescos insectos, bolas de fuego, flores ambulantes, lo que se quiera-, pero siempre evitó cuidadosamente lo vulgar, y lo vulgar resultó ser cierto. En realidad eran pequeños hombres verdes.
    Pero con una diferencia..., y qué diferencia. Nadie podía estar preparado para eso.

Debido a que muchas personas aún creen que ese dato puede tener cierta importancia sobre la cuestión, creo que debo decir que el año 1964 empezó sin que nada lo distinguiera de la docena de años anteriores.
    La única diferencia fue que empezó un poco mejor. La depresión del principio de la década había terminado, y la Bolsa alcanzaba nuevas cimas nunca vistas.
    La guerra fría seguía congelada, y no había más señales de una inminente explosión que en cualquier otra época después de la crisis de China.
    Europa se encontraba más unida que nunca desde la segunda guerra mundial, y una restablecida Alemania ocupaba de nuevo su lugar entre las grandes naciones industriales. En los Estados Unidos, los negocios eran florecientes y la mayor parte de los hogares disponían de dos automóviles. En Asia había menos hambre que de costumbre.
    Sí, 1964 empezó bien.


Fredric Brown; prólogo a 'Marciano, vete a casa'

No hay comentarios:

Publicar un comentario