jueves, 7 de febrero de 2013

FICCIORAMA: ¿Existe verdaderamente Mr. Smith?


JUEZ. – La Corte pasa a examinar el liti­gio entre la Cybernetics Company y Harry Smith. ¿Están presentes las dos partes?
ABOGADO. – Sí, su señoría.
JUEZ. – ¿Usted actúa en nombre de...?
ABOGADO. – Represento legalmente a la Cybernetics Company, su señoría.
JUEZ. – ¿Dónde está el acusado?
SMITH. – Estoy aquí, su señoría.
JUEZ. – Les ruego se sirvan dar a la Cor­te sus datos personales.
SMITH. – Con mucho gusto. Me llamo Ha­rry Smith y nací el 6 de abril de 1917 en Nueva York.
ABOGADO. – Me opongo, su señoría. La afirmación del acusado es tendenciosa: él nunca ha venido al mundo.
SMITH. – Tengo aquí mi partida de na­cimiento. Y mi hermano está aquí, en la sala...
ABOGADO. – Esa no es su partida de na­cimiento, y aquel individuo no es su her­mano.
SMITH. – Entonces ¿de quién es herma­no? ¿De usted acaso?
JUEZ. – Calma, se lo ruego. Un momento, abogado. ¿Entonces, Mr. Smith...?
SMITH. – Mi padre, el nunca bastante llorado Lexington Smith, poseía un garaje, y me inculcó la pasión por su oficio. A los diecisiete años participé por primera vez en una carrera automovilística para prin­cipiantes. A continuación, ya como corre­dor profesional, he competido ochenta y siete veces. Hasta hoy me he hecho con la victoria dieciséis veces, con veintiún se­gundos puestos...
JUEZ. – Se lo agradezco, pero estas par­ticularidades no son pertinentes a la causa.
SMITH. – Tres copas de oro...
JUEZ. – Le he dicho que esos detalles son superfluos.
SMITH. – Y una corona de plata...
MR. DONOVAN (Presidente de la Cyber­netics Company).– ¡Oh, está delirando!
SMITH.– No se engañe.
JUEZ. – ¡Calma! ¿No tiene un abogado para su defensa?
SMITH. – No, me defiendo por mí mismo. Mi causa es clara como el agua de un manantial.
JUEZ. – ¿Conoce las demandas que la Cy­bernetics Company presenta contra usted?
SMITH. – Las conozco. Soy víctima de las viles maquinaciones de esos perros criminales...
JUEZ. – Ya es suficiente. Abogado Jen­kins, ¿quiere exponer a la Corte las razo­nes que han motivado su citación?
ABOGADO. – Con mucho gusto, su señoría. Hace dos años el acusado tuvo un ac­cidente durante las carreras automovilísti­cas disputadas en Chicago. Se dirigió en­tonces a nuestra firma. Usted ya sabe que la Cybernetics Company fabrica prótesis: piernas, brazos, riñones artificiales, cora­zones artificiales y muchos otros órganos de recambio. El acusado compró a crédito una prótesis de la pierna izquierda y pagó el primer plazo. Cuatro meses después se dirigió de nuevo a nosotros, esta vez para el suministro de dos brazos, una caja to­rácica y una bóveda craneal.
SMITH. – ¡Es falso! La bóveda craneal no. Fue en primavera, tras las carreras en montaña.
JUEZ. – No interrumpa.
ABOGADO. – Se trataba, respetando el or­den cronológico, de la segunda transacción. En aquel tiempo la deuda del acusado as­cendía a 2.967 dólares. Cinco meses des­pués el hermano del acusado se dirigió a nosotros: Harry Smith se encontraba recu­perándose en la clínica Monte-Rosa, no lejos de Nueva York. Conforme al nuevo pedido, nuestra firma suministró, tras pago de un adelanto, diversas prótesis cuya relación particularizada va unida a las actas del proceso. Entre otras, figura, como re­puesto de un hemisferio cerebral, un ce­rebro electrónico Geniak, llamado comúnmente “El Genial”, cuyo precio es de 26.500 dólares. Llamo la atención de la honorabilísima Corte sobre el hecho que el acusado nos ordenó un modelo Geniak de lujo, equipado con válvulas metálicas, dispositivo para sueños en colores natura­les, filtro antipreocupaciones y eyector de pensamientos tristes, a pesar de que todo esto excedía sus posibilidades financieras.
SMITH. – ¡Seguro! ¡Les habría sido mu­cho más cómodo si hubiera decidido reventar con su cerebro construido en serie!
JUEZ. – ¡Calma, se lo ruego!
ABOGADO. – Que el acusado haya actuado con la intención consciente y deliberada de no pagar lo que había adquirido, viene probado perentoriamente por un hecho: él no ordenó un modelo común de brazo artificial, sino que escogió una prótesis es­pecial, provista de reloj de muñeca, marca Schaffhausen, de 18 rubíes. Cuando la deu­da del acusado llegó a los 29.863 dólares, lo citamos en juicio para la restitución de todas las prótesis que había adquirido. Sin embargo, nuestra querella fue desestimada basándose en la siguiente consideración: Mr. Smith, si fuera privado de sus prótesis, moriría. En efecto, en aquel tiempo, de este Mr. Smith no quedaba sino medio cerebro.
SMITH. – ¿Cómo se atreve a decir “de este Mr. Smith”? ¿Percibe acaso acciones de la Cybernetics Company por cada in­sulto que sale de su boca? ¡Leguleyo!
JUEZ. – ¡Calma, por favor! Mr. Smith, en caso de nuevos ultrajes a la parte deman­dante le impondré una sanción.
Estatua de la Justicia en los tribunales de Old Bailey en LondresSMITH. – ¡Es él quien me insulta!
ABOGADO. – En las condiciones en que entonces se encontraba, en deuda con la Cybernetics Company, y equipado de pies a cabeza con prótesis suministradas por nuestra firma que, a su respecto, ha dado pruebas de infinita bondad, satisfaciendo ipso facto cualquier deseo suyo, el acusado comenzó a calumniar públicamente nues­tros productos a los cuatro vientos, poniendo en duda su calidad. Pero esto no le impidió todavía presentarse ante nosotros tres meses más tarde. Se quejaba, en aquel tiempo, de toda una sar­ta de achaques y de dolores que, como pudieron probar nuestros expertos, depen­dían del hecho de que su viejo hemisferio cerebral se encontraba sofocado, alojado como estaba en aquel nuevo ambiente que yo definiría, si me lo permite usía, como protésico. Movida de un sentimiento de hu­manidad, nuestra firma aceptó otra vez más satisfacer el deseo del acusado, “ge­nializándolo” totalmente, o lo que es igual, nuestra firma aceptó sustituir el viejo pe­dazo de cerebro que le pertenecía in pro­prio con un segundo aparato Geniak, ge­melo del precedente. Como garantía de este nuevo crédito, el acusado nos firmó letras de cambio por un importe de 26.950 dó­lares. ¡Hasta hoy, todo lo que nos ha liqui­dado han sido 232 dólares con 18 centavos! Estando así las cosas... ¡Honorabilísima Corte, el acusado está tratando pérfidamen­te de impedirme hablar, sofoca mis pala­bras con silbidos, ruidos y estridencias! ¡Que la Honorabilísima Corte tenga la bon­dad de llamarlo al orden!
JUEZ. – Mr. Smith...
SMITH. – No soy yo, es mi Geniak. Hace esto cada vez que reflexiona intensamente. ¿Acaso soy yo responsable de todo lo que ha hecho la Cybernetics Company? ¡La Ho­norabilísima Corte haría mejor si citase al presidente Donovan por fraude!
ABOGADO.– ... estando así las cosas, la Cybernetics Company presenta a la Corte la siguiente petición: que le sea reconocido el derecho de entera propiedad sobre la totalidad de las prótesis suministradas que se encuentran aquí, en esta sala de tribu­nal, sosteniendo ser Harry Smith.
SMITH. – ¡Qué desvergüenza! ¿Y dónde está Smith según usted, abogado, si no está aquí?
ABOGADO. – Aquí, en esta sala, yo no veo a ningún Smith, por la simple razón de que los restos de aquel célebre campeón de carreras reposan diseminados a lo largo de las muchas autopistas de los Estados Unidos. En consecuencia, el veredicto que seguramente pronunciará este tribunal a nuestro favor no podrá lesionar a ninguna persona física, porque nuestra firma no hará sino volver a entrar en posesión de lo que legítimamente le pertenece, desde el envoltorio de nylon hasta el último tor­nillo.
SMITH. – ¡Cómo! ¡Quieren despedazarme, quieren reducirme a prótesis!
PRESIDENTE DONOVAN. – ¡Lo que haremos con nuestros bienes no le interesa!
JUEZ. – Presidente Donovan, le ruego cá­lidamente conservar su sangre fría. Gra­cias, abogado. ¿Qué tiene que decir, Mr. Smith?
ABOGADO. – Señoría, para aclarar mejor la cuestión querría hacerle notar además que el acusado, para decir la verdad, no es realmente el acusado, sino únicamente un objeto material que pretende pertenecerse en toda propiedad. En efecto, dado que él no vive...
SMITH. – ¡Acérquese un poco, y se enterará de sí estoy vivo o no!
JUEZ. – Verdaderamente, es un caso insólito. Mmmm... Abogado, la decisión de esta­blecer si el acusado está vivo o no la dejo en suspenso hasta que la Corte haya emitido su juicio; de otra manera, nos arriesgaríamos a turbar el desarrollo normal de la audiencia. Ahora, tiene usted la palabra, Mr. Smith.
SMITH. – Honorabilísima Corte, y uste­des, ciudadanos de los Estados Unidos, que siguen atentamente los despreciables es­fuerzos de un gran trust para destruir en mi persona una libre personalidad pensan­te...
JUEZ. – Le ruego dirigirse exclusivamente a la Corte. ¡Esto no es un mitin!
SMITH. – De acuerdo, su señoría. La cosa se presenta así: efectivamente, yo he obtenido de la Cybernetics Company un cierto número de prótesis...
PRESIDENTE DONOVAN. – ¡Un cierto nú­mero de prótesis! ¡Y tiene la desfachatez de decirlo!
SMITH. – ¡Que la Honorabilísima Corte llame a orden a este señor! Sí, he obtenido aquellas prótesis. Poco importa lo que éstas sean. Poco importa si, incesantemente, cuando estoy sentado, cuando camino, cuan­do como, cuando duermo, se oye un tal ruido en mi cabeza hasta el punto que he llegado a tener que retirarme a una habi­tación aparte porque despertaba a mi her­mano durante la noche. Sí, a causa de estos Geniak con estas inclinaciones, construidos a escondidas con los avances de las máqui­nas de calcular, he contraído la enfermedad del cálculo, hasta el extremo que debo con­tar sin tregua las cercas, los gatos, los pa­los, las personas que me encuentro a lo largo de los caminos, y Dios sabe qué otras cosas... Ustedes ya me entienden. Sea como sea, tenía verdaderamente intención de pa­gar todas las sumas adeudadas, pero el único medio que tengo de procurarme dinero es vencer en las carreras. Ahora he dejado pasar demasiadas, me he descorazonado, he perdido la cabeza y...
ABOGADO. – El acusado reconoce espon­táneamente haber perdido la cabeza. Ruego a la Corte tome nota.
SMITH. – ¡No me interrumpa! Lo he di­cho, pero no con ese sentido. He perdido la cabeza, he comenzado a jugar en la bolsa, he perdido y me he endeudado. En aquel período era un chasis lleno de achaques. Notaba continuamente dolores lacerantes en la pierna izquierda, vahídos, tenía sueños idiotas: yo cosiendo a máquina, yo hacien­do media, yo haciendo puntilla; me hice visitar por psicoanalistas, que inmediatamen­te me descubrieron un complejo de Edipo tan sólo porque mi madre cosía a máquina cuando yo era niño. Fue en aquel período, cuando apenas podía valerme por mí mismo, que la Cybernetics Company comenzó a llevarme ante los tri­bunales. Los periódicos hablaron de ello y, como consecuencia de las pérfidas calum­nias de las cuales fui objeto, la congrega­ción metodista — yo soy metodista, ¿sa­ben?— me cerró las puertas de su iglesia.
ABOGADO. – ¿Se lamenta por esto? ¿Cómo, usted cree en la vida de ultratumba?
SMITH. – Creo, aunque no veo por qué le interesa a usted esto.
ABOGADO. – ¡Me interesa porque Mr. Smith, actualmente, está ya viviendo una vida de ultratumba, y usted no es sino un infame usurpador!
SMITH. – ¡Mida sus palabras, señor!
JUEZ. – Ruego a las dos partes que man­tengan la compostura.
SMITH. – Honorabilísima Corte, mientras me encontraba en tan penosas circunstan­cias, la Cybernetics Company me citó a juicio, y cuando sus impúdicas peticiones fueron rechazadas un individuo sospechoso, un tal Goas, vino a mi encuentro enviado por el presidente Donovan... aunque esto yo aún no lo sabía. Este tal Goas se hizo pasar por perito electrónico y me dijo que tan sólo existía un remedio para curar todos mis sufrimientos, los lacerantes dolores y los vértigos: hacerme “genializar” a fondo. En el ruinoso estado en el cual me encontraba era imposible pensar en nuevas carreras automovilísticas. Por tanto, ¿qué otra cosa me quedaba? Acepté, lo reconoz­co ante la Honorabilísima Corte. Y Goas, al día siguiente, me condujo a la oficina de montaje de la Cybernetics...
JUEZ. – ¿Esto significa que se ofreció a llevarle...?
SMITH. – Ciertamente.
JUEZ. – ¿Y que se ofreció a introducirlo allí...?
SMITH.– Naturalmente; pero yo, yo, aún no comprendía por qué lo hacían tan de buen grado, con condiciones de favor y con lar­gos plazos en el pago. ¡Ahora, por el con­trario, lo entiendo perfectamente! Ellos querían, lo declaro ante la Honorabilísima Corte, que me desembarazase del viejo he­misferio cerebral que todavía me quedaba, dado que precedentemente sus peticiones habían sido rechazadas en consideración al hecho de que el desventurado pedazo origi­nal de mi cabeza no habría podido perma­necer con vida por sí mismo sí se me re­tiraba todo el resto. Y así el tribunal no les concedió nada. Y es por esto que ellos, aprovechando mi ingenuidad y la debilita­ción de mis facultades mentales, pensaron en mandarme a aquel tal Goas, para hacer que aceptase espontáneamente el sustituir el viejo pedazo de cerebro original, y hacer­me caer en las redes de su diabólica ma­quinación. Ruego ahora a la Honorabilísi­ma Corte que examine cuánto vale su razonamiento. Ellos dicen que tienen derecho a tomar posesión de mi persona. ¿A título de qué? Supongamos que alguien adquiera provisiones a crédito en su proveedor: ha­rina, azúcar, carne... y que después de un cierto tiempo el tendero intente una acción legal para hacerse reconocer propietario de su deudor, dado que —según se enseña en medicina— las sustancias de nuestro cuerpo, gracias a los procesos de naturaleza química, son constantemente renovadas y sustituidas por los productos alimenticios. Es verdad: transcurridos algunos meses, el deudor por entero, cabeza, hígado, brazos y piernas comprendidas, se compone de aquellas grasas, de la leche, de los huevos y de los hidratos de carbono que el tendero le ha cedido a crédito. Pero, ¿existe en el mundo un tribunal dispuesto a pronunciarse a favor de este tal tendero? ¿Acaso vivi­mos en el medioevo, cuando Shylock podía exigir que su deudor le cediese una libra de su propia carne? ¡Estamos aquí frente a una situación análoga! En cuanto a mí, ¡yo soy el campeón de carreras Harry Smith y no una máquina!
PRESIDENTE DONOVAN. – ¡Es falso! ¡Es una máquina!
SMITH. – ¿Ah, sí? ¿Entonces, a quién es, en definitiva, a quién persigue la Cyberne­tics? ¿A quién ha sido enviada la citación del tribunal? ¿A una máquina cualquiera o por el contrario a mí, Harry Smith? Su señoría, desearía que consintiese en que la cuestión fuera definitivamente aclarada.
JUEZ.– Mmmm... esto. La citación está dirigida a Harry Smith, Nueva York, calle 44.
SMITH. – ¿Ha oído, Mr. Donovan? Que­rría además dirigir a su señoría una pre­gunta referente al procedimiento: ¿La ley de los Estados Unidos prevé, de una forma u otra, la posibilidad de querellarse contra una máquina? ¿Prevé la ley la posibilidad de citar a una máquina ante los tribunales, de acusarla de algo?
JUEZ. – Veamos... eh... no. ¡No! Esto no lo prevé la ley.
SMITH. – Entonces todo está aclarado. En suma, o yo soy una máquina, y enton­ces el desarrollo de este proceso es fundamentalmente imposible, siendo claro que una máquina no puede ser citada en juicio, o bien no soy una máquina, sino un hom­bre, y entonces ¿cuáles son esos derechos que la firma pretende ejercer sobre mi per­sona? ¿Debería acaso convertirme en su es­clavo? ¿Trata Mr. Donovan de convertirse en un propietario de esclavos?
DONOVAN. – ¡Qué insolencia!
SMITH. – ¡Reconózcalo, está en una tram­pa! En cuanto a los métodos comerciales a los que recurre esta firma, basta decir lo siguiente: cuando, todavía enfermo, ator­nillado y chaveteado a más no poder, dejé el hospital y me fui a la playa para respi­rar un poco de aire puro, una masa de gente me seguía siempre los pasos. Comprendí inmediatamente el motivo: sobre la espalda me habían impreso “made in the Cybernetics Company”. He debido hacerme borrar la inscripción a mi costa y hacerme remendar lo mejor posible. ¡Y he aquí que ahora aún quieren perseguirme! Es verdad, el pobre está siempre expuesto a la cólera del rico, mi padre y mi madre me lo repe­tían siempre...
PRESIDENTE DONOVAN. – ¡Su padre y su madre son la Cybernetics Company!
JUEZ. – ¡Calma! ¿Ha terminado ya, Mr. Smith?
SMITH. – No. Querría subrayar, en pri­mer lugar, que la firma debería pasarme una pensión alimenticia, dado que no tengo de qué vivir. La dirección del Automóvil Club ha anulado mi participación en las carreras panamericanas, hace un mes, apo­yándose en el hecho de que mi vehículo sería pilotado —así dicen— por un complejo automático no humano. Pero, ¿quién me ha puesto en estas condiciones? ¡Ellos, la Cybernetics Company, que ha enviado al Automóvil Club una sucia carta difamato­ria! ¿Tratan de sacarme el pan de la boca? Bueno, que paguen entonces mi manutención y que me suministren las piezas de recambio. Y no es eso todo: ¡cada vez que debo hablar con ellos, los empleados de la firma, especialmente los de la dirección, me cubren de insultos!
El presidente Donovan me ha propuesto, para normalizar la situación, una transac­ción amistosa: sería suficiente que acepta­se figurar como modelo de reclamo. ¡Debería permanecer inmóvil, ocho horas diarias, en su vitrina! Por tal afrenta y otras simi­lares, me constituyo en parte civil contra la Cybernetics Company. Concluyendo, pido que la Honorabilísima Corte quiera aten­tamente escuchar a mi hermano en calidad de testigo, puesto que él conoce perfectamente todos los particulares de la causa.
ABOGADO. – Su señoría, me opongo. El hermano del acusado no puede comparecer en calidad de testigo.
JUEZ. – ¿Tal vez a causa de la consanguinidad?
ABOGADO. – Sí... y no. La razón exacta es que el hermano del acusado fue víctima, la semana pasada, de un accidente aéreo.
JUEZ.– Ah... ¿Y no puede comparecer ante la Corte?
HERMANO DE SMITH. – ¡Sí puedo, estoy aquí!
ABOGADO. – Puede, pero el hecho es que el accidente ha tenido para él consecuencias trágicas. Nuestra firma, a consecuencia de las órdenes llegadas a través de su esposa, ha debido proceder a la “genialización” y puesta a punto de un nuevo hermano del acusado...
JUEZ. – ¿Un nuevo qué?
ABOGADO. – Un nuevo hermano, que al mismo tiempo es el marido de la ex-viuda.
JUEZ. – Ah...
SMITH. – ¿Pero qué importa esto? ¿Por qué no puede testificar mi hermano? ¡Mi cuñada ha saldado la factura al contado!
JUEZ. – Silencio, por favor. Vista la necesidad de proceder al examen de estos ele­mentos complementarios, ordeno el aplaza­miento de la causa...
Stanislaw Lem
(Ilustración de Juan Giménez)

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