miércoles, 20 de febrero de 2013

Del título que conviene al presente tratado o compendio


Paréceme, Excelso Duque [de Milán], que el título conveniente a nuestro tratado ha de ser de La Divina Proporción, y ello por gran cantidad de correspondencias semejantes que encuentro en nuestra proporción, de la que tratamos en este nuestro muy útil discurso, que corresponden a Dios mismo. Para nuestro propósito será suficiente considerar cuatro de ellas, entre otras.

La primera es que ella es una sola y no más, y no es posible asignarle otras clases ni diferencias. Y dicha unidad es el epíteto supremo de Dios mismo, según toda la escuela teológica y también filosófica.

La segunda es la de la Santa Trinidad, es decir, que, así como in divinis hay una misma sustancia entre tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, de igual manera una misma proporción se encontrará siempre entre tres términos, y nunca más o menos, como se verá.

La tercera es que, así como Dios no puede propiamente definirse ni darse a entender a nosotros mediante palabras, nuestra proporción no puede nunca determinarse con un número inteligible ni expresarse mediante cantidad racional alguna, sino que siempre es oculta y secreta y es llamada irracional por los matemáticos.

La cuarta consiste en que, así como Dios no puede cambiar nunca y está todo Él en todo y todo en todas partes, de igual manera nuestra proporción es siempre, en toda cantidad continua y discreta, grande o pequeña, la misma y siempre invariable, y de ninguna manera puede cambiar ni de otro modo puede aprehenderla el intelecto, como demostrará nuestra explicación.

La quinta correspondencia se puede añadir no sin razón a las cuatro anteriores: así como Dios confiere el Ser a la virtud celeste, por otro nombre llamado quinta esencia, y mediante ella a los otros cuerpos simples, los cuatro elementos, tierra, agua, aire y fuego, y a través de éstos da el ser a cada una de las otras cosas de la naturaleza, igualmente nuestra santa proporción confiere el ser formal, según el antiguo Platón en su Timeo, al cielo mismo, atribuyéndole la figura del cuerpo llamado dodecaedro, o cuerpo de doce pentágonos, el cual, como se demostrará más abajo, no puede formarse sin nuestra proporción. Y, del mismo modo, asigna una forma propia, diferenciada, a cada uno de los elementos: al fuego la figura piramidal llamada tetraedro, a la tierra la cúbica llamada hexaedro, al aire la figura llamada octaedro y al agua la conocida como icosaedro. Y según los sabios, todos los cuerpos regulares están ocupados por esas formas y figuras, como se explicará más abajo acerca de cada uno de ellos. Mediante éstos, nuestra proporción da forma a otros infinitos cuerpos llamados dependientes. Y no es posible proporcionar entre sí estos cinco cuerpos regulares ni se entiende que puedan circunscribirse a la esfera sin nuestra proporción. Aunque se podrían añadir otras correspondencias, baste con señalar éstas para la denominación adecuada del presente compendio.


                                                                                           Luca Pacioli; La Divina Proporción

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