Una vez muerto el Crucificado, su discípulo José de Arimatea, hombre acaudalado e influyente en Jerusalén, se dirigió a la casa donde Jesús había celebrado con sus doce apóstoles la Última Cena (posiblemente la casa donde vivía el Discípulo Amado) y se apoderó del cáliz con que el Maestro había instituido la Eucaristía. Luego, trasladándose al Gólgota, recogió en dicho vaso unas gotas de la Santa Sangre que todavía caían de la herida infligida a Cristo por el soldado romano Longino, en su costado.
A continuación, José de Arimatea negoció el cuerpo de Jesús a fin de enterrarlo en un sepulcro de su propiedad.
Este relato se debe al evangelio apócrifo de Nicodemo, siendo el que dio origen a la leyenda del Grial cristiano, de acuerdo con la fantasía de los poetas medievales. Únicamente Wolfram Eschenbach no hizo caso de tal relato y urdió su propia narración, remontándola a la corte del fabuloso rey Arturo.
En torno a la Tabla Redonda hay un asiento vacío, calificado de <<peligroso>>. Pronto unas letras luminosas anunciarán que dicho asiento le corresponde al joven héroe Parsifal (o Perceval).
Éste, hijo de una viuda, fue criado en un bosque para que no cayese entre las garras de sus enemigos, que ya le habían despojado de su herencia. Más adelante, Parsifal parte, en compañía de otros caballeros del rey Arturo, en busca del Grial, siendo él, gracias a su virtud, el que pasará con éxito todas las pruebas y encontrará finalmente la reliquia sagrada.
No cabe la menor duda de que esta reliquia, el Grial o Graal, tiene unos antecedentes claramente paganos. Por ejemplo, en el Vellocino de Oro buscado en medio de numerosas aventuras por Jasón y sus argonautas, y también en el caldero mágico de los celtas en el que se fermentaba la sangre nutritiva de Cernunnos, bebida de la inmortalidad, que todavía puede remontarse a otros brebajes sagrados de mayor antigüedad.
Por su parte, todos los poetas medievales destacan en sus composiciones que no son ellos quienes han inventado la leyenda que cantan en sus estrofas, sino que la misma procede de tradiciones y mitos de los tiempos más remotos de la humanidad.
Estas consideraciones llevaron a René Guénon a decir que los poetas del Grial no fueron más que los portavoces de la Tradición. Y teniendo en cuenta que la aparición de esta literatura dedicada a la santa reliquia apareció casi repentinamente y de la misma forma desapareció medio siglo más tarde, Guénon añade:
<<Por lo tanto, parece como si se tratara de una manifestación repentina de algo que tratábamos de definir de manera precisa y que súbitamente regresó a la oscuridad. De haber habido detrás de tales poetas una organización iniciática, podía haberlos guiado constantemente sin que ellos lo sospecharan siquiera, bien mediante algunos miembros que les procurasen los elementos a poner en marcha, bien sugiriéndoles o influyendo en ellos de algún modo misterioso.>>
Pedro Guirao, en su obra Herejía y tragedia de los cátaros sugiere que la reliquia sagrada de los cátaros y albigenses era un libro o unos pergaminos que contenían ciertas fórmulas o palabras secretas, destinadas al fortalecimiento de las almas y a eliminar de las mismas el temor a la muerte por el fuego y por otros medios, incluyendo el natural. Y se pregunta:
<<¿De qué se trata, pues? ¿De un vaso sagrado que representaría el símbolo de la fe, o bien de un libro o tablilla, rúnica o "naacals" que representaría el símbolo del Conocimiento perdido?
>>Y se supone que el Grial (Graal) estuvo en Montségur hasta poco antes de su rendición, o al menos esto es lo que se cree. ¿Era, por tanto, el Grial, lo que buscaban los católicos, pretendiendo arrebatárselo a los cátaros, para despojarlos de tan sagrado instrumento religioso? Y si esto es así ¿por qué se había de derramar tanta sangre por un simple objeto de culto? ¿O no era un objeto tan simple?
>>¿Acaso el Grial, fuera "vaso" o "libro", se había transmitido de generación en generación entre hombres que, conocedores del secreto, o Iniciados, no podían revelar su contenido ni podían permitir que cayera en manos de los "materialistas" que entonces usurpaban los altos cargos de la Iglesia?>>
El mismo Pedro Guirao se refiere poco después, en la misma obra, al experto en catarismo Otto Rahn, con estas palabras:
<<Otto Rahn en La cruzada contra el Graal cuenta una leyenda que recogió de labios de un viejo pastor de la montaña. Veámosla
>>Hace muchos años, cuando los muros de Montségur aún estaban en pie, los cátaros guardaban allí el Santo Graal. Pero la fortaleza estaba amenazada por los esbirros de Satanás que la asediaban. Y los adoradores del diablo querían el Graal para que su maligno príncipe pudiera lucirlo en su diadema, de donde se desprendió durante la caída de los ángeles. (Aquí se nos ocurre pensar que el Graal podía ser algo, un libro sagrado del Conocimiento Supremo, con el que su poseedor pudiera dominar al mundo. Y si esto es así ¿por qué no lo utilizaron los sabios cátaros?).>>
Un vaso, una copa, un libro... el Grial era, por consiguiente, algo misterioso, algo secreto, algo tangible o, tal vez, intangible, pero si hasta ahora hemos estado hablando de unos Perfectos que con riesgo de sus vidas fueron en busca del Grial, que al parecer estaba escondido en lo más hondo de un bosque, para ponerlo a buen recaudo en otro lugar más secreto todavía, donde no pudiera en modo alguno caer en manos de los cruzados católicos ¿por qué no suponer precisamente lo contrario?
En efecto, ¿por qué no suponer que el Grial estaba bien guardado por los cátaros en la fortaleza de Montségur, por ejemplo, y que lo que intentaron Amiel Aicard, Hugo y los otros dos Perfectos fue precisamente sacar el Graal del castillo, amenazado ya con una rendición muy próxima, y llevarlo a un lugar remoto, librándolo así de las pecadoras manos de sus enemigos?
Esto explicaría ciertamente la fuga de los cuatro (o dos) cátaros <<con peligro de sus vidas>>, y su viaje hasta el castillo de So o hasta Montreal de Sos.
Es éste un punto digno de reflexión que podría aclarar lo que de oscuro hay en torno al Grial cátaro, siempre y cuando no se trate de una leyenda más o menos fantástica, adornada con los mil detalles que suelen acompañar y adornar a todas las leyendas y tradiciones que circulan a lo largo y ancho de nuestro diminuto planeta.
Jean Pierre Leduc; Los Cátaros
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