Sobre una roca cuya soberbia ceja
frunce sobre la vieja corriente del Conway,
envuelto en su negra y triste vestimenta,
con salvajes ojos el poeta estaba
(su barba y blanco pelo sueltos
ondeaban, como un meteoro, en el aire turbulento),
y con fuego de profeta y mano de maestro
pulsaba los profundos lamentos de su lira:
¡Escucha, cómo cada gigante roble y desierta cueva
suspiran ante la horrible voz del torrente abajo!
¡Sobre ti, oh Rey! sus quejas alientan;
no canta más, desde el fatal día de Cambria,
el arpa del elevado Hoel, o la suave balada de Llewellyn.
Bardo anónimo, contra la orden de ejecución de los bardos de Gales
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