Pero alguno de ésos que ladran contra la filosofía dirá,
como suelen: “¿Por qué hablas con más energía que vives? ¿Por qué bajas el tono
delante de un superior, y consideras que el dinero es para ti un instrumento necesario,
y te alteras por un contratiempo, y lloras al enterarte de la muerte de tu esposa
o de un amigo, y miras por tu fama, y te afectan las habladurías malévolas? ¿Por
qué tu campo está más cultivado de lo que pide el uso natural? ¿Por qué no cenas
según tus preceptos? ¿Por qué tienes un mobiliario demasiado elegante? ¿Por qué
se bebe en tu casa un vino más viejo que tú? ¿Por qué se instala una pajarera? ¿Por
qué se plantan árboles que no han de dar más que sombra? ¿Por qué tu mujer lleva
en las orejas la renta de una casa opulenta? ¿Por qué tus esclavos se visten con
ropas preciosas? ¿Por qué es en tu casa un arte el servir la mesa y no se coloca
la plata al azar y de cualquier manera, sino que se sirve con pericia y tienes un
maestro de arte cisoria?”. Añade aún, si quieres: “¿Por qué tienes posesiones más
allá del mar? ¿Y más de las que conoces? Es una vergüenza que seas tan negligente
como para no conocer a unos poquillos esclavos, o tan fastuoso como para tener más
que los que la memoria alcanza a conocer”. Ayudaré enseguida a tus reproches y me
haré más objeciones que las que imaginas; ahora te responderé esto: “No soy un sabio
y, para que tu malevolencia se regocije, nunca lo seré. Por esto no exijo de mí
ser igual que los mejores, sino mejor que los malos: me basta con podar todos los
días algo de mis vicios y castigar mis extravíos. No he llegado a la salud, ni llegaré
siquiera; compongo para mi gota más calmantes que remedios, contento si los ataques
son menos frecuentes y menos dolorosos; pero comparado con vuestros pies, yo, impotente,
soy un corredor”.
Lucio Anneo Séneca, Sobre la felicidad.
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