“En mi garaje vive un dragón que escupe fuego por la
boca”
Supongamos que yo le hago a usted una aseveración como
ésa. A lo mejor le gustaría comprobarlo, verlo usted mismo. A lo largo de los
siglos ha habido innumerables historias de dragones, pero ninguna prueba real.
¡Qué oportunidad!
- Enséñemelo
–me dice usted.
Yo le llevo
a mi garaje. Usted mira y ve una escalera, latas de pintura vacías y un triciclo
viejo, pero el dragón no está.
- ¿Dónde
está el dragón? –me pregunta.
- Oh, está
aquí –contesto yo moviendo la mano vagamente-. Me olvidé de decir que es un
dragón invisible.
Me propone
que cubra de harina el suelo del garaje para que queden marcadas las huellas
del dragón.
- Buena idea
–replico-, pero este dragón flota en el aire.
Entonces
propone usar un detector infrarrojo para detectar el fuego invisible.
- Buena
idea, pero el fuego invisible tampoco da calor.
Se puede
pintar con aerosol el dragón para hacerlo visible.
- Buena
idea, sólo que es un dragón incorpóreo y la pintura no se le pegaría.
Y así
sucesivamente. Yo contrarresto cualquier prueba física que usted me propone con
una explicación especial de por qué no funcionará.
Ahora bien, ¿cuál es la diferencia entre un dragón
invisible, incorpóreo y flotante que escupe un fuego que no quema y un dragón
inexistente? Si no hay manera de refutar mi opinión, si no hay ningún
experimento concebible válido contra ella, ¿qué significa decir que mi dragón
existe? Su incapacidad de invalidar mi hipótesis no equivale en absoluto a
demostrar que es cierta. Las afirmaciones que no pueden probarse, las aseveraciones
inmunes a la refutación son verdaderamente inútiles, por mucho valor que puedan
tener para inspirarnos o excitar nuestro sentido de maravilla. Lo que yo le he pedido
que haga es acabar aceptando, en ausencia de pruebas, lo que yo digo.
Lo único que ha aprendido usted de mi insistencia en
que hay un dragón en mi garaje es que estoy mal de la cabeza. Se preguntará, si
no puede aplicarse ninguna prueba física, qué fue lo que me convenció. La
posibilidad de que fuera un sueño o alucinación entraría ciertamente en su
pensamiento. Pero entonces ¿por qué hablo tan en serio? A lo mejor necesito
ayuda. Como mínimo, puede ser que haya infravalorado la falibilidad humana.
Imaginemos que, a pesar de que ninguna de las pruebas
ha tenido éxito, usted desea mostrarse escrupulosamente abierto. En
consecuencia, no rechaza de inmediato la idea de que haya un dragón que escupe
fuego por la boca en mi garaje. Simplemente, la deja en suspenso. La prueba
actual está francamente en contra pero, si surge algún nuevo dato, está
dispuesto a examinarlo para ver si le convence. Seguramente es poco razonable
por mi parte ofenderme porque no me cree; o criticarle por ser un pesado poco
imaginativo... simplemente porque usted pronunció el veredicto escocés de “no
demostrado”.
Imaginemos que las cosas hubieran ido de otro modo. El
dragón es invisible, de acuerdo, pero aparecen huellas en la harina cuando
usted mira. Su detector de infrarrojos registra algo. La pintura del aerosol
revela una cresta dentada en el aire delante de usted. Por muy escéptico que
pueda ser en cuanto a la existencia de dragones –por no hablar de seres
invisibles- ahora debe reconocer que aquí hay algo y que, en principio, es
coherente con la idea de un dragón invisible que escupe fuego por la boca.
Ahora, otro guión: imaginemos que no se trata sólo de
mí. Imaginemos que varias personas que usted conoce, incluyendo algunas que está
seguro de que no se conocen entre ellas, le dicen que tienen dragones en sus
garajes... pero en todos los casos la prueba es enloquecedoramente elusiva.
Todos admitimos que nos perturba ser presas de una convicción tan extraña y tan
poco sustentada por una prueba física. Ninguno de nosotros es un lunático.
Especulamos sobre lo que significaría que hubiera realmente dragones escondidos
en los garajes de todo el mundo y que los humanos acabáramos de enterarnos. Yo
preferiría que no fuera verdad, francamente. Pero quizá todos aquellos mitos
europeos y chinos antiguos sobre dragones no eran solamente mitos...
Es gratificante que ahora se informe de algunas
huellas de las medidas del dragón en la harina. Pero nunca aparecen cuando hay
un escéptico presente. Se plantea una explicación alternativa: tras un examen
atento, parece claro que las huellas podían ser falsificadas. Otro entusiasta
del dragón presenta una quemadura en el dedo y la atribuye a una extraña
manifestación física del aliento de fuego del dragón. Pero también aquí hay
otras posibilidades. Es evidente que hay otras maneras de quemarse los dedos además
de recibir el aliento de dragones invisibles. Estas “pruebas”, por muy importantes
que las consideren los defensores del dragón, son muy poco convincentes.
Una vez más,
el único enfoque sensato es rechazar provisionalmente la hipótesis del dragón y
permanecer abierto a otros datos futuros, y preguntarse cuál puede ser la causa
de que tantas personas aparentemente sanas y sobrias compartan la misma extraña
ilusión.
Los dragones invisibles y los ovnis tienen, hoy en
día, la misma prueba científica de su existencia.
Carl Sagan; “El mundo y sus demonios”.
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