sábado, 1 de junio de 2013

XENOSALUDES: Inmersos en el Cosmos



            El Universo se creó el 22 de octubre del año 4004 antes de Cristo, a las 8 de la tarde. Así lo determinó, a mediados del siglo XVII, el arzobispo anglicano J. Ussher; y tras precisar fecha tan trascendente, partiendo del único relato fiable, es decir, la Biblia, se supone que el mencionado erudito se quedó satisfecho y esa noche fue arrebatado por el más tranquilo y reparador de los sueños posibles. Unos pocos siglos antes, los expertos judíos en la interpretación bíblica habían llegado a una conclusión aproximada: para ellos, el Universo se formó en el año 3760, antes de Jesucristo, naturalmente.
            Decir gigantescas, inconmensurables estupideces, es patrimonio del hombre estúpido; pero aceptarlas sin crítica alguna y defenderlas hasta la muerte es patrimonio de borregos. Es evidente que la humanidad está constituida por una pequeña parte de hombres estúpidos y una gran mayoría de hombres borregos (no determino los porcentajes, para que quede un grupo elástico en el que podamos ir acomodándonos los que, sin más mérito que nuestro propio narcisismo, nos consideremos al margen de esa clasificación). La historia de la humanidad es la historia de la estulticia, y hemos de aceptarlo así porque es tan evidente, tan palmario, que no nos queda otro remedio. No hay, ni ha habido, papas infalibles; como no hay, ni han existido, gobernantes justos, ni científicos en posesión de la verdad. A lo más, hay aproximaciones, intentos, avances inevitables y alguna que otra genialidad esporádica, muy esporádica, como sabemos todos. El conjunto humano es de una tremenda mediocridad, y el que mata a otro en defensa de una idea es un pobre imbécil que no alcanza a ver más allá de sus propias narices.
            Esta especie de “rabieta” tiene una explicación; una justificación, mejor. Al hacer un recorrido por el lento caminar en pos del conocimiento, al llevar a cabo un análisis ponderado de los avances científicos de estos últimos veinte siglos, la conclusión inevitable es la de que el freno, el gigantesco freno del devenir humano, de su progreso, es la intolerancia. Una intolerancia feroz, irracional, nauseabunda. Todo avance conlleva una ruptura de la inercia, una grieta profunda en los esquemas, y es, por tanto, desestabilizador, peligroso. Hoguera, tormento, desprecio, descrédito, sarcasmo… cualquier cosa antes que mover las posaderas del cómodo asiento del orden establecido. Aquel que viene a despertarnos de nuestra blanda siesta sólo merece el infierno.
            Tú, que ahora lees, también lo mereces. Formas parte de esa turba de desestabilizadores. De alguna forma estás planteando problemas a tus vecinos del planeta. También, de alguna forma, tendrás el castigo que mereces. Tú buscarás, seguirás indagando, inquiriendo, escudriñando, soñando; y cualquier noche te encontrarás solo en la angustia, casado con ella, en un maridaje destructivo, como todos los maridajes, hasta que la muerte os separe.
Cuanto más busques, más te quedará por encontrar, porque los horizontes se irán expandiendo a medida que los vayas recorriendo. El Universo es inmenso, el Cosmos es infinito, y tú y yo somos sólo unos insectos insignificantes, perdidos entre tanta grandeza, buscando una sencilla y simple explicación a una serie de problemas dificilísimos y complejísimos. Qué le vamos a hacer, somos así, desgraciada o afortunadamente. Nuestro ciclo vital es solo un flash en la historia del Cosmos; nuestra inteligencia es una humilde neurona enloquecida perteneciente a la inteligencia total.

            Tal vez aún estés a tiempo. Vuelve a ese dulce engaño de que lo importante es tener respuestas. Nosotros, los condenados, pensamos que lo vital es tener preguntas que hacerse y hacer, aunque no existan todavía las respuestas –y quizá no existan nunca ni hayan existido jamás-. Pero si decides seguir (…), cuídate de no opinar con voz prestada. Busca tú mismo, y continúa buscando. Aprende a decir “no sé”, hasta que estés totalmente seguro de algo. Y si ese día llega, piensa que estás equivocado. No hay nada seguro.
            (…) No entendemos ni el mundo físico que nos rodea ni los mecanismos y poderes de nuestra mente, de nuestro interior. Ni conocemos lo que pasa fuera de nosotros, ni podemos valorar los fenómenos de nuestra conciencia ni del inconsciente. Formamos parte, mínima, insignificante, del Cosmos. Somos microcosmos agitándonos dentro de un universo infinito del que ignoramos su génesis y su historia millonaria; del que no comprendemos su mecánica ni podemos prever su destino. Seguramente, diseminados por el espacio, en el interior de muchos millones de galaxias, habrá otros seres vivos e inteligentes que se estén planteando en este preciso momento los mismos problemas que nosotros. Y quién sabe si alguno, ya, ha encontrado la respuesta.

Fernando Jiménez del Oso; Grandes misterios de nuestro tiempo.

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