Sorprendentemente, las primeras teorías científicas serias y fundamentadas sobre el vuelo interplanetario mediante cohetes provienen de un hombre que careció de toda titulación académica. Konstantin Eduardovich Tsiolkovsky (1857-1935) fue hijo de un simple guarda forestal. Siendo aún niño, contrajo una escarlatina que le dejó sordo para el resto de sus días. Al no poder asistir regularmente a la escuela, fue su madre quien se encargó de enseñarle a leer, facultad que había aprendido ya a los ocho años. A los catorce comenzó a estudiar física y matemáticas por su cuenta. En 1873, su padre le envía a estudiar a Moscú, pero su deficiente preparación le impide el ingreso en la escuela técnica superior. Tsiolkovsky sigue completando con gran esfuerzo su preparación autodidacta leyendo cuanto texto científico cae en sus manos y experimentando sin cesar. Al fin, en 1879 consigue una plaza de maestro, que le permite continuar con sus investigaciones.
Lo que este hombre logra con tan escaso bagaje científico es realmente increíble. En 1883 publica una obra llamada El Espacio libre donde propone el cohete como vehículo ideal para los viajes espaciales. En 1895, Sueños de la Tierra y el Cielo, describe las características de un satélite artificial. "El hipotético satélite de la Tierra sería como una Luna, pero dispuesto a voluntad mucho más cerca de nuestro planeta; bastaría que estuviera fuera de la atmósfera, a una distancia de 300 verstas (unos 320 km) por lo menos".
Hacia 1903 comienza a publicar por capítulos un libro cuyo título es ya lo suficientemente expresivo: Exploración del espacio interplanetario mediante aparatos a reacción. En él adelanta una serie de revolucionarios conceptos: propone la utilización de combustibles líquidos -oxígeno e hidrógeno- para los cohetes. Diseña una nave espacial cuya aerodinámica forma recuerda la de una gota de agua. La nave tenía una cabina en la parte superior y unas toberas de escape en forma cónica iguales a las que setenta años más tarde llevarían los gigantescos cohetes Saturno V que condujeron al hombre hasta la Luna. Ideó varios métodos que regularían el paso de los combustibles a la cámara de combustión mediante válvulas mezcladoras, así como diversos sistemas de aletas y toberas que permitieran pilotar las naves espaciales.
Tsiolkovsky fue aún más allá. Mostrando una gran preocupación por los tripulantes del navío interplanetario, aseguró que, con el fin de minimizar los efectos de la espantosa aceleración del despegue, los astronautas deberían estar tumbados sobre una especie de hamacas, de espaldas a los motores. Se ocupó también de idear un sistema que permitiera el filtrado del anhídrido carbónico procedente de la respiración y los malos olores que a buen seguro se producirían en un recinto cerrado. El sabio ruso se inquieta por los numerosos problemas de salud que a buen seguro causarán las prolongadas situaciones de ingravidez que deberán soportar los astronautas.
La astronave debería estar construida con una doble pared, con el fin de evitar los problemas de aumento de temperatura ocasionado por el reingreso en la atmósfera. Predijo que algún día uno de los tripulantes de esas naves espaciales podría salir al espacio unido a un cable, permaneciendo en el vacío tanto tiempo como fuera preciso. Aquí la predicción de Tsiolkovsky falló, al menos en el tiempo. Él creyó que tal acontecimiento no sería posible antes del siglo XXI. Pero cincuenta años antes de esa fecha, su compatriota Alexei Leónov hizo realidad aquella fantástica especulación.
Este legendario maestro de escuela adivinó que esos vehículos que algún día saldrían al espacio constarían de varias etapas (él los llamaba "trenes de cohetes"). Y que podrían realizar un vuelo orbital para caer de nuevo en Tierra. "Cuando la velocidad llegue a ser de 8 km/seg. -escribe Tsiolkovsky- la fuerza centrífuga compensará la de la gravedad, y tras un vuelo cuya duración estará limitada únicamente por la provisión de oxígeno y de alimentos, el cohete describirá una espiral de retorno a la Tierra, será frenado por el aire y descenderá en vuelo planeado sin estallar". Descripción que encaja perfectamente con las misiones de los actuales transbordadores espaciales. Estamos -no lo olvidemos- en los primeros albores del siglo XX.
¿Más? Sí, aún más. En una obra de ficción titulada Fuera de la Tierra asegura que los problemas surgidos en la exploración espacial serán de tal magnitud que la colaboración internacional se haría absolutamente indispensable, sobre todo para la construcción de grandes ciudades espaciales cuyos tripulantes deberían ya obtener oxígeno y alimentos de sus propias cosechas, cultivadas en el espacio. En el momento de escribir estas líneas, el primer proyecto internacional de cooperación espacial a gran escala -EE.UU., Europa, Japón y Rusia- se halla representado por la estación orbital Freedom que posiblemente, y sólo si las dificultades técnicas y presupuestarias logran ser vencidas a tiempo, podrá ser construida en el espacio hacia el año 2000. Tal parece que Tsiolkovsky, mucho más que Verne o cualquier otro visionario, hubiera contemplado el lejano futuro en su particular bola de cristal.
Konstantin Eduardovich Tsiolkovsky murió en 1935 dejando tras de sí una estela de más de 600 obras en las que no sólo habló de astronáutica, sino de temas tan diversos como astronomía, biología, psicología, filosofía y sociología. Un balance no demasiado malo para alguien que jamás en su vida fuera alumno de ningún centro de enseñanza.
Abelardo Hernández; Hacia la conquista del Cosmos
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