jueves, 7 de marzo de 2013

TAUMATURGIA: Fanatismo



Los españoles mirábamos a los indios como a unos seres más viles que bestias de carga, porque no reconocían la supremacía del papa. Adorar a Dios no es nada a los ojos de un fanático, pues es necesario practicar sus ceremonias supersticiosas, participar de sus errores, respetar sus sandeces para ponerse al abrigo de sus golpes, y según aquella máxima terrible el que no marcha con nosotros es enemigo nuestro. Los fanáticos encuentran en el mundo mil enemigos por un hermano. El mismo Bartolomé de las Casas dice: “Castellano he visto dar a los perros los niños de teta que eran destrozados en los mismos brazos de su madre, porque no habían recibido el bautismo”. Estos cobardes vencedores, sedientos de sangre y oro, que se decían los enviados de un Dios de paz, sólo dejaban al pasar por todas las regiones de la India el asesinato y la destrucción. Ofrecían al Eterno, como un grato holocausto, víctimas humanas que hacían morir a fuego lento y entre tormentos, que a los perseguidores de la Iglesia les habría costado trabajo inventar; cogían a los niños por las piernas y los partían en dos; y hasta llegaron unos cristianos (1) a crucificar de una vez a trece de sus semejantes en honor de Jesucristo y de sus doce apóstoles…

            El fanatismo se ha mostrado siempre en todas las religiones, y siempre horrible y sanguinario. ¿Quién no conoce a este Honiar y a estos frailes menores de la cruzada del Languedoc y a todos estos piadosos exterminadores, cuyas maldades y rapiñas lloran la humanidad y las letras? Juan Chatel, que pretendió asesinar a Enrique IV y le hirió de un navajazo en el labio superior el martes 27 de diciembre de 1594; preguntado por qué había querido matar al rey, respondió que para expiar sus faltas había creído necesario hcer alguna acción ruidosa y útil a la religión católica, apostólica y romana, y que, no habiéndolo logrado, lo conseguiría si le fuese posible.
  

           Preguntado de nuevo sobre quién le había persuadido a que matase el rey, dijo: “He oído decir en muchas partes que es necesario tener por máxima verdadera, que es muy plausible matar al rey cuando éste no está aprobado por el papa”.
            Esta doctrina estaba entonces muy en boga. […]

(1)     Estos no eran cristianos, sino idiotas que habían recibido el bautismo.

Collin de Plancy; Diccionario infernal.
(Ilustración de Quino)

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