Los españoles mirábamos a los indios
como a unos seres más viles que bestias de carga, porque no reconocían la
supremacía del papa. Adorar a Dios no es nada a los ojos de un fanático, pues
es necesario practicar sus ceremonias supersticiosas, participar de sus errores,
respetar sus sandeces para ponerse al abrigo de sus golpes, y según aquella
máxima terrible el que no marcha con
nosotros es enemigo nuestro. Los fanáticos encuentran en el mundo mil
enemigos por un hermano. El mismo Bartolomé de las Casas dice: “Castellano he
visto dar a los perros los niños de teta que eran destrozados en los mismos
brazos de su madre, porque no habían recibido el bautismo”. Estos cobardes
vencedores, sedientos de sangre y oro, que se decían los enviados de un Dios de
paz, sólo dejaban al pasar por todas las regiones de la India el asesinato y la
destrucción. Ofrecían al Eterno, como un grato holocausto, víctimas humanas que
hacían morir a fuego lento y entre tormentos, que a los perseguidores de la
Iglesia les habría costado trabajo inventar; cogían a los niños por las piernas
y los partían en dos; y hasta llegaron unos cristianos (1) a crucificar de una
vez a trece de sus semejantes en honor de Jesucristo y de sus doce apóstoles…
El fanatismo se ha mostrado siempre
en todas las religiones, y siempre horrible y sanguinario. ¿Quién no conoce a
este Honiar y a estos frailes menores de la cruzada del Languedoc y a todos
estos piadosos exterminadores, cuyas maldades y rapiñas lloran la humanidad y
las letras? Juan Chatel, que pretendió asesinar a Enrique IV y le hirió de un
navajazo en el labio superior el martes 27 de diciembre de 1594; preguntado por
qué había querido matar al rey, respondió que para expiar sus faltas había
creído necesario hcer alguna acción ruidosa y útil a la religión católica,
apostólica y romana, y que, no habiéndolo logrado, lo conseguiría si le fuese
posible.
Preguntado de nuevo sobre quién le
había persuadido a que matase el rey, dijo: “He oído decir en muchas partes que
es necesario tener por máxima verdadera, que es muy plausible matar al rey
cuando éste no está aprobado por el papa”.
Esta doctrina estaba entonces muy en
boga. […]
(1) Estos
no eran cristianos, sino idiotas que habían recibido el bautismo.
Collin de Plancy; Diccionario infernal.
(Ilustración de Quino)
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