Una vez, al dirigirme a la costa del mar inmenso, me encontré con el Remolino, que yacía boca abajo sobre la arena y extendía sus miembros enormes al sol. Le pregunté:
-¿Quién eres?
Y él me respondió:
-Me llamo Nooz Wana, el que Anega los Barcos, y vengo del Estrecho de Pondar Obed, donde tengo costumbre de agitar los mares. Allí di caza a Leviatán con mis manos cuando él era joven y fuerte; a menudo se me deslizó de entre los dedos y huyó entre los bosques de algas que crecen bajo las tormentas en el crepúsculo que reina en el fondo del mar; pero por fin lo atrapé y lo domestiqué. Porque allí acecho en el fondo del océano, a medio camino entre las rodillas de cada despeñadero, para montar guardia en el Estrecho y evitar el paso de todos los barcos que intentan llegar a los Mares Lejanos; y toda vez que las blancas velas de los barcos erguidos vienen hinchadas doblando la esquina del escarpado de los espacios iluminados por el sol del Estrecho, apoyándome firme en el fondo del océano, con las rodillas algo flexionadas, cojo las aguas del estrecho con ambas manos y las echo a girar en torno a mi cabeza. Pero el barco viene deslizándose, los marineros cantan en sus cubiertas canciones de las islas y llevan el rumor de sus ciudades a los mares solitarios; hasta que me ven de pronto oponerme a su curso a horcajadas y quedan atrapados en las aguas que yo hago girar por sobre mi cabeza. Luego atraigo las aguas del Estrecho hacia mí y hacia abajo, cada vez más cerca de mis terribles pies y con mis oídos escucho por sobre el bramido de mis aguas el clamor final del barco; porque justo antes de que los atraiga al fondo del océano y los aplaste con mis pies destructores, los barcos lanzan un último clamor y con él parten las vidas de los marineros y se desprende el alma del barco. Y en el último clamor de los barcos están las canciones que los marineros cantan, sus esperanzas y todos sus amores, la canción del viento entre sus mástiles y sus maderos cuando se erguían en los bosques mucho tiempo atrás, el susurro de la lluvia que los hacía crecer y el alma del pino elevado o la encina. Todo esto vuelca un barco en el clamor que emite al final. Y en ese momento sentiría piedad del barco si pudiera; pero siente piedad el hombre que sentado cómodo junto al fuego, narra cuentos en el invierno; no le está permitida la piedad a quien hace el trabajo de los dioses; y, así, cuando lo atraigo en círculos en torno a mis hombros hacia mi cintura y de allí, con sus mástiles inclinados, hacia mis rodillas y más y más abajo todavía, hasta que los pendones de su mastelero aletean contra mis tobillos, yo Nooz Wana, el que Anega los Barcos, levanto los pies y aplasto sus maderos, que vuelven otra vez a la superficie del Estrecho sólo como astillas quebradas y el recuerdo que guardaban los marineros de sus amores tempranos para trasladarse por siempre en los mares vacíos.
>>Una vez cada cien años, por un día solamente, descanso en la costa y tuesto mis miembros al sol sobre la arena; de ese modo los barcos erguidos pueden atravesar el Estrecho desprovisto de guardia y hallar las Islas Afortunadas. Y las Islas Afortunadas se encuentran entre las sonrisas de los soleados Mares Lejanos; allí los marineros pueden contentarse y no anhelar nada; y, si anhelan algo, lo poseen.
>>Allí no llega el Tiempo con sus horas hambrientas; ni tampoco los males de los dioses o los hombres. Estas son las islas en que las almas de los marineros descansan todas las noches de recorrer los mares y donde vuelven a tener la visión de lejanas colinas íntimas con sus huertos sobre los campos iluminados por el sol; también pueden hablar allí con las almas de antaño. Pero aproximadamente al alba los sueños gorjean y levantan vuelo y, dando la vuelta tres veces en torno a las Islas Afortunadas, se lanzan otra vez al encuentro del mundo de los hombres; detrás van las almas de los marineros como, al caer el sol, con lento movimiento de las alas majestuosas, la garza sigue el vuelo de los grajos multitudinarios; pero las almas regresan para encontrar cuerpos que se despiertan dispuestos a soportar las fatigas del día. Estas son las Islas Afortunadas a las cuales pocos han llegado, salvo como sombras errantes en la noche, y sólo por breves instantes.
>>Pero no me demoro más del tiempo necesario para recobrar el vigor y la fiereza, y al ponerse el sol, cuando mis brazos vuelven a tener fuerza y siento en las piernas que puedo plantarlas otra vez con firmeza en el fondo del océano, vuelvo a hacerme cargo de las aguas del Estrecho y a montar guardia otra vez en el paso de los Mares Lejanos por otros cien años. Porque los dioses son celosos y temen que sean muchos los hombres que lleguen a las Islas Afortunadas y hallen allí contento. Porque los dioses no tienen contento.
Edward John Moreton Drax Plunkett, Lord Dunsany
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