jueves, 20 de febrero de 2014

Licántropo


La creencia de que algunos hombres, voluntariamente, por medio de ciertas prácticas mágicas, o involuntariamente, por influjos no controlados, pueden transformarse en animales feroces está extendida por todo el mundo. Cuando se habla de licantropía cabría pensar que hay que limitarse a las transformaciones en lobo (lykos en griego); pero esta interpretación es excesivamente reductiva. En efecto, el conjunto mítico de la metamorfosis también permanece estructuralmente invariado cuando ésta no se refiere a los lobos; por tanto, con este nombre me refiero a la casuística metamórfica en su sentido más amplio, prescindiendo del animal elegido. Este animal varía de hecho según las zonas geográficas, escogido siempre entre los que tienen una particular importancia simbólica en el ámbito cultural considerado. Así, mientras en la Europa Meridional y en buena parte de Asia es el lobo el que encarna los valores de mayor significado, en la Europa del Norte, en cambio, a veces se elige el oso; en el África Septentrional encontramos por lo general la hiena que, si vamos más al Sur, cede el lugar al león, al leopardo, al cocodrilo e incluso al elefante. En el Asia Oriental, el animal favorito es la zorra, mientras en el área india goza de cierta popularidad también el tigre; en América Septentrional encontramos el lobo y el oso, mientras que la Meridional es la zona del jaguar.
    La transformación puede realizarse conforme a tres modalidades diferentes, no siempre presentes en las distintas civilizaciones: puede ser inducida, voluntaria o espontánea. La transformación inducida es la obrada por un mago o por un brujo en alguien que puede estar de acuerdo y haberla pedido expresamente, o ser víctima inconsciente de la magia (este último es el caso, por ejemplo, de los compañeros de Ulises transformados en cerdos por Circe). La transformación voluntaria es la operada por el licántropo mismo; se puede obtener por varios medios: las brujas acudían al aquelarre transformadas en animales, untándose ciertos ungüentos; en muchos casos, en cambio, desempeña un papel fundamental en la transformación el vestido: hay que despojarse de las ropas humanas y revestir la piel del animal elegido para la transformación; recubrirse de la apariencia de un animal significa adoptar sus características y participar de su naturaleza (pensemos en los Berserkr, en Heracles, en los Aniotos). La transformación espontánea, en realidad, es siempre una transformación inducida, o sea causada por una fuerza agente exterior a la víctima y desconocida por ésta, pero en este caso ya no se trata de una voluntad humana que actúa, sino de un influjo natural, generalmente identificable con la Luna. En realidad este papel de la Luna en la licantropía se basa en un doble equívoco: en primer lugar, en una confusión entre la palabra griega que significa "lobo" y la que significa "luz", que ha hecho conjeturar que durante el periodo nocturno de máxima luz, el plenilunio, pueden producirse estas metamorfosis (mientras que en realidad más bien habría que pensar que se producen durante la luna nueva, puesto que los animales de presa, como el lobo, más bien están relacionados con la oscuridad que con la luz); en segundo lugar, en una identificación entre una enfermedad mental, ya reconocida como tal por Galeno en el siglo II d.C., que se manifiesta con el vagar de noche, bajo la luna, gritando y lamentándose, y la verdadera y propia transformación en animales.
    En las distintas lenguas, el fenómeno de la licantropía ha tomado denominaciones multiformes, entre cuyas etimologías se pueden descubrir detalles interesantes para ahondar más en el tema. El inglés werewolf deriva de wer, hombre (véase el latino vir y el sánscrito viras), y de wolf que, antes de significar lobo, significaba "ladrón". Por lo demás, también en el Rigveda "ladrón" es un epíteto referido al lobo; y por lo demás, antaño, cuando se ahorcaba a un ladrón, junto a él se ahorcaba también a un lobo. Esta convergencia de significados entronca con el hecho de que el lobo siempre ha sido el símbolo de los fugitivos, de los desterrados y de los exiliados; según las leyes de Eduardo el Confesor, los proscritos tenían que llevar una máscara de lobo. El francés loup garou no es sino una tautología: deriva, en efecto, de loup garwolf [werewolf] y significa por consiguiente "lobo hombre-lobo". Hace poco, sin embargo, se ha propuesto la hipótesis de que garou no sea una deformación de werewolf, sino que derive, en cambio, del céltico garo, cruel; en este caso el loup garou es un lobo malo; hay que observar, sin embargo, que en esta segunda hipótesis se pierde cualquier referencia a la participación humana en la estructura del monstruo, participación que es fundamental en el mito. El término hombre lobo desciende del medio latino lupus hominarius; en latín clásico, en cambio, el licántropo se llamaba versipellis, el que cambia la piel. El ruso volkodlak deriva de volk, lobo, y dlak, pelo, con referencia a una de las características clave de los licántropos, su vellosidad, que se evidenciaba, también en su aspecto humano, por las gruesas cejas, o por los pelos en la palma de la mano; por lo demás, en el Medievo todavía se creía que el licántropo, bajo la piel humana, tenía pelo de lobo. Entre los vascos encontramos el nombre gizonochoa, que es una traducción literal de hombre lobo. En el folclore letón, el nombre se convierte en vilkacis y en el lituano vilkatas. Los escandinavos lo llaman vargulfr o varulf; los portugueses lobarras o lobis homen; el griego Burculacas o brucolacas corresponde al eslavo volkodlak o al serbio vulkodlak, porque la beta inicial griega se pronunciaba como la "v". En este nuevo paso del eslavo al griego se produce también un desplazamiento de significado: el que para los eslavos era todavía un licántropo, en Grecia se convierte en un vampiro. Por último, en Rumanía tenemos los pryccolitchs, que para transformarse voluntariamente en lobos no deben hacer otra cosa que girar tres veces sobre sí mismos.
    Muchos pueblos se precian de descender de los lobos y conservan huella de ello en el nombre mismo: recordemos a los dacios (del frigio daos, lobo); los hircanos del Mar Caspio (del iránico vehrka, lobo); los orkas frigios (de la misma raíz); los licaones de la Arcadia, los lucanos de la Italia meridional, los licios, los lucenses españoles (todos ellos del griego lykos); los irpinos itálicos (del samnita hirpus, lobo). Tanta convergencia de significados en los pueblos antiguos tiene que ver con lo que hemos dicho respecto al significado simbólico del lobo como proscrito o fugitivo. Estos pueblos derivaban evidentemente de emigraciones forzadas de otros territorios próximos: muchos pueblos antiguos se precian de orígenes semejantes. Los proscritos, para sobrevivir, se organizaban como bandas de guerreros o como hermandades militares. Sabemos que estas sociedades guerreras requerían una forma de iniciación que a menudo consistía en la metamorfosis ritual del iniciado en animal. Ésta llevaba a un acceso de verdadero furor agresivo y de crueldad animal, que hacía invencible al guerrero: típico es el caso de los Berserkr, y no hay que olvidar que en África semejantes tipos de iniciación llevan a la constitución de sociedades secretas basadas en el uso de máscaras animales y en la agresividad salvaje. Revestirse con pieles de animal servía para que el iniciado participase realmente de la naturaleza de la fiera, hasta el punto de creerse transformado. Los pueblos con nombre de lobo, por tanto, eran antiguas hermandades de guerreros licántropos, inicialmente expulsados de otros territorios. Sabemos luego que también los pueblos cazadores dicen a menudo que descienden de animales de presa, porque existe una estrecha conexión entre el cazador y el animal feroz, también cazador. De modo que detrás de la caza, de la guerra, de la invasión de un territorio por parte de inmigrados y del comportamiento de los fugitivos, se percibe una estructura mítica idéntica en la que a la disgregación de un mundo anterior se opone una reconstitución, mediante la fuerza, de un nuevo orden. El licántropo, por tanto, es un desarraigado, un rechazado, un excluido, pero no un vencido. Mediante una fuerza interior invencible que, como a las fieras, lo convierte en parte integrante de la naturaleza, encuentra su legitimación siempre que haya sabido salir de las trampas del aislamiento.


Massimo Izzi; Diccionario ilustrado de los Monstruos

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