lunes, 24 de febrero de 2014

La mirada de la Luna

El primer vampiro, entendido como perfectamente diferenciado del hombre bestializado o del ogro, es Lilit, primera esposa de Adán en el Génesis, repudiada por éste por no obedecer a Dios. En el culto rabínico el personaje se caracteriza por asesinar a los recién nacidos y por beber la sangre humana, y su nombre puede traducirse como "espectro nocturno". Según la misma tradición talmúdica, es una bella mujer de largos cabellos negros, una diosa alada que trae la muerte y que ataca preferentemente a los hombres. El escritor Primo Levi afirma de ella que no sólo está ávida de sangre masculina sino también de semen, que rebusca allí donde se haya derramado aunque no sea su lugar legítimo, la matriz. También golpea los cristales de las casas donde hay niños recién nacidos buscando ahogarlos: quiere vengarse en todos los hijos de mujer por su arraigado odio a Eva, mujer legítima de Adán. Habita en el Mar Rojo, en las ruinas y en los desiertos. Lilit es además la mayor transgresora de una ley talmúdica básica: "Por eso dije a los hijos de Israel: no comeréis la sangre de carne alguna, pues el alma de toda carne es su sangre: aquel que la comiere será exterminado" (Levítico, 17: 10-14).
    Pero las menciones y los antecedentes históricos de este personaje están en la gran factoría de mitos de Mesopotamia: Lilit es un demonio que en la mitología asiria se hace acompañar por Lilu y Ardat Lilit, espíritus del viento y el huracán, encarnación de la lujuria sin fin reproductivo. Es posible que surgiera como demonio de acompañamiento a la diosa babilonia de la fertilidad Ishtar -llamada Inanna en Sumeria-, donde se la representa en terracota antes del segundo milenio antes de Cristo. Del sumerio lilitu habría salido el hebreo lilith, siempre asociada a las aves nocturnas o a las panteras, reafirmando la derivación hacia el bestialismo.
    Siguiendo el itinerario cultural de la vampira, el mismo esquema se traslada a Egipto pero es en el mundo grecolatino donde acompaña a Hécate, la diosa del mundo de los fantasmas, y donde se acentúa su cualidad de amante y succionadora de la fuerza vital de los hombres. El estudioso italiano Erberto Petoia afirma que adopta diversos aspectos bastante curiosos, como el de perra o vaca, que la acercan a la forma ya no de animales nocturnos sino domésticos. Tal demonio súcubo llegó a Grecia posiblemente desde Palestina, y Aristófanes lo menciona con el nombre de Empusa.
    Es de hecho una empusa la que aparece en la popular obra de Apuleyo Vida de Apolonio de Tiana, aunque posteriormente se tradujo como lamia latina, adaptación romana más vinculada a los monstruos marinos como las sirenas y las arpías, de las que nos llega una explícita referencia con las gorgonas. Una de las más destacadas es la medusa. Mientras ésta tiene de manera manifiesta un fin sexual, las estriges son monstruos menos humanos que tienen más de animal aéreo. El poeta clásico Ovidio las define como:
"Pájaros voraces que tienen una cabeza grande, ojos fijos,
picos aptos para la rapiña, las plumas blancas y anzuelos por
uñas. Vuelan de noche y atacan a los niños desamparados de
nodriza y en su cuna. Desgarran con el pico las vísceras de quien
todavía es lactante y tienen fauces llenas de la sangre que beben,
su nombre es estriges (similar a la terminología rumana y
balcánica actual) porque graznan de forma escalofriante."
    Estas monstruosidades femeninas se mezclan con las larvas y los lemures, seres fantasmagóricos relacionados con los muertos, asexuados, pero que el pater familias exorcizaba en la celebración fúnebre de las lemurias romanas. Aquí observamos de nuevo el temor del orden establecido patriarcal y cómo se defiende ante el culto lunar. Petronio describe ampliamente dichas celebraciones en su Satiricón:
"Ah, pobres de nosotros, bien poca cosa es el hombre, vivamos
pues alegremente, mientras ese don nos sea concedido."
    Por su parte, el filósofo cristiano Agustín de Hipona polemiza sobre estos seres, afirmando que son demonios guiados por Lucifer.
    Es ya en la Edad Media cuando brujas y vampiras adquieren un aspecto y características similares. Al respecto podríamos citar los célebres procesos de Zugarramurdi o mostrar las leyendas que todavía perduran sobre las meigas chuchonas gallegas o las guaxas asturianas. El mito vampírico femenino se solapa con los cultos lunares matriarcales de la brujería. El psicólogo Erich Neumann nos habla del matriarcado no tan sólo como un periodo social, sino más bien como un estado psíquico donde el ser humano no había alcanzado todavía el vértigo de la consciencia. Vincula lo inconsciente a la cercanía y el culto básico a la Naturaleza, y lo consciente a la supremacía del yo y a los elementos de poder jerárquico socializados. El culto a la "gran madre", en palabras de Neumann, fue paulatinamente sepultado frente a la irrupción del hombre socializado. En simbolismo astral, el dios Sol anuló la débil pero intensa luz lunar.
    En el matriarcado arcaico, el sexo se vincula a los ciclos vitales y se reconoce una dosis de agresividad. Los originales Pan, Poseidón, Hades, el Zeus ctónico, Dioniso, Wotan, Osiris e incluso Shiva son héroes fertilizadores secundarios subordinados al culto matriarcal. Cuando se les da la vuelta, los cultos patriarcales tienden a concebir a la "gran madre" como algo sórdido, peligroso y eliminable. De la satanización de la síntesis de sexo, misterio y ciclos lunares surgió la vampira.
    La sangre también se vincula directamente a la mujer por la menstruación, especialmente en el mundo arcaico, existiendo una relación muy estrecha entre el ciclo menstrual y el lunar. Robert Graves afirma que el sabbath y el aquelarre fueron originariamente fiestas de la Luna, y que el ser humano tiene un recuerdo confuso y distorsionado de una religión antiquísima, coincidente entre todas las culturas, puesto que todos descendemos de las mismas tribus primigenias. Era una religión de la fertilidad donde el culto a la Luna y a la Naturaleza era oficiado por la mujer como ser estrechamente unido a la Naturaleza.
    Como los mitos no son lineales, si no entramados, el cristianismo sataniza esa religión matriarcal, pero a su vez entroniza a María como pilar de su culto, supeditada eso sí al dios solar y a su patriarca humano. Cabe mencionar también  la versión sajona de la mítica historia de Balder, el más querido de los héroes escandinavos, que muere luchando por la mano de la virgen luna, convirtiéndose en el dios del Sol de medianoche.
    Durante la Edad Media, los cultos lunares se transforman en cultos tántricos de fertilidad y en ceremonias vampíricas de sexualidad descarnada. Éstas deben reprimirse doblemente porque hay que contener la inagotable sexualidad de la mujer. Primitivos procesos de asociación hacen que se produzca una identificación masculina inconsciente entre vagina y boca. Entonces, según Phyllis Roth, para que la boca no sea una vagina dentada debe ser despojada de sus dientes, feroces colmillos de vampira.
    Se teme a la mujer sexualmente activa porque puede tomar la iniciativa en las relaciones sexuales y arrebatar al hombre sus preciados líquidos vitales. La sangre es símbolo del semen, y además ella puede repetir hasta la saciedad el acto sexual. La rígida estructura patriarcal sólo puede valorar a la mujer en una imposible dicotomía: la madre o la ramera, la virgen mística y edípica o la voluptuosa vampira.
    Es la bella dama sin piedad, el vampiro de Las flores del mal:
"Tú que en mi corazón doliente entraste
como una cuchillada, tú que has sido
la que ha venido a mí como un tropel
de demonios, engalanada y loca,
para hacer de mi espíritu humillado
tu lecho y tu dominio; tú, la infame,
a cuyo cuerpo estoy siempre sujeto
como el forzado atado a la cadena..."
    Baudelaire describe lo que Joseph Sheridan LeFanu intuyó y dramatizó en el más rico y simbólico libro de vampiros, Carmilla. La seducción, el sexo sofocado y reprimido, pero exultante, la noche, la sangre, la atracción de la nada, la Luna, con su luz ominosa, el sable fálico del patriarca; en suma, LeFanu cristalizó un origen de más de cuatro mil años en plena segunda revolución industrial. Luego la moral victoriana siguió fijando al patriarca depredador con Drácula de Bram Stoker. Londres era para él un jardín de placer y satisfacciones de cazador. Sin embargo, la contraposición a la voz profunda y dictatorial del Sol, del patriarca, es el silencio... y la presencia influyente y constante de la Luna... la mirada de la Luna.


Nicolás Cortés Rojano; El jardín de placer de Vlad Dracul

No hay comentarios:

Publicar un comentario