En Dodona, en un valle oculto de los montes del Epiro, a una veintena de kilómetros al sudoeste del lago de Janina, Zeus expresaba sus oráculos al pie del monte Tomaros, por la voz de las encinas y del viento. No queda casi resto de las instalaciones de la época clásica, que debían de ser muy sumarias. La alta encina sagrada que Ulises evocaba en la Odisea (XIV, 327-328) también ha desaparecido; sólo un gran nogal se alza aún no lejos de las ruinas helenísticas y romanas. Pero los textos nos hablan de sacerdotes que servían el santuario, los Seles, que dormían en el suelo desnudo y no se lavaban jamás los pies, y de tres profetisas que contaron a Heródoto una leyenda sobre el origen egipcio del oráculo, leyenda a la cual el historiador se niega a dar fe. Zeus Naios hablaba por intermedio del murmullo del follaje de las encinas, que los sacerdotes interpretaban. Había también otro medio de conocer la voluntad del dios; es Estrabón quien nos lo describe. Los corcirenses habían ofrecido al santuario una fuente de bronce sostenida por una columna. Al lado, sobre otra columna, se elevaba la estatua de un niño sosteniendo un látigo hecho con una triple cadena de bronce; esas cadenas agitadas por el viento golpeaban el gran vaso metálico y los adivinos traducían las vibraciones en oráculos. Es por lo que Calímaco, en el Himno a Delos, en el verso 286, llama a los Seles: Servidores de la fuente que no se calla nunca. ¡Es algo como si en nuestros días se hiciese hablar a las campanas! Hay que creer que las respuestas de Zeus satisfacían a los peregrinos, pues, de la edad homérica a la época romana, Dodona siguió siendo un oráculo conocido y estimado. En verdad, su situación muy excéntrica y de acceso difícil, en medio de las salvajes montañas del Epiro, no convidaba en gran manera a las ciudades griegas a enviar delegaciones para consultarlo. Pero se guardaba una reverencia particular a ese muy antiguo oráculo y las gentes de la región no cesaban de dirigirle cándidas preguntas sobre su humilde destino personal. Las excavaciones han encontrado, además de tres bellas estatuitas de bronce, una cantidad de láminas de plomo en las que están grabadas fórmulas de consulta, que van del siglo IV a la época romana. Se lee en ellas, por ejemplo, esto: Heracleidas pregunta al dios si tendrá descendencia de su actual mujer Eglé. La respuesta no ha sido transcrita.
Pero ningún oráculo podía rivalizar con el de Delfos. El santuario de Apolo situado en el flanco sur del monte Parnaso, bajo el acantilado de las rocas Fedríades, ofrece todavía al viajero la vista imponente del lugar rocoso en forma de teatro que describía Estrabón (X, 417): Delante de la ciudad, del lado sur, se eleva el monte Kirfis, de pendientes escarpadas. Entre ambos, el Pleistos corre en el fondo de una garganta. Por todos lados pendientes abruptas o rocas cortadas a pico: es exactamente Pito la rocosa, como la llama el Himno homérico de Apolo. Hoy día no se encuentra vegetación alguna más que a nivel inferior del santuario, descendiendo hacia el torrente, allí donde la labor secular de los hombres ha plantado olivos y roturado con la azada algunos campos. El paisaje, con sus fuertes desniveles, es de una amplitud grandiosa. Delfos se encuentra a cerca de 600 metros de altura, la cumbre de las Fedríades pasa de 1.200 metros, y el Kirfis, delante, llega casi a los 900 metros. Pero el efecto no tiene nada de opresor: un ancho cielo se extiende sobre la grupa del Kirfis, que escala en zigzag el camino de Antikira en el golfo de Corinto; el alto valle del Pleistos, hacia el este, se abre ampliamente hacia la moderna Aracova, en el camino de Livadia (Lebadea), de Tebas y de Atenas; en fin, la vista hacia el oeste, desde el santuario, está cerrada por una avanzada montañosa que prolonga, más bajo, el roquero enorme que sostenía Krisa (hoy día Criso); basta subir un poco, o avanzar hacia el oeste algunos centenares de metros, para ganar una miranda dominando las montañas de Lócrida, la llanura de olivares de Anfisa y el fondo de la bahía de Galaxidi, donde se encontraba, cerca de Itea, en la Antigüedad como en nuestros días, la escala marítima sirviendo la región del santuario. Tal es el sitio donde prosperó el oráculo más famoso del mundo antiguo.
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François Chamoux; La civilización griega
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