(Fragmento)
A nivel divino, los dioses siempre se han reservado el derecho a castigar con la muerte. Los relatos mitológicos y las tramas religiosas rezuman venganza. A menudo los argumentos están basados en interminables cadenas de brutales ajustes de cuentas y de siniestras y sucesivas revanchas. Los primeros reglamentos de justicia que conocemos asumían un origen sobrenatural. El hombre y la mujer de antaño adjudicaban la voluntad de los dioses a las fuerzas tan incomprensibles como devastadoras de la naturaleza. Cualquier persona que provocara la ira de estos poderes divinos cometía un crimen grave, era considerada una amenaza para la seguridad de la comunidad y no había otra alternativa que eliminarla.
Los códigos antiguos de Hammurabi o de Moisés, aunque contenían el precepto moral de <<no matarás>>, utilizaban con frecuencia el castigo con la muerte. El Éxodo resume la proverbial ley del talión: <<vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura y herida por herida>>. Según el libro del Génesis, el Señor advirtió a Noé que <<quien derrame la sangre de un hombre, por ese hombre su propia sangre será derramada>>.
Cuenta la Biblia que, después de que los judíos huyeran de Egipto y de la esclavitud, el Señor le dio a Moisés en el monte Sinaí las tablas inscritas con los diez mandamientos que deberían guiar su conducta. Para asegurarse obediencia, el Todopoderoso prescribió la pena capital para quienes desacataran sus leyes. Entre las ofensas merecedoras de la ejecución se incluían adorar a otros dioses, blasfemar, trabajar el día de descanso o hacer brujería.
Sin embargo, la historia de Caín ilustra la ambivalencia divina hacia la última pena. Caín no fue ajusticiado por matar a su hermano Abel, sino solamente exiliado a andar errante sobre la tierra. Y para que no fuera víctima de la venganza de otros, Dios le protegió identificándolo con una marca especial. El indulto de Caín ha sido interpretado como ejemplo de que, a los ojos divinos, la violencia familiar es menos grave que cuando ocurre entre extraños.
Luis Rojas Marcos; Las Semillas de la Violencia
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