domingo, 23 de febrero de 2014

THANATOLOGÍA: El más allá egipcio



            Los egipcios no estaban obsesionados con la muerte, sino con la vida. Todos sus rituales mortuorios, como la momificación, el entierro y el recuerdo ritual, servían para asegurarse una nueva vida tras la muerte. Querían vivir como seres perfectos en el campo de juncos, el reino de Osiris, donde los muertos bendecidos se reunían en ricos campos de cebada y trigo.
            La conservación de la persona entera
            Los egipcios creían que para asegurarse una nueva vida, se tenían que cuidar todos los elementos que componían a una persona, el cuerpo físico, el nombre y la sombra. El cuerpo debía conservarse, porque el ka, su fuerza vital, regresaría a él para alimentarse. Si el cuerpo se descomponía, el ka se moriría de hambre y ni podría unirse con el ba, el alma o personalidad, para crear el akh, el espíritu perfeccionado que disfrutaría de una vida en el campo de juncos.
            La momificación permitía que el fallecido se identificara con Osiris mediante una ceremonia que representaba la muerte del dios y su resurrección y que aportaba el regalo de la vida eterna. El embalsamador jefe y supervisor de los misterios interpretaba el papel del dios chacal Anubis, dios protector de los muertos. El proceso de momificación duraba setenta días. Se iniciaba con la ceremonia de la apertura de la boca, una serie de 75 rituales que transformaban el cadáver en una embarcación para el ka del muerto. Todas las partes del cuerpo que la persona pudiera necesitar en la nueva vida, comenzando por la boca, se tocaban con unos instrumentos especiales para que pudieran recuperar su función.
            Las dos verdades
            Luego los fallecidos negociaban el camino desde este mundo al siguiente, evitando peligros como el dios con cabeza de perro, que se les comía la sombra y les arrancaba el corazón. Después, Anubis los guiaba hasta la sala de las Dos Verdades. Allí el corazón del fallecido se pesaba contra la pluma de Ma’at, o Verdad. Si el corazón, lleno de vergüenza y de pecado, pesaba más que la pluma, Ammut, el monstruo femenino que devoraba a los muertos, se lo tragaba. Si la pluma pesaba más que el corazón, Horus llevaba al fallecido ante Osiris y los 42 dioses que eran los jueces de los infiernos.
 
            El juicio final
            Los infiernos eran un estrecho valle con un río que lo atravesaba. Estaba separado del mundo de los vivos por una cordillera desde donde el sol salía y donde se ponía. En los infiernos, los malvados sufrían una segunda muerte de la que no se podía regresar, los mortales corrientes entraban al servicio de Osiris y los buenos disfrutaban de una vida eterna y feliz. Una canción del antiguo Egipto dice: “La vida terrenal solo es un sueño fugaz. Cuando llegues a la tierra de los muertos, estarás a salvo en casa”.

Philip y  Wilkinson; Mitología.

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