Los egipcios no estaban obsesionados
con la muerte, sino con la vida. Todos sus rituales mortuorios, como la
momificación, el entierro y el recuerdo ritual, servían para asegurarse una
nueva vida tras la muerte. Querían vivir como seres perfectos en el campo de
juncos, el reino de Osiris, donde los muertos bendecidos se reunían en ricos
campos de cebada y trigo.
La
conservación de la persona entera
Los egipcios creían que para
asegurarse una nueva vida, se tenían que cuidar todos los elementos que
componían a una persona, el cuerpo físico, el nombre y la sombra. El cuerpo
debía conservarse, porque el ka, su
fuerza vital, regresaría a él para alimentarse. Si el cuerpo se descomponía, el
ka se moriría de hambre y ni podría
unirse con el ba, el alma o
personalidad, para crear el akh, el
espíritu perfeccionado que disfrutaría de una vida en el campo de juncos.
La momificación permitía que el
fallecido se identificara con Osiris mediante una ceremonia que representaba la
muerte del dios y su resurrección y que aportaba el regalo de la vida eterna.
El embalsamador jefe y supervisor de los misterios interpretaba el papel del
dios chacal Anubis, dios protector de los muertos. El proceso de momificación
duraba setenta días. Se iniciaba con la ceremonia de la apertura de la boca,
una serie de 75 rituales que transformaban el cadáver en una embarcación para
el ka del muerto. Todas las partes
del cuerpo que la persona pudiera necesitar en la nueva vida, comenzando por la
boca, se tocaban con unos instrumentos especiales para que pudieran recuperar
su función.
Las
dos verdades
Luego los fallecidos negociaban el
camino desde este mundo al siguiente, evitando peligros como el dios con cabeza
de perro, que se les comía la sombra y les arrancaba el corazón. Después, Anubis
los guiaba hasta la sala de las Dos Verdades. Allí el corazón del fallecido se
pesaba contra la pluma de Ma’at, o Verdad. Si el corazón, lleno de vergüenza y
de pecado, pesaba más que la pluma, Ammut, el monstruo femenino que devoraba a
los muertos, se lo tragaba. Si la pluma pesaba más que el corazón, Horus
llevaba al fallecido ante Osiris y los 42 dioses que eran los jueces de los
infiernos.
El
juicio final
Los infiernos eran un estrecho valle con un río que lo
atravesaba. Estaba separado del mundo de los vivos por una cordillera desde
donde el sol salía y donde se ponía. En los infiernos, los malvados sufrían una
segunda muerte de la que no se podía regresar, los mortales corrientes entraban
al servicio de Osiris y los buenos disfrutaban de una vida eterna y feliz. Una
canción del antiguo Egipto dice: “La vida terrenal solo es un sueño fugaz.
Cuando llegues a la tierra de los muertos, estarás a salvo en casa”.
Philip y Wilkinson; Mitología.
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