martes, 11 de febrero de 2014

THANATOLOGÍA: El libro tibetano de los muertos



Los sueños de la muerte
            Igual que en el fenómeno del sueño, al que nos hallamos acostumbrados, y que no obstante, es extraordinario, el órgano de la vista es el primer sentido que deja de funcionar. El órgano del oído persiste más, siendo el último en desaparecer, y el hombre que muere y tiene ya todas las apariencias de la muerte, oye todavía las palabras que se pronuncian a su alrededor, pero veladas como oídas a través de un grueso paquete de algodón.
            Los tibetanos acostumbraban a exhortar a sus moribundos a expresar los deseos aún no satisfechos y a liberar a su espíritu de todas las angustias y preocupaciones, remitiendo a sus amigos y parientes la obligación de llevar a cabo los actos que ellos ya no podrán ejecutar.
Consideran sumamente importante que al morir, su espíritu se haya liberado de todas las ataduras materiales. Esto es básico para la naturaleza de la futura existencia y asimismo para los que siguen con vida, a los que los muertos podrían molestar por las acciones que quedaron inconclusas y que no pudieron emprender antes de abandonar la tierra.
En el Tibet, la dirección Norte es la orientación sagrada que ha de seguir un descarnado para poder transitar por el “Bardo” y alcanzar la suprema liberación.
Por el contrario, la dirección Sur se considera penosa, pues debería sufrir calor y frío, estando en todo momento amenazado por animales feroces, así como por una multitud de diablos y enviados que tienen formas espantosas y están armados de lazos y mazas.
Lanzando terribles amenazas e imprecaciones, acabarán por arrastrarle al reino de las sombras por una ruta tenebrosa y tortuosa, donde le golpearán de manera implacable por un período más o menos largo, según hayan sido sus pecados.Es entonces cuando el desencarnado recuerda las acciones malas cometidas en vida, cuando se aflige y cuando sufre por las consecuencias venideras. En vano busca a su alrededor un protector que le socorra. No lo encuentra. El prolongado vagar por el reino de las sombras tiene un tiempo limitado, como ocurre con los episodios del sueño, siendo los viajes siempre subjetivos.
Respecto a las sensaciones que produce ese deambular por el reino de las sombras, las experimentan los tres principales cuerpos del difunto: el etérico, el astral y el mental.
El sueño del hombre después de la muerte es de una duración relativa para cada ser. Su despertar está mezclado a la sorpresa y al terror, así era cómo el alma consideraba a la muerte. Aun yendo en la dirección Norte, perfectamente guiado por el lama, el difunto se halla en medio de tinieblas y percibe, no con los sentidos, sino con una facultad paranormal e interna, cuanto ocurre en torno a él. Las distintas corrientes también lo arrastrarán, las atracciones y repulsiones seguirán siendo soberanas, y una y otra vez, lanzado de unas a otras, la inmensa noche le capturará y, si no escucha, ignorará adónde ha de dirigirse y entonces, para él, principiará el verdadero terror.
El ser humano pasa la mayor parte de ese período en el mundo celeste. Es dable considerar que el lugar más inferior del mundo invisible es el primer “subplano”, es decir, el Hades de los griegos, el purgatorio de los cristianos, o lo que los teósofos denominan el mundo astral, lugar al que se va a parar después de las tinieblas de la muerte. Esto sucederá de esta manera si su paso por la tierra dejó un mal recuerdo, pero en casi contrario, o sea que si su grado de espiritualidad y conocimiento fue elevado, no se aterrorizará ante lo desconocido, y participará de la felicidad de un maravilloso descanso en el “Nirvana”.
                                                                                              R. R. Ayala; Mitología china.

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