Los sueños de la muerte
Igual que en el fenómeno del sueño,
al que nos hallamos acostumbrados, y que no obstante, es extraordinario, el
órgano de la vista es el primer sentido que deja de funcionar. El órgano del
oído persiste más, siendo el último en desaparecer, y el hombre que muere y
tiene ya todas las apariencias de la muerte, oye todavía las palabras que se
pronuncian a su alrededor, pero veladas como oídas a través de un grueso
paquete de algodón.
Los tibetanos acostumbraban a exhortar
a sus moribundos a expresar los deseos aún no satisfechos y a liberar a su
espíritu de todas las angustias y preocupaciones, remitiendo a sus amigos y
parientes la obligación de llevar a cabo los actos que ellos ya no podrán
ejecutar.
Consideran sumamente importante que al
morir, su espíritu se haya liberado de todas las ataduras materiales. Esto es
básico para la naturaleza de la futura existencia y asimismo para los que
siguen con vida, a los que los muertos podrían molestar por las acciones que
quedaron inconclusas y que no pudieron emprender antes de abandonar la tierra.
En el Tibet, la dirección Norte es la
orientación sagrada que ha de seguir un descarnado para poder transitar por el “Bardo”
y alcanzar la suprema liberación.
Por el contrario, la dirección Sur se
considera penosa, pues debería sufrir calor y frío, estando en todo momento
amenazado por animales feroces, así como por una multitud de diablos y enviados
que tienen formas espantosas y están armados de lazos y mazas.
Lanzando terribles amenazas e
imprecaciones, acabarán por arrastrarle al reino de las sombras por una ruta
tenebrosa y tortuosa, donde le golpearán de manera implacable por un período
más o menos largo, según hayan sido sus pecados.Es entonces cuando el desencarnado
recuerda las acciones malas cometidas en vida, cuando se aflige y cuando sufre
por las consecuencias venideras. En vano busca a su alrededor un protector que
le socorra. No lo encuentra. El prolongado vagar por el reino de las sombras
tiene un tiempo limitado, como ocurre con los episodios del sueño, siendo los
viajes siempre subjetivos.
Respecto a las sensaciones que produce
ese deambular por el reino de las sombras, las experimentan los tres
principales cuerpos del difunto: el etérico, el astral y el mental.
El sueño del hombre después de la muerte
es de una duración relativa para cada ser. Su despertar está mezclado a la
sorpresa y al terror, así era cómo el alma consideraba a la muerte. Aun yendo en
la dirección Norte, perfectamente guiado por el lama, el difunto se halla en
medio de tinieblas y percibe, no con los sentidos, sino con una facultad
paranormal e interna, cuanto ocurre en torno a él. Las distintas corrientes
también lo arrastrarán, las atracciones y repulsiones seguirán siendo
soberanas, y una y otra vez, lanzado de unas a otras, la inmensa noche le
capturará y, si no escucha, ignorará adónde ha de dirigirse y entonces, para
él, principiará el verdadero terror.
El ser humano pasa la
mayor parte de ese período en el mundo celeste. Es dable considerar que el
lugar más inferior del mundo invisible es el primer “subplano”, es decir, el
Hades de los griegos, el purgatorio de los cristianos, o lo que los teósofos
denominan el mundo astral, lugar al que se va a parar después de las tinieblas
de la muerte. Esto sucederá de esta manera si su paso por la tierra dejó un mal
recuerdo, pero en casi contrario, o sea que si su grado de espiritualidad y conocimiento
fue elevado, no se aterrorizará ante lo desconocido, y participará de la
felicidad de un maravilloso descanso en el “Nirvana”.R. R. Ayala; Mitología china.
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