jueves, 23 de enero de 2014

Solanáceas II

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El beleño tiene efectos parecidos a los de la belladona. Es un antiespasmódico potente, sedativo del sistema nervioso, y un narcótico. Esta planta crece al borde de los caminos. El fruto es una baya con semillas grisáceas de olor penetrante y nauseabundo. Tradicionalmente, con las hojas del beleño se preparan tés o decocciones. Las bayas se utilizan como las de la belladona, esto es, se aspira el vapor que producen al quemarse. Desde tiempos muy remotos se conocía la propiedad del beleño para mitigar el dolor; se empleaba, por ejemplo, para mitigar los sufrimientos de los sentenciados a tortura y muerte, ya que tiene la ventaja de inducir a un estado de completa inconsciencia. Por el mismo motivo, se usaba en casos de hipocondría, cólico de plomo, enajenación mental, epilepsia, neuralgias y convulsiones, y también para el dolor de muelas; por eso se la llamaba a veces hierba de Santa Apolonia: dicha santa, cuya fiesta se celebra el 9 de febrero, se consideraba protectora de la dentadura, ya que, según se decía, le arrancaron los dientes porque no quería sacrificar a los ídolos.
    La mandrágora se parece mucho a las otras solanáceas. En la medicina antigua sus hojas, hervidas en leche, se aplicaban a las úlceras; la raíz fresca se usaba como purgante; macerada y mezclada con alcohol, se administraba oralmente para producir sueño o analgesia en dolores reumáticos, ataques convulsivos e incluso melancolía. En tiempos de Plinio, ya se empleaba como anestésico; se le daba al paciente un pedazo de raíz para que la comiera antes de realizar una operación. La mandrágora tiene, sin embargo, unas características propias que le confieren un lugar aparte en la familia de las solanáceas; además de sus virtudes sedativas, se le atribuyen otras de carácter muy distinto: tiene fama de combatir la infertilidad, creencia que utilizó Nicolás Maquiavelo en una comedia, llamada precisamente La mandrágora, cuya trama gira en torno a las vicisitudes de una pareja estéril que piensa aprovechar la planta, pero que es víctima -por lo menos el marido- de un charlatán. Su forma contribuye a conferirle una fama especial en el mundo de la magia. Esta planta, que crece en bosques sombríos, a la vereda de ríos y arroyos donde la luz del Sol no penetra, tiene, en efecto, una raíz gruesa, larga, generalmente dividida en dos ramificaciones, de modo que presenta cierta semejanza con un cuerpo reducido al tronco y a las piernas. Por eso se divulgó la creencia entre el pueblo de que se trataba de una especie de embrión humano al que era posible dar vida con métodos apropiados. Se decía también que crecía preferentemente debajo de las horcas, pues era el fruto de la fecundación del suelo por el semen de un ahorcado virgen. Dadas aquellas circunstancias, su extracción se consideraba como altamente peligrosa; se creía que, cuando la arrancaban del suelo, el hombrecillo encerrado en ella despedía gritos lastimeros y agudos gemidos, clamores que podían matar al que intentaba extraer la raíz. Había, pues, que proceder con precauciones infinitas para evitar cualquier percance. Documentos antiguos describen la mandrágora como una planta que: <<Adormece el primer día y vuelve loco el segundo>>. Los campesinos le tenían horror porque creían que poseía características humanas. En los textos de magia se habla de ella con verdadero culto. Contribuyeron mucho a la celebridad de esta planta los charlatanes que vendían su raíz a altísimos precios, gracias a las cualidades que le atribuían y a las que el vulgo daba completo crédito.


                                                                                                              Joseph Pérez

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