...De paso, hablemos también de las pirámides de este mismo Egipto, inútil y loca ostentación de la riqueza de sus reyes. En efecto, según la opinión de la mayoría, los monarcas las construyeron para no tener que dar el dinero a sus sucesores, o a rivales que conspiraban contra ellos, o también para que el pueblo no permaneciera inactivo.
La vanidad de los egipcios se muestra en esta clase de construcciones, y existen restos de numerosas pirámides que no fueron terminadas.
Aún se ve una pirámide en la región arsinoíta, dos en la menfítica, no lejos del laberinto, del que también hablaremos; dos más donde estuvo el lago de Moeris, ese inmenso estanque, construido por la mano del hombre, y que los egipcios incluyen entre los trabajos maravillosos y memorables; se dice que las cumbres aparecen por encima del agua.
Las otras tres, conocidas en todo el Universo, y que, en realidad, pueden observarse desde todos los puntos por los navegantes del río, están situadas en la parte africana sobre una montaña rocosa y estéril, entre la ciudad de Menfis, y lo que hemos llamado Delta, a menos de 4.000 pasos del Nilo, a 7.500 pasos de Menfis, cerca de la ciudad llamada Busiris, cuyos habitantes están acostumbrados a escalarla hasta la cima.
Frente a ellas está la Esfinge, quizá más admirable, sobre la que se guarda silencio, y es la divinidad local de los habitantes. Creen que es la tumba del rey Armais, y pretenden que fue llevada hasta allí; pero en realidad es la misma roca, trabajada en su propio emplazamiento, y, para el culto, se ha pintado de rojo la cara del monstruo. La circunferencia de la cabeza, tomada por la frente, es de 102 pies; el cuerpo tiene 243 pies de largo y una altura, desde el vientre hasta el final de la cabeza, de 62 pies.
La mayor de las pirámides está construida con piedra de Arabia. Se dice que trabajaron en ella 360.000 hombres, durante veinte años, y que las tres fueron terminadas en setenta y ocho años y cuatro meses.
Los que han escrito sobre las pirámides son Heródoto, Evemero, Duris de Samos, Aristágoras, Dionisio, Artemidoro, Alejandro Polihistor, Butórides, Antístenes, Demetrio, Demóstenes y Apión. Todos estos autores no se ponen de acuerdo sobre quiénes hicieron las pirámides, pues el destino ha sido muy justo en eso y ha hecho que se olvidaran los nombres de los promotores de obras tan vanas. Algunos de estos escritores han afirmado que se habían gastado 1.600 talentos en nabos, ajos y cebollas.
La pirámide más grande ocupa 8 yugadas de terreno; los cuatro ángulos están situados a la misma distancia, la anchura de cada lado es de 783 pies (otra med.: 883).
La altura desde el suelo a la cúspide es de 725 pies (arista); la plataforma final tiene 16 pies y medio.
Las cuatro caras de la segunda tienen cada una 737 pies y medio. La tercera es menor que las dos anteriores, pero es mucho más hermosa. Está construida con piedra de Etiopía, y entre sus ángulos hay una distancia de 363 pies.
Por los alrededores no se ve ningún rastro de construcción. Todo es arena desnuda, de granos lentiformes, tal como se encuentra en casi toda África. Resulta un problema difícil saber cómo llegaron los materiales a tanta altura; según unos, se fueron subiendo montones de sal y nitro, a medida que la construcción avanzaba y, cuando estuvo terminada, los disolvieron llevando hasta allí las aguas del Nilo. Según otros, se levantaron puentes de ladrillos, hechos de tierra, que se repartieron, cuando el edificio estuvo terminado, entre las casas de los particulares, porque, en su opinión, el Nilo no pudo ser llevado hasta allí, ya que su nivel es mucho más bajo.
En la pirámide más grande hay un pozo de 86 codos; se cree que recibía el agua del río.
El sistema para medir la altura de las pirámides y otros edificios parecidos fue hallado por Tales de Mileto; midió la sombra en el momento en que ésta es igual a la del cuerpo.
Y, para finalizar, no debemos extasiarnos frente a la opulencia de los reyes, pues la más pequeña, pero la más célebre, fue construida por una cortesana, Rhódopis. Esta mujer compartió la esclavitud y el lecho de Esopo, el fabulista; y lo más sorprendente es que una cortesana haya podido amasar tan grandes riquezas ejerciendo su oficio.
Plinio el Viejo; Historia natural, libro XXXVI
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