Recorriendo la provincia de Babilonia, que ya toda le estaba sujeta, lo que más le maravilló fue la sima que hay en Ecbatana de fuego perenne, como si fuera una fuente, y el raudal de nafta que viene a formar un estanque no lejos de la sima. Parécese la nafta en las más de sus calidades al betún, y tiene tal atracción con el fuego, que antes de tocarle la llama, con la más mínima parte que le llegue del resplandor, inflama muchas veces el aire contiguo. Para hacer, pues, los bárbaros ver al rey su fuerza y su virtud, no derramaron más que unas gotitas de esta materia por el corredor que conducía al baño, y después, desde lejos, alargaron las hachas con que le alumbraban, porque ya era de noche, hacia los puntos que se habían rociado, e inflamados los primeros, la propagación no tuvo tiempo sensible, sino que, como el pensamiento, pasó el fuego del uno al otro extremo, quedando inflamado todo el corredor. Hallábase en el servicio de Alejandro un ateniense llamado Atenófanes, destinado, con otros, al ministerio de ungirle y bañarle, y también al de procurarle desahogo y diversión. Éste, pues, como a la sazón estuviese en el baño un mozuelo del todo desapreciable y ridículo por su figura, pero que cantaba con gracia, llamado Estéfano, "¿Queréis -le dijo-, oh rey, que hagamos en Estéfano experiencia de ese betún?; porque sin con tocarle no se apaga, es preciso confesar que su virtud es insuperable y terrible." Prestábase también el mozuelo de buena gana al experimento, y en el momento de untarle y tocarle levantó su cuerpo tal llamarada, y se encendió todo de manera que Alejandro se vió en el mayor conflicto y concibió temor, y a no ser que por fortuna se tuvieron a mano muchas vasijas de agua para el baño, un auxilio más tardío no hubiera alcanzado a que no se abrasase. Aun así, se apagó con mucha dificultad el fuego, que ya se había extendido por todo el cuerpo, y de resultas quedó bien maltratado. Con razón, pues, acomodando algunos la fábula a la verdad, dicen haber sido éste el ingrediente con que untó Medea la corona y la ropa de que se habla en las tragedias; porque no ardieron éstas por sí mismas, ni se incendió aquel fuego sin causa, sino que, habiéndose puesto cerca alguna luz, tuvo lugar una atracción e inflamación repentina, imperceptible a los sentidos. Porque los rayos y emanaciones del fuego que parten de cierta distancia sobre algunos cuerpos no derraman más que luz y calor; pero en otros que tienen una sequedad espiritosa o una humedad grasienta y no disipable, amontonándose y acumulando fuego en ellos, producen mudanza y destrucción en su materia. Ofrecía, pues, dificultad el concebir la formación de la nafta: si es sólo un betún líquido que se considere como depositado allí, o si es un humor encendido que mana de una tierra grasienta por sí y como si dijésemos pirógena o engendradora de fuego. Porque la de Babilonia es de suyo sumamente fogosa; tanto, que muchas veces levanta y hace saltar las pajas que hay por el suelo, como si aquel lugar, por demasiado ardor, tuviera como una especie de pulso que lo hace palpitar; de modo que los naturales, en el tiempo del calor, duermen sobre odres llenos de agua. Harpalo, que quedó por administrador del país y que se propuso adornar las plazas de palacio y los paseos con árboles y plantas griegas, las demás hizo que se diesen en aquella región, y sólo no lo consiguió con la hiedra, que siempre se secó por no poder llevar aquella temperatura, que es muy cálida, cuando ella es planta de terrenos fríos. Esperamos que estas digresiones no incurrirán en la reprensión, ni aun de los más delicados, siempre que guarden cierta medida.
Plutarco
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