[…]
Decidí aceptar a los personajes de
cómic por sus apariencias: no había un Batman en el mundo real y probablemente
nunca lo habría, y las posibilidades de que un bebé extraterrestre humanoide
creciese en el medio oeste estadounidense hasta convertirse en un hombre maduro
con extraordinarios superpoderes eran infinitesimales; se trataban, pues, de
criaturas de ensueño, que jamás podrían ser de carne y hueso. Tras la ruptura
de la verosimilitud necesaria para que la maquinaria de Watchmen funcionase, todo apuntaba a que cualquier intento futuro de
seguir esa línea de pensamiento futuro sería infructuoso.
Los cómics de superhéroes siempre
podrían ser un poco más realistas, de acuerdo, pero eso no significaba añadir
escenas de Batman en el retrete o de los X-Men fracasando en su misión de
alimentar a millones de africanos hambrientos; significaba reconocer que
cualquier cosa que pudiésemos experimentar era real por su propia naturaleza,
con el consiguiente rechazo a la idea de que la ficción tenía que comportarse
como la carne. La presunción de que los superhéroes podían mostrarnos,
literalmente, cómo erradicar el hambre o la pobreza parecía tan ingenua como
creer en los cuentos de hadas.
Eran superhéroes reales, faltaría
más: existían, vivían en universos de papel, suspendidos en un continuum de pasta de celulosa, donde
nunca envejecían ni morían, a menos que no fuese para renacer mejorados, con un
nuevo traje. Los superhéroes reales vivían en la superficie de la segunda
dimensión, las vidas reales de los superhéroes reales podían tenerse entre las
manos. Eran tan reales que tenían vidas más largas que las nuestras, eran más
reales que yo. Dicen que la mayoría de los nombres y las biografías de las
personas caen en el olvido tras cuatro generaciones; sin embargo, es muy
probable que la vida y la fama de incluso el más desconocido de los superhéroes
de la Edad de Oro perduren mientras las marcas comerciales sigan rescatándose.
No había una Nueva York física en el
Universo Marvel, no podías comprar un billete de avión y plantarte allí; lo que
sí podías hacer era comprarte un cómic que automáticamente te transportara a la
única Nueva York real del Universo Marvel (una simulación de realidad virtual
hecha de papel y tinta), situada en las propias páginas del cómic. Ahora, en
esa piel de papel de la dimensión que está justo por debajo de la nuestra,
existía una copia de Nueva York completamente alternativa y que funcionaba a la
perfección: una ciudad poblada por imágenes de Daredevil, Spiderman y los 4
Fantásticos. Esa Nueva York tenía su propia historia de invasiones
extraterrestres y tsunamis procedentes de la Atlántida, pero también estaba al
día con respecto a las modas cambiantes del mundo “real”, y poseía la capacidad
de volverse más compleja y profunda con el paso de las décadas. Su continuidad
estaba separada de la nuestra; sus personajes sobrevivían a la gente de carne y
hueso, incluyendo a sus creadores. El Edificio Baxter podía aguantar más tiempo
en pie que las casas de verdad, construidas con piedras. […]
Grant Morrison; Supergods.
(Ilustración de Alex Ross).
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