viernes, 8 de noviembre de 2013

Una noche de espanto

Iván Ivanovitch Panihidin palideció y, con voz emocionada, empezó a contar su historia:
    -Había una densa niebla que cubría la ciudad, cuando, en la víspera del año nuevo, regresaba yo a mi casa después de haber pasado la velada en la de un amigo. Una buena parte de dicha velada había estado dedicada al espiritismo. Las callejuelas por las que tenía que pasar no estaban alumbradas y había que andar casi a tientas. Esto ocurría en Moscú, donde yo vivía, en un barrio muy apartado. El camino era largo; los pensamientos, pesados; la angustia oprimía mi corazón...
    >>Tu existencia se apaga...; arrepiéntete...>>, me había dicho el espíritu de Espinosa, al que habíamos consultado.
    >>Le pedí que especificara algo más, y entonces no solamente repitió la misma sentencia, sino que añadió: <<Esta misma noche.>>
    >>Desde luego, yo no creo en el espiritismo. Pero las ideas y las alusiones a la muerte me dejan abatido.
    >>La muerte es ineludible e inminente. Pero, a pesar de todo, es una idea que los hombres rehúyen...
    >>En medio de las tinieblas, mientras la lluvia caía incesante y el viento aullaba lastimero, a mi alrededor no se veía ni un ser vivo ni se oía una voz humana; mi alma era presa de un temor incomprensible. Yo, hombre exento de prejuicios, iba a toda prisa temiendo mirar atrás. Tenía la impresión de que si volvía la cara la muerte se me aparecería bajo forma fantasmal.
    Panihidin lanzó un suspiro, bebió un trago de agua y siguió:
    -Este miedo irracional, pero comprensible, no me dejaba un solo momento. Subí los cuatro pisos de mi casa y abrí la puerta de mi habitación. Mi modesto cuarto estaba a oscuras. El viento ululaba en la chimenea, como quejándose de que lo hubiesen dejado puertas afuera.
    >>Si he de creer en las palabras de Espinosa, mi muerte llegará esta misma noche, de la mano de ese ulular... ¡Brrr!... ¡Qué horror!>> Encendí un fósforo. La fuerza del viento creció y el gemido se convirtió en un aullido furioso. Los postigos temblaban como si alguien empujase en ellos.
    >>Desgraciados los que carezcan de hogar en una noche como ésta>>, pensé...
    >>No pude seguir con mis pensamientos, porque cuando la llama del fósforo alumbró el cuarto, un espectáculo inverosímil y pavoroso se ofreció a mis ojos.
    >>Lástima fue que una ráfaga de viento no apagase mi fósforo. Porque de ser así, me hubiera evitado ver lo que me erizó los cabellos... Grité, di un paso hacia la puerta y, lleno de terror y de desesperación, intenté no ver:
    >>En medio de la habitación había un ataúd.
    >>La llama del fósforo ardió durante poco tiempo. Sin embargo, el aspecto del ataúd quedó grabado en mis ojos. Era de brocado rosa, con una cruz de galón dorado en la tapa. El brocado, las asas y las patas de bronce, proclamaban que el difunto había sido adinerado. Por el tamaño y color del ataúd parecía que el muerto era joven y de gran estatura.
    >>Sin detenerme a reflexionar, salí y, como un loco, me lancé escaleras abajo. Todo en la casa era oscuridad. Los pies se me enredaban en el abrigo. No comprendo cómo no me caí y me rompí los huesos.
    >>Al verme en la calle me apoyé en un farol y traté de tranquilizarme. Mi corazón latía vertiginosamente; tenía la garganta seca... No me hubiera asombrado tanto si hubiese encontrado en mi cuarto un ladrón, un perro rabioso, un incendio... Tampoco si el techo se hubiese hundido, si el piso se hubiese desplomado... Todo esto es algo natural y concebible. Pero ¿cómo vino a parar a mi cuarto un ataúd? Un ataúd lujoso, hecho evidentemente para alguien, rico... ¿Cómo había ido a parar a la humilde morada de un insignificante empleado? ¿Estaría vacío o habría un cadáver en su interior? ¿Y quién podía ser la desgraciada que me hizo tan terrible visita?
    >>Si no es un milagro, será un crimen>>, pensé.
    >>Mi espíritu se perdía en un laberinto de conjeturas. En mi ausencia la puerta estaba siempre cerrada, y el sitio donde escondía la llave solamente lo sabían mis mejores amigos. Pero ellos no iban a depositar un ataúd en mi cuarto. Se podía suponer que el fabricante lo llevó allí equivocadamente, pero, en tal caso, no se hubiera marchado sin haber cobrado su importe o, por lo menos, un anticipo.
    >>Los espíritus que me habían anunciado la muerte, ¿me habrían provisto también del ataúd?
    >>Yo no creía, y sigo sin creer, en el espiritismo. Pero hay que convenir que una coincidencia semejante aterra a cualquiera.
    >>Es imposible -pensaba-. Soy un cobarde, un chiquillo. Habrá sido una alucinación. Al llegar a casa, estaba tan impresionado por la sesión de espiritismo, que los nervios me hicieron ver lo que no existía. ¡Está claro! ¿Qué otra cosa puede ser si no?>>
    >>La lluvia me empapaba. El viento quitábame el gorro y me levantaba el abrigo... No podía quedarme allí, mas ¿adónde ir? ¿Regresar a casa y encontrarme otra vez frente al ataúd? No quería ni pensarlo; hubiera enloquecido al volver a ver aquella caja, que probablemente contenía un cadáver. Decidí ir a pasar la noche en casa de un amigo.
    Panihidin se secó la frente bañada por un sudor frío, suspiró y continuó su relato:
    -Mi amigo no estaba en casa. Después de llamar varias veces, me convencí de que se hallaba ausente. Busqué la llave detrás de una viga en que la escondía, abrí la puerta y entré. Quitándome rápidamente el abrigo mojado, lo arrojé al suelo y me desplomé en el sofá. Las tinieblas eran completas; el viento rugía con más fuerza. Saqué los fósforos y encendí uno. Pero la tenue claridad no me tranquilizó. Al contrario, lo que vi me horrorizó. Vacilé unos segundos y huí alocadamente de aquel lugar... En la habitación de mi amigo había un ataúd... ¡de doble dimensión que el otro!
    >>El color marrón le daba un aspecto más lúgubre... ¿Por qué se encontraba allí? No cabía la menor duda: estaba alucinado... Era imposible que en todas las habitaciones hubiese ataúdes. Indudablemente, donde quiera que fuese llevaría conmigo la terrible visión de la muerte.
    >>Sufría yo, al parecer, una crisis nerviosa, provocada por aquella sesión espiritista y las palabras de Espinosa.
    >>Me vuelvo loco -pensaba, aturdido, cogiéndome la cabeza-. ¡Dios mío! ¿Cómo remediar esto?>>
    >>La cabeza me daba vueltas... Mis piernas se doblaban... Llovía a raudales; estaba calado hasta los huesos, sin gorra y sin abrigo... Imposible volver a buscarlos; estaba seguro de que todo aquello era una alucinación y, no obstante, el temor me atenazaba, mi rostro estaba inundado de sudor, los pelos se me erizaban...
    >>Me volvía loco y exponíame a coger una pulmonía. Afortunadamente, recordé que en la misma calle en que estaba vivía un médico conocido mío, que precisamente había asistido a la sesión espiritista. Me encaminé hacia su casa. Como por aquella época aún no se había casado, ocupaba un cuarto de un quinto piso en un gran edificio.
    >>Mis nervios hubieron de soportar todavía otro choque... Al subir la escalera oí un fuerte ruido: alguien bajaba corriendo, cerrando precipitadamente las puertas y gritando: <<¡Socorro! ¡Socorro! ¡Portero!>>
    >>Instantes después vi aparecer una figura oscura que bajaba casi rodando por la escalera...
    >>-¡Pagostof! -exclamé al reconocer a mi amigo el médico-. ¿Es usted? ¿Qué le pasa?
    >>Pagostof se detuvo y me cogió la mano convulsivamente. Estaba muy pálido y respiraba con dificultad; su cuerpo temblaba; sus ojos giraban, desmesuradamente abiertos...
    >>-¿Es usted, Panihidin? -me preguntó con voz ronca-. ¿Es verdaderamente usted? ¡Está más pálido que un muerto! ¡Dios mío! ¿No es acaso una alucinación? ¡Me infunde usted miedo!
    >>-Pero ¿qué le sucede? ¿Qué ocurre?
    >>-¡Amigo mío! ¡Qué suerte que sea usted verdaderamente! ¡Qué contento estoy de verlo! La maldita sesión espiritista me ha trastornado los nervios. ¿No sabe usted lo que se me ha aparecido en mi cuarto? ¡Un ataúd!
    >>Incrédulo, le pedí que me lo repitiera.
    >>-¡Un ataúd! ¡Un auténtico ataúd! -dijo el médico, dejándose caer, extenuado, en la escalera-. No soy un hombre cobarde, pero hasta el mismo diablo se asustaría al verse frente a un ataúd en su cuarto, después de una sesión espiritista...
    >>Entonces relaté al médico, balbuceando, lo de los dos ataúdes que había visto también yo. Durante unos minutos nos quedamos mudos de asombro, mirándonos. Luego, para convencernos de que todo aquello no era un sueño, empezamos a pellizcarnos.
    >>-A ambos nos duelen los pellizcos -dijo por fin el médico-. Esto significa que no estamos soñando y que los ataúdes, el mío y los de usted, no son fenómenos visuales, sino que existen realmente. ¿Qué haremos?
    >>Pasó una hora en conjeturas y suposiciones. Estábamos ateridos de frío, y, por fin, decidimos dominar nuestro temor en el cuarto del médico. Previnimos al portero, y subió con nosotros. Al entrar encendimos una vela y vimos un ataúd de brocado blanco, con flores y borlas doradas. El portero se persignó con devoción.
    >>-Ahora miraremos -dijo el médico, temblando- si el ataúd está vacío o no.
    >>Después de muchos titubeos, el médico se acercó y, castañeteándole los dientes por el miedo, alzó la tapa. Echamos una mirada y vimos que... el ataúd estaba vacío.
    >>No había ningún cadáver dentro de él, pero sí una carta en la que se leía lo siguiente:
    >>"Querido amigo: supongo que sabrás que los negocios de mi suegro van mal; tiene muchas deudas. Un día de éstos le embargarán, lo cual podría significar nuestra ruina y deshonra. Hemos decidido esconder todo lo de más valor, y como la fortuna de mi suegro está en ataúdes (es el de más fama en nuestra ciudad), tuvimos que poner a salvo los mejores. Confío en que tú, como buen amigo, me ayudarás a defender nuestro honor y nuestra fortuna, y es en la seguridad de esto por lo que te envío un ataúd, con el ruego de que lo guardes hasta que pase el peligro. Necesitamos la ayuda de amigos y conocidos. No me negarás este favor. El ataúd no permanecerá en tu cuarto más de una semana. He mandado uno a cada uno de mis amigos, sabiendo de su nobleza y generosidad. Tu amigo. Ichelustin.">>
    >>Después de aquella noche estuve enfermo de los nervios durante casi tres meses. Nuestro amigo, el yerno del fabricante de ataúdes, salvó su fortuna y su honra. Actualmente tiene una funeraria y construye panteones. Pero como sus negocios no prosperan demasiado, cada noche, al volver a mi casa, temo encontrarme, junto a mi cama, un catafalco o un panteón.>>


                                                                                                                 Antón Chéjov

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