La racionalización de las leyendas y los mitos siempre es relativa. Si bien en las ciencias físicas las interpretaciones son limitadas, en las ciencias humanas los análisis están habitualmente teñidos de una visión subjetiva, lo que provoca reticencias a la hora de aceptar diversos estudios sobre temas tan amplios como la antropología o la sociología. Por lo tanto, admitimos la inevitable relatividad de nuestro enfoque esperando que así se aseguren unas tesis lo menos dogmáticas posibles.
Al mostrar los orígenes del mito del vampiro tenemos que profundizar en sus raíces sin contar con los medios contemporáneos o históricos para adentrarnos en la transmisión oral, mucho más arcaica y por ello mucho más cercana al impulso básico que provoca su aparición. Evidentemente también hay que prescindir de la iconografía literaria y cinematográfica de una leyenda tan rica, ya que la influencia de factores sociales e históricos actuales distorsionaría su imagen inicial y primigenia, que es la que nos interesa. En la figura del vampiro confluyen diversos elementos simbólicos que unifican y amplían su mensaje primitivo. Con la tradición oral como base, aparece en los cuentos más primigenios, y por tanto hay que buscar su origen en los mitos más antiguos.
La leyenda de nocturnos devoradores de humanos nos lleva evidentemente a la licantropía y al personaje del ogro. El término "ogro" deriva del nombre de una divinidad maléfica romana, el orco. Con otras denominaciones se remonta al neolítico, siendo su esquema general el de un ente libre de lazos familiares, salvaje y antropófago, con aspecto de hombre o animal. Tras el horror del ogro puede esconderse el miedo a los animales carnívoros como el lobo y el oso, que por su nocturnidad causaban grandes estragos en las diminutas tribus primitivas. Así, se tiende a atribuir aspecto lobuno al devorador nocturno; recordemos que aún hoy en la literatura el vampiro se puede transformar en lobo.
También se puede explotar la vertiente de las sociedades iniciáticas de cazadores que se apartaban de la tribu para vivir en los bosques, practicando la antropofagia. Tal como expone Rodolfo Gil: "Otra hipótesis, próxima a la anterior, es la del homínido selvático, o el hombre primitivo residual, que haya podido cohabitar en vecindad relativa con el hombre, interfiriéndose en sus respectivas vidas". Sin embargo, aunque el mito vampírico se originara porque dormir entre fieras provocó un miedo intrínseco a la noche y a los carnívoros nocturnos, esta explicación no cubriría plenamente toda su riqueza.
Se representa al ogro como un ser basto y de escasa inteligencia. Sin embargo, tales atributos no describen al vampiro. Por su astucia, habilidad y poder mágico parece más emparentado con la ogresa y las lamias latinas. Éstas serían mujeres de gran belleza pero con un apetito sexual y carnívoro de animal. Reúnen el papel de sabia hechicera y lasciva amante, caníbal y mortífera. En el neolítico mediterráneo encontramos estas mismas características en multitud de "diosas blancas" que en los sacrificios sangrientos de las orgías dionisíacas mezclaban símbolos de vida y muerte, sexo y terror. Las diosas arcaicas del amor desempeñaron también este doble papel de sexo y terror. Por ejemplo, los cultos babilónicos y asirios a Ishtar -anterior a la Afrodita griega- a menudo implicaban complicadas fórmulas de iniciación que entraban en el sadomasoquismo más mortífero; posiblemente por excesos en el consumo de alucinógenos naturales. Como bien señala Mircea Eliade, en el norte de África a la alucinógena mandrágora se la denominaba ogra.
Así, en sus orígenes el vampiro es un mito más cercano al elemento femenino que al masculino, y el símbolo de la sangre refuerza esta tesis. La menstruación y el parto en relación a la sexualidad femenina confieren a la mujer un halo de misterio, que el hombre primitivo convierte en potencial mágico. Tradicionalmente, el cuento popular otorga mayor poder sobrenatural a la mujer que al hombre, o bien como hada madrina o bien como bruja. La sangre desempeña la metáfora de líquido vital y sagrado vinculado a la vida en el nacimiento y en la muerte.
El vampiro es un personaje de raíces femeninas que aglutina la fuerza del papel místico de la mujer, tanto en la sociedad neolítica con el terror a los animales de presa y las prácticas antropófagas, como en las primeras civilizaciones agrarias. Se refuerza con el simbolismo de la sangre y la noche, que potencian su carga mítica y en las que subyace el placer sexual. En la síntesis vampírica todos los elementos vehiculan aspectos sexuales, uniéndose el papel de la mujer como activador erótico al de la agresión como imagen de dominio; la sangre, como símbolo vital, y la noche, a la vez terrorífica -por la desprotección ante los depredadores- y plácida, por las relaciones sexuales y los sueños que tenían lugar tras la caza y recolección nómada de frutos.
Sin que, como indicábamos, pretendamos dogmatizar, creemos que en la génesis del mito vampírico se encuentran diferentes símbolos, todos ellos femeninos. Por lo tanto el mito no tiene que ver con los cuentos de iniciación sobre desbroce u ocupación de nuevas zonas naturales, ni con los animales totémicos que en la leyenda de Lohengrin unirían la condición animal y la humana. Más bien debemos hablar de un culto al sexo unido al terror que activa la síntesis vampírica como unificación compleja de instintos entrecruzados.
Nicolás Cortés Rojano; El Espíritu de la Noche
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