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La historia clásica nos ofrece distintas hipótesis. Desde la evolución de los indígenas neolíticos, la llegada de unos metalúrgicos orientales, o la presencia de ciertos pueblos después de la caída de Troya. En el estado actual de nuestra ciencia histórica, no es posible contestar con firmeza. Se precisarán muchos más datos arqueológicos, históricos, lingüísticos. Una opinión podría ser, la de que Tartesos se formó en su aspecto racial con un sustrato de gentes orientales, sobre la que se impuso una aristocracia de origen griego-arcaico. Uno de los numerosos "pueblos del mar", que bien pudo ser aqueo, pelasgo o anatólico. Y esta comunidad, que posteriormente conocemos como tartesos, debió tener, en principio, escasísimas aportaciones étnicas de tipo ibérica o céltica. Si bien la presencia del ibérico se pierde en España en la noche de los tiempos, y la llegada de los pretartesos orientales hizo que probablemente se replegaran hacia el interior del país. La concentración urbana de los marinos orientales, se llevó a cabo en la faja costera. Gracias a la mitología podemos conocer algunos de los reyes fabulosos de Tartesos: "Sol", "Gargoris", "Habis", "Norax". Argantonio es el primero que podríamos considerar histórico. Los griegos idealizaron a este soberano, atribuyéndole toda clase de virtudes. Su dilatada existencia transcurrió entre el año 650 a. de Cristo y el 550. Parece que después de este monarca, la dinastía entró en una época de decadencia, a la que no fueron ajenos los cartagineses. Pese al silencio púnico, conservamos los nombres de otros príncipes tartesos y turdetanos que irán apareciendo en los anales romanos. El Rey Koliches, traducido también por Culcas, fue aliado de Publio Cornelio Escipión en la batalla de Ilipa. El Rey Luxinio reinaba sobre Almuñécar, Málaga y otras urbes del litoral. El Rey Attenes, Theron, etc., figuran entre los caudillos militares en las guerras de conquista romana.
Para el ocaso de Tartesos se han dado varias explicaciones. ¿Hubo un grandioso colapso debido a una catástrofe geológica? ¿Fue destruida por otro pueblo? ¿Se produjo un debilitamiento político que la llevó a una fragmentación en pequeños reinos? El profesor Schulten, nos dirá que la ciudad en decadencia, aún existía en el siglo V a. de Cristo, pero que fue aniquilada por los cartagineses. Para Maluquer que también trató esta cuestión la pregunta es: ¿Por qué desapareció Tartesos? Es evidente responde, que la historia contesta con un silencio de tres siglos, que coincide con la presencia cartaginesa en el sur de España; que el estaño perdía mercado por diversas razones: como el generalizado uso del hierro; o que los mismos púnicos inician una explotación propia de la "Ruta del Estaño". También pudo suceder que Tartesos no desapareció. El propio Schulten defensor de la destrucción violenta de esta ciudad-estado, cree que Tartesos perduró como concepto geográfico. Seguramente ocurrió que la monarquía que imperaba en el sur se fue transformando en un mosaico de principados taifas que trataron de asimilarse unos a otros. En este proceso de relaciones tendría importancia primordial la política de los cartagineses. El sentido monárquico de los turdetanos, descendientes de los tartesos, subsistió durante mucho tiempo, aunque el autor de la Oda Marítima, Avieno, nos cuenta que la urbe estaba pobre y arruinada. El desafortunado cierre del estrecho por los púnicos, nos impedirá conocer la realidad. La falta de noticias, sin embargo, se interpretó por algunos historiadores de la antigüedad como prueba de la desaparición. Cuando Tartesos se eclipsa, Cádiz, su vieja rival se agiganta rápidamente, extendiendo sus actividades a toda la comarca. Su impulso industrial la llevó hacia nuevas experiencias: construcción de barcos, salazones, pesca de altura en el Atlántico, etc. Y todo ello sin perder de vista sus famosas exportaciones de plata, caldos, esclavos, vinos.
Existe en la actualidad un creciente interés por la cultura tartésica, al que contribuye el hecho de no haberse encontrado su misteriosa ciudad. Multitud de opiniones la sitúan en puntos dispares de la península, pese a los accidentes geográficos que limitan su ubicación en los alrededores del río Guadalquivir. Ya que según todas las probabilidades estuvo entre dos de sus brazos, o ramales, antes de desembocar en el mar. A lo largo de los años, las opiniones de los eruditos se dividieron en dos bandos. Los que afirmaban que el brazo oriental se hallaba al este de Sanlúcar, y los que por el contrario se declaraban partidarios de la tesis de un brazo desaparecido hacia el poniente. La hipótesis de que el brazo perdido se situase en los alrededores de Rota podría definirse como la escuela española. Historiadores andaluces de los siglos XVII y XVIII habían aludido en algunos escritos a numerosos testimonios sobre cauces en esa zona. El profesor Schulten, después de oír las explicaciones de los geólogos buscó la ciudad de Tartesos en el occidente. En las marismas que constituyen el parque nacional del Coto de Doñana. El hecho de que allí se extendiera durante kilómetros el fondo seco del lago Ligustino no era sino un acicate más, pues sólo en lugares semipantanosos y desérticos podían haberse mantenido incógnitas las ruinas de la urbe. Sus excavaciones no fueron coronadas por el éxito.
Sin embargo, entre las noticias que los autores clásicos dejaron sobre Tartesos, hay determinadas descripciones que se salen del ámbito literario para entrar en el científico. Es decir, se pueden utilizar como medidas concretas para determinar una situación geográfica. Sitúan la ciudad dentro de unas coordenadas capaces de establecer distancias más o menos exactas, de las referencias topográficas. Los datos que aparecen en la Geografía de Estrabón aseguran que la isla fluvial de Tartesos se hallaba a 18 kilómetros del mar. Noticia que por carecer de sentido para muchos investigadores ha sido interpretada de manera muy diversa. Es también muy interesante la noticia que da Estrabón sobre las distancias que había entre las dos bocas del río Guadalquivir. Sobre la Oda Marítima, del poeta Avieno se han hecho numerosos estudios, pero a mi juicio sólo hay un dato seguro: que del río Tartesos al golfo o seno tartésico había un día de navegación. Otro autor que nos ha legado cifras concretas sobre las bocas del Guadalquivir y las ciudades interiores fue Marciano de Heraclea. Que en su periplo indica la distancia desde el estrecho de Gibraltar a la ciudad de Asta. También Escimno de Quíos, que tomó sus datos al parecer de fuentes jónicas y cartaginesas aclara que desde la ciudad de Cádiz a la de Tartesos había dos días de navegación. Ptolomeo fue otro de los científicos de la antigüedad que dejó números precisos sobre la topografía andaluza. Situó en sus famosas tablas las desembocaduras del río Guadalquivir, calculándolas en grados y minutos. Todas estas medidas, aunque no tan exactas como las que puede hoy en día brindarnos la geografía, sí sirven para no disparatar acerca de la ubicación de la desaparecida ciudad.
Tartesos no ha entregado aún restos asombrosos al estilo de Troya o Pompeya. Los historiadores no se han puesto de acuerdo sobre el lugar donde podría hallarse enterrada. Los arqueólogos tampoco son muy optimistas a la hora de catalogar lo que simboliza esta civilización. El misterio, pues, de Tartesos continúa, entre la indiferencia de algunos, las fábulas de otros y la escasa excavación de nuestro patrimonio. Pero sobre los secos esteros al norte de Jerez de la Frontera, duermen las ruinas de Asta Regia. La ciudad del Lago, según los romanos, que tuvo adonde ahora no hay más que polvo, un puerto comercial al que acudían docenas de naves del imperio latino. Destruida durante las guerras civiles árabes, unos pequeños trabajos de desescombro, han entregado multitud de objetos de todas las civilizaciones desde el neolítico. Y quizás espera al audaz que acabe con el enigma de Tartesos.
Historia de España (presentación); Editorial Genil, S.A.
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