Veinticinco siglos atrás, un hombre estaba sentado bajo un árbol Bo, en Gaya, y decía: <<Hasta que haya adquirido la Sabiduría me quedaré sentado bajo este árbol.>> Permaneció a la sombra del Bo, en el valle del Ganges, durante cuarenta y nueve días. En el curso de sus meditaciones, resolvió el misterio del Bien y del Mal, de la Vida y del Tiempo. Como las ramas del árbol Bo, sus pensamientos se extendieron hasta abrazar el Cosmos. Así llegó a ser el Iluminado: el Buda.
Entonces dijo: <<Creo que el mundo existirá eternamente. No tendrá nunca fin. Y lo que no tiene fin no tiene principio. Nadie creó el Mundo. El Mundo ha sido siempre.>>
Si el Universo no ha existido desde toda la eternidad, se plantea una pregunta: ¿qué había antes? San Agustín, estudiando este problema, se preguntó: <<¿Qué hacía Dios antes de la Creación?>> A esta pregunta se han dado razonables respuestas, teológicas y filosóficas; pero la más divertida es la que sugiere que Dios, antes de empezar su obra, construía un infierno para los curiosos que plantean preguntas estúpidas.
La teoría del Big-Bang según la cual el origen del Universo sería un solo átomo, sugiere un principio del Tiempo. En el campo opuesto, la tesis del Steady State ofrece el cuadro de un nacimiento y de una destrucción eternas. Esas dos teorías pueden ser parangonadas por el concepto de una pulsación metagaláxica sin principio ni fin.
Tanto si se encuentra como si no alguien en la tierra para dar cuerda a un reloj dentro de mil millones de años, el Tiempo, considerado como una dimensión, no dejará por ello de existir. Aun cuando nuestro planeta quedara reducido a un polvo cósmico, en el antiguo Egipto, en las islas tropicales de Oceanía y en las nieves del Himalaya, quedaría la impronta de la vida en el ancho camino del Tiempo.
El agua de lluvia caída durante el año 1750 puede ser evaluada según los círculos concéntricos inscritos en la albura de los árboles. Con el test del carbono-14 es posible determinar la edad del sarcófago de un faraón. Examinando antiguas arcillas se puede precisar la orientación que habría tomado la aguja de una brújula, quince mil años atrás.
Por medio de un termómetro del Tiempo, el sabio es capaz de descubrir la duración de la existencia de un molusco que habría vivido hace ciento cincuenta millones de años, y la temperatura del agua del mar en aquella lejana época.
<<Todo existe, y ni un suspiro, una sonrisa, una lágrima o un cabello, ni la menor partícula de polvo, nada de todo eso puede desaparecer>>, escribió William Blake.
La Naturaleza ha tomado nota de todo lo que ha ocurrido. Si se admite la teoría filosófica de Teilhard de Chardin sobre <<el átomo consciente>>, esta afirmación es completamente aceptable. El concepto no es nuevo: en la India, la esencia de la materia es llamada Akasha o Prakriti.
A partir de Francis Bacon, los eruditos de Europa han abandonado una Metafísica dudosa en favor de la Física. Una edad de la Ciencia y de la Tecnología fue creada para nuestra felicidad y nuestra desdicha. Luego, en el siglo XX, y de modo inesperado, se ha manifestado una tendencia al retorno hacia la Metafísica. El Tiempo Absoluto de Newton ha cedido el lugar al Tiempo Relativo de Einstein. El átomo esférico, pasado de moda, estimado tan sólido como un grano de arena, se convierte en un sistema de ondas y de cargas sobreimpuestas.
Entonces, para colmo de horrores, se descubrió que la materia era un espacio vacío puntuado de trazas de electricidad: los electrones. Y como si esta revelación no fuese todavía suficiente, se acometió contra el muro que separaba lo animado de lo inanimado, y éste empezó a desmoronarse. <<La materia ha sido desmaterializada>>, proclamó el profesor N. R. Hanson.
(...)
Andrew Tomas; La barrera del Tiempo
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