lunes, 22 de abril de 2013

La práctica de Vilanova



Pasemos ahora a la práctica, como más arriba he anunciado. Y ante todo, todos los
cuerpos deben ser llevados a la materia prima para hacer posible la
transmutación. Voy a demostrarte aquí todo lo dicho más arriba. Por tanto, ¡oh
hijo mío!, te ruego que no desdeñes mi Práctica, porque en ella se oculta todo
nuestro Magisterio, como yo lo he visto en mi fe oculta.
    Toma una libra de Oro, redúcela a limaduras muy brillantes, mézclala con cuatro
partes de nuestra Agua purificada, moliendo e incorporándole un poco de sal y
vinagre, hasta que todo esté amalgamado. Una vez bien amalgamado el oro, ponlo
en una gran cantidad de Aguardiente, es decir, de Mercurio y pon todo ello en el
orinal sobre nuestro centro purificado; haz debajo un fuego muy lento durante un
día entero; entonces deja enfriar, y cuando esté frío, toma el Agua y todo lo que
está con ella, filtra a través de una tela de lino, hasta que la parte líquida haya
pasado a través del lienzo. Pon aparte lo que haya quedado en el paño, recógelo y
poniéndolo con una nueva cantidad de Agua Bendita en el mismo recipiente de
antes, calienta un día entero, después filtra como antes. Repite esto hasta que
todo el cuerpo se haya convertido en Agua, o sea en la materia prima que es
nuestra Agua.
    Hecho esto, toma toda esta Agua, ponla en una vasija de vidrio y cuece a fuego
lento hasta que veas aparecer la negrura en la superficie; sacarás con destreza
las partículas negras. Continúa hasta que todo el cuerpo se haya convertido en una
tierra pura. Cuanto más repitas esta operación, será tanto mejor. Vuelve a cocer
quitando la negrura, hasta que las tinieblas hayan desaparecido, y que el Agua, o
sea nuestro Mercurio, aparezca brillante. Es entonces que tendrás la Tierra y el
Agua.
    Enseguida, coge toda esta tierra, es decir, la negrura que has recogido; ponla en
un recipiente de vidrio, viértele encima Agua Bendita, de modo que nada
sobrepase la superficie del agua, que nada sobrenade, y calienta a fuego ligero
durante diez días; después muele y pon nueva Agua; recuece la tierra así
coagulada y espesada sin agregar agua. Cuece finalmente a fuego violento siempre
en el mismo recipiente, hasta que la tierra se ponga blanca y brillante.
    Habiendo pues blanqueado y coagulado nuestra tierra, toma el Aguardiente que ha
sido espesado con ayuda de un ligero calor por la tierra coagulada, cuécela con un
fuego violento en un buen calderete provisto de su capitel, hasta que todo lo que
hay de Agua en la mezcla haya pasado al recipiente y que la tierra calcinada
permanezca en el calderete. Toma entonces tres partes por cuatro de un
fermento, es decir, que si has tomado una libra del cuerpo imperfecto o de oro,
tomarás tres libras de fermento, es decir, de Sol o de Luna.
    Ante todo, te será necesario disolver dicho fermento, reduciéndolo a tierra y en
una palabra, repetir las mismas operaciones que con el cuerpo imperfecto. Sólo
entonces los unirás y los empaparás con el Agua que ha pasado al recipiente y
cocerás durante tres días o más. Embebe de nuevo, recuece y repite la operación
hasta que ambos cuerpos queden unidos, es decir, que no formen más que uno.
Pesarás. Su color no habrá cambiado. Entonces verterás sobre ellos el Agua ya
citada, poco a poco, hasta que no absorban más. En esta unión de los cuerpos, el
Espíritu se incorpora a ellos y como han sido purificados, se transforma en su
propia esencia. Así es como el germen se transforma en los cuerpos purificados,
lo que antes no hubiera sucedido a causa de su carácter grosero y de sus
impurezas. El Espíritu crece en ellos, aumenta y se multiplica.


                                                       Arnau de Vilanova; Semita semitae: El camino del camino

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