David, Rey de Israel, descansaba una vez en su diván, y mil pensamientos cruzaban su cerebro.
-¿Para qué existirán las arañas? -pensaba-. Sólo sirven para recoger y conservar el polvo, ensuciando las paredes y repugnando a la vista.
Entonces pensó en los locos:
-¡Qué seres más desgraciados! Sé que Dios ha creado y ordenado todas las cosas, pero esto está fuera de mi alcance. ¿Por qué nacerán hombres tontos o se volverán locos?
A todo esto le molestaban los mosquitos y pensó:
-¿Para qué serán buenos los mosquitos? ¿Para qué están en el mundo? Molestan en sumo grado y no hacen ninguna falta.
Pero después llegó a comprender que estos insectos y los demás seres cuyo nacimiento consideraba como una desgracia vivían para su propio beneficio.
Cuando huía de Saúl, David fue apresado en tierra de los Filisteos, que lo llevaron ante su rey Gach, y, afectando que estaba tonto, se libró de la muerte, pues el rey no creía que semejante persona pudiera ser el célebre David, según está escrito: <<Y mudó su habla delante de ellos y fingióse loco en sus maneras y escribía en las puertas, dejando correr su saliva por su barba.>> (Samuel 21, 13.)
En otra ocasión, David se escondió en la cueva de Adullán y, cuando estuvo dentro, sucedió que una araña tendió su red en la puerta, de la cueva. Sus perseguidores pasaron por delante, pero pensando que nadie podía haber entrado en aquella cueva, pues la puerta estaba obstruida por la tela de araña, pasaron de largo.
Los mosquitos, también prestaron un gran servicio a David, cuando entró en el campo de Saúl a cogerle la lanza. Cuando pasaba junto a Abner, que dormía, éste extendió una pierna que cogió debajo a David.
De moverse éste, hubiera despertado a Abner y hubiera sido hombre muerto, y de permanecer allí hasta la mañana, hubiera sido cogido. No sabía qué partido tomar, cuando un mosquito se paró en la pierna de Abner. Éste la movió para hacer huir al mosquito y escapó David.
Entonces cantó David:
<<Todo mi cuerpo cantará: Señor mío, ¿quién será como tú?>>
Narraciones del Talmud; del recogido de Pedro Guirao
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