miércoles, 28 de noviembre de 2012

Los Cuernos de Ylmir


"Tuor recordó en una canción cantada a su hijo Eärendel las visiones que las caracolas de Ylmir le provocaron una vez en el crepúsculo de la Tierra de los Sauces."

Fue en la Tierra de los Sauces donde la hierba es larga y verde;
yo estaba tocando las cuerdas del arpa, pues un viento se había arrastrado invisible
y hablaba en las copas de los árboles, mientras las voces de las cañas
susurraban tallosos susurros mientras la puesta del sol rozaba los prados,
melodías de tierra adentro sutilmente mágicas que sólo esas cañas podían tejer.
Fue en la Tierra de los Sauces cuando una vez Ylmir vino al anochecer.

En el crepúsculo junto al río en una cosa hueca de caracolas
creó música inmortal, hasta que mi corazón bajo su hechizo
se rompió en el crepúsculo, y las praderas se desvanecieron
en caudalosas aguas grises que se alzaban alrededor de las rocas donde nadan las aves
    marinas.

Las oí gemir a mi alrededor donde los negros riscos se cernían en la altura
y la primigenia luz de las estrellas titilaba pálidamente en el cielo.
En esa región sombría y peligrosa, por cuyos grandes y tempestuosos caminos
no oí ningún sonido de voces humanas, en aquellos días más antiguos,
me senté en la orilla devastada del profundo y reverberante mar
cuya rugiente y espumeante música rompía en incesante cadencia
sobre la tierra asediada para siempre en un eón de ataques
y desgarrada en torres y pináculos y metida en cuevas de grandes bóvedas;
y sus arcos se sacudieron con trueno y sus pies se vieron apilados con formas
rasgadas en vieja guerra marina de esos riscos y negros promontorios.

He aquí que oí la tempestad en forma de batalla rugiendo detrás de la marea
cuando sonó la trompeta de los primeros vientos, y el mar gris cantó y gritó
cuando una nueva ira blanca despertó en él, y sus ejércitos se alzaron a la guerra
y lanzó su encrespada caballería hacia la costa amurallada e inmóvil.
Allí la ventosa y abanderada fortaleza de esas altas y vírgenes costas
repelió los primeros y finos tentáculos de las antiguas huestes de la marejada;
repelió los inquietos gallardetes que como los brazos de una cosa con tentáculos
retorciéndose y arrastrándose hacia adelante murmuraban, aspiraban y se aferraban.
Entonces un suspiro y un murmullo surgieron en esa furtiva vanguardia,
mientras por detrás los torrentes se agrupaban y las saltarinas olas corrían,
hasta que los caballos marinos de crines de espuma llegaron en verdes y rodantes
    cantidades,
una marea salvaje hollando hacia tierra, y su canción de guerra estalló en llamas.

Cabezas enormes se agitaron airadas y sus crestas fueron torres de espuma
y la canción que los grandes mares estaban cantando era una canción de cólera
    incontenida,
pues a través de esas gigantescas aguas las trompetas de Ossë sonaron,
y las voces del diluvio y las del Gran Viento se hicieron más profundas y sonoras;
profundos huecos zumbaron y silbaron mientras succionaban los vientos del mar;
espumas y grandes chorros blancos aullaron agudamente por encima del estrépito;
vientos fuertes soplaron las amargas trenzas del mar en el oscuro rostro de la tierra
y aires salvajes, espesos con la rociada, huyeron en una remolineante carrera
de batalla a batalla, hasta que el poder de todos los mares
se agrupó como una montaña en torno a las impresionantes rodillas de Ossë,
y una cúpula de aullante agua aplastó esas goteantes y negras fachadas
y sus catastróficas fuentes embistieron en ensordecedoras cascadas.
                               *                         *                         *
Entonces oí el inconmensurable himno del Océano mientras subía y bajaba
al ritmo de su órgano cuyas interrupciones eran el graznido de las gaviotas y el
    oleaje atronador;
oí la carga de las aguas y el canto de las olas
cuyas voces por siempre venían y entraban rodando a las cuevas,
donde una interminable fuga de ecos salpicaba sobre piedras mojadas
y subía y se mezclaba al unísono con un zumbido murmurante;
era una música de la máxima profundidad la que se agitaba en los abismos,
y todas las voces de todos los océanos se agrupaban en aquel sonido;
era Ylmir, Señor de las Aguas, con una mano que todo lo inmovilizaba
que creaba inconquistables armonías, que el rugiente mar obedeció,
y sus aguas se vertieron y la Tierra levantó lomas resplandecientes de nuevo
desnudas a los aires y las nubes a la deriva y el mar convirtiéndose en lluvia,
hasta que la succión y la succión de remolinos verdes y los golpes de las ondas fue todo
lo que llegó a mi isla de roca, salvo por la antigua llamada sobrenatural
de las aves marinas largo tiempo olvidadas y el chirrido de antiguas alas.

Así el murmurante sueño me tomó en medio de esas lejanas y viejas cosas
(en una región solitaria y crepuscular, por cuyos viejos y caóticos caminos
no oí ningún sonido de voces humanas, en aquellos días más antiguos
cuando el mundo se tambaleó en el tumulto mientras los Grandes Dioses desgarraban
    la Tierra
en la oscuridad, en la tempestad de los ciclos antes de nuestro nacimiento),
hasta que las mareas bajaron, y el Viento murió, y toda la música del mar cesó
y desperté en cuevas silenciosas y playas vacías y paz.

Entonces la magia se alejó de mí y aquella música soltó sus bandas;
caracolas lejanas, lejanas, que llamaban, y he aquí que estaba en las dulces tierras,
y las praderas me rodeaban donde crecían los sauces llorones,
donde la larga hierba se agitaba a mi lado, y mis pies estaban empapados de rocío.
Sólo las cañas susurraban, pero una niebla pendía sobre los ríos
como una niebla marina arrastrada tierra adentro, como un jirón de sueños salinos.
Fue en la Tierra de los Sauces donde oí el aliento insondable
de los Cuernos de Ylmir llamando, y los oiré hasta que muera.


                                                                                         J. R. R. Tolkien

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